Capítulo 2: En las noticias

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Mientras las sombras de la noche se tejían entre los callejones de Solazar, Bruma se movía con la gracia de quien no tiene nada que perder. Su silueta era apenas una mancha oscura más en la oscuridad, un susurro en el viento que pasaba inadvertido para los desprevenidos.

Las calles de la ciudad parecían laberintos, y Bruma las recorría con la familiaridad de quien ha aprendido a leer los secretos entre los ladrillos y las grietas. Cansada, decidió hacer una pausa. Se recostó contra la fría pared de un edificio, justo enfrente de un bar cuya ventana mostraba un televisor encendido. La luz parpadeante de la pantalla atraía miradas, y aunque Bruma no tenía interés en las noticias, algo la hizo mirar.

En la pantalla, la imagen de un tren detenido en las vías con titulares que gritaban "¡Asalto en al expreso Sideria!" captó su atención. El sonido estaba ahogado por el cristal, pero las imágenes hablaban por sí solas. Hombres armados, pasajeros asustados, y entre ellos, la figura de un hombre que Bruma reconoció de inmediato: la mano derecha del gobernador de Sideria. Bruma sintió un nudo en el estómago.

La noticia siguió con un clip de la presentadora dirigiéndose a la audiencia: "En una vuelta inesperada de eventos en el ataque de hoy al tren con destino a Ocasol, una valiente ciudadana intervino para salvar la vida de un hombre de suma importancia para nuestro gobierno," comenzó, pausando para dar énfasis. "El gobernador de Sideria ha emitido un comunicado oficial pidiendo la ayuda de la población para localizar a esta heroína misteriosa."

La pantalla cambió a una imagen borrosa captada por una cámara de seguridad. Era difícil discernir los detalles, pero la figura era innegable, era ella¡. La presentadora continuó, ahora con un tono que invitaba a la colaboración cívica.

"La mujer que buscamos es una joven con el cabello corto y cobrizo. Testigos la describen como de estatura baja y delgada, en el momento del incidente, vestía una chaqueta desgastada ancha y oscura. El gobernador insiste en que su intención es simplemente expresar su gratitud personalmente y asegurarse de que esta valiente alma reciba el reconocimiento que merece."

Un ligero movimiento de la cámara y la imagen de la presentadora volvió a llenar la pantalla, sus ojos escudriñando a través del lente como si pudiera ver a cada espectador.

"Si usted tiene alguna información sobre esta joven, se le insta a ponerse en contacto con las autoridades locales. Se ha establecido una línea directa para cualquier pista que pueda llevarnos a ella. El gobernador ha asegurado que quien le ayude a encontrarla tendrá una recompensa."

La transmisión volvió a mostrar el logo del canal de noticias, mientras la voz de la presentadora se desvanecía, dejando atrás un bar lleno de murmullos y especulaciones. Afuera, en las sombras, Bruma se alejaba, su cabello pelirrojo oculto bajo una capucha, su corazón latiendo al ritmo frenético de quien sabe que el mundo entero la está buscando. No quería ser encontrada, no por el gobernador ni por nadie, la gratitud de los poderosos a menudo venía con cadenas, y Bruma valoraba su libertad por encima de cualquier recompensa.

La ciudad de repente se sintió más pequeña, cada mirada una posible acusación, cada paso que daba un eco que podría llevarla al descubrimiento. Bruma sabía que debía moverse, que debía desaparecer aún más profundamente en las entrañas de Solazar, necesitaba pasar desapercibida para seguir ganándose la vida. La vagabunda de las sombras se adentró en la noche, su mente girando en torno a una idea fija: debía ser como el viento, presente pero intocable, sintiendo el mundo pero sin dejar que el mundo la sintiera a ella.

Un recuerdo asomó en la memoria de la joven, recordaba poco antes de que las calles se convirtieran en su hogar, en su realidad implacable. La ciudad, con sus altas torres y sus rincones oscuros, había sido su maestra, su enemiga y su única compañera desde que la memoria alcanzaba.

Ella y su hermana mayor, habían sido un dúo inseparable, dos pequeñas sombras que se movían sigilosas entre la multitud, sobreviviendo a base de pequeños hurtos y favores que el destino, en ocasiones, les otorgaba. Cuando la comida escaseaba, el robo era una necesidad, no una elección. Cada moneda que conseguían les pesaba en el alma, pero pesaba más el hambre en su estómago.

Bruma recordaba cómo su hermana le guiñaba un ojo antes de cada robo, como si cada acto fuera un pequeño secreto compartido solo entre ellas. La mayor siempre tomaba la delantera, con una confianza que Bruma admiraba y emulaba. Juntas, eran más que la suma de sus partes; eran una entidad que se completaba, que se movía con una sincronización perfecta, anticipando los gestos y pensamientos de la otra sin necesidad de palabras.

La muerte de su hermana había sido un golpe devastador, un acontecimiento que fracturó la realidad de Bruma en un antes y un después. Había sido una noche fría, una de tantas, pero esa trajo consigo una maldición disfrazada de neumonía que se llevó la vida de su única familia. Bruma, con tan solo trece años, sintió cómo el mundo se desplomaba. Desde entonces, su existencia se transformó en una lucha solitaria por sobrevivir día a día.

El silencio de las calles se llenaba ahora con los fantasmas de la risa y los susurros de su hermana, que parecían emanar de las grietas en las paredes. La ausencia de su hermana se había convertido en un vacío inmenso, una oscuridad que engullía incluso los recuerdos más luminosos.

Ahora, su vida era una serie de ciclos sin fin, de días que se confundían unos con otros, marcados solo por la lucha constante por encontrar algo de calor en el invierno, algo de sombra en el verano, y algo de paz en cualquier estación. Aprendió a construir una coraza alrededor de su corazón, una coraza que se reforzaba cada vez que veía la indiferencia en los ojos de los transeúntes.

En los días en los que lograba reunir suficiente dinero, Bruma alquilaba una habitación en la zona más deprimida de la ciudad. Era un lugar donde las paredes susurraban con los lamentos de sus innumerables inquilinos pasajeros, cada uno con una historia tan rota como la siguiente. En esos días, la soledad era su única compañía, una soledad que se extendía como un océano sin fin, en el que Bruma se sentía a la deriva.

Esa habitación se convertía en su refugio temporal, su santuario privado en un mundo que no ofrecía consuelo. La ventana rota, cubierta con un papel de periódico amarillento y desgarrado, permitía que el viento frío se colara, llevando consigo los sonidos de la ciudad que nunca dormía. Allí, Bruma se permitía soñar despierta, imaginando vidas alternativas donde el hambre y el frío eran solo malos recuerdos de un cuento de otra persona.

La habitación olía a humedad y a olvido, el colchón estaba tan desgastado que cada muelle parecía clamar por su jubilación. Pero para Bruma, ese miserable cuarto era un palacio comparado con la alternativa de dormir bajo puentes o en callejones olvidados, donde el peligro acechaba en cada sombra.

BrumaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora