Capítulo 31: Eternidad Compartida

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La fortaleza de Edric se alzaba imponente contra el cielo nocturno, sus torres como dedos oscuros arañando las estrellas. El viaje había sido un silencioso acuerdo de miradas y caricias furtivas, un preámbulo de la intimidad que ambos anhelaban consumar tras los muros de piedra ancestral.

Mientras se acercaban, la puerta de la fortaleza se abrió, revelando la silueta de Dragar, el vampiro maestro. Su figura era la de la autoridad y el poder, y su presencia en la fortaleza era un recordatorio de la política y las responsabilidades que aguardaban a Edric.

"La fortaleza esta reforzada, he pedido a varios de mis hombres que vigilen los alrededores, Volveré a mi morada unos días, por temas de la asamblea," anunció Dragar con una voz que resonaba como el viento a través de las criptas. "Pero no permitiré que mis asuntos interfieran con tu retorno y tu instrucción Bruma, estaré de vuelta en unos días."

Con un gesto de su mano, Dragar concedió a la pareja la privacidad que tanto deseaban. Edric asintió con un agradecimiento que no necesitaba palabras y tomó la mano de Bruma, guiándola a través de los pasillos de piedra que resonaban con ecos de una historia que solo ellos podían escribir.

La fortaleza, con sus sombras y susurros, parecía cobrar vida con la llegada de Bruma. Cada lampara que iluminaba a lo largo de los pasillos parecía ser más brillante, como si la misma estructura reconociera la luz que ella traía a la vida de su señor.

Al llegar a la estancia privada de Edric, la puerta se cerró tras ellos con un sonido final, sellando su mundo lejos de los ojos curiosos y las presencias inquisitivas. La habitación estaba bañada en la calidez de la luz de las velas, y la cama, un altar de seda y sombras, les invitaba con promesas de unión y éxtasis.

Edric se volvió hacia Bruma, sus ojos brillando con una mezcla de deseo y ternura. "He soñado con este momento en innumerables ocasiones" susurró, mientras acariciaba su rostro con la delicadeza de quien toca un tesoro invaluable. "Aquí, en el corazón de mi mundo, te ofrezco no solo mi amor, sino mi ser entero."

Bruma respondió a su toque, su cuerpo cantando con la anticipación del contacto que ambos habían anhelado. Edric la llevó a la cama, y juntos se entregaron a la pasión que había sido contenida por la distancia y el tiempo.

La noche se convirtió en su cómplice, envolviéndolos en un velo de intimidad que solo la oscuridad puede ofrecer. Las sombras danzaban en las paredes al ritmo de sus latidos, y el mundo exterior se desvanecía hasta que solo existían ellos dos.

En la entrega de Bruma, Edric encontró su redención; en la pasión de Edric, Bruma encontró su hogar. Unidos en cuerpo y alma, exploraron los paisajes de su amor, navegando por mares de sensaciones que solo los amantes pueden conocer.

Los gemidos de placer se entrelazaban con el crujir de las sábanas, y el aire se llenaba con el perfume de su deseo mutuo. En esa comunión, cada movimiento era un juramento, cada suspiro una promesa eterna.

Mientras la noche se deslizaba hacia la madrugada, Bruma y Edric yacían entrelazados, la esencia de su amor impregnando los muros ancestrales de la fortaleza. El silencio era ahora un testigo mudo de la profundidad de su conexión, una unión sellada bajo la mirada atemporal de las estrellas.

En los brazos del otro, encontraron la paz que solo el verdadero amor puede ofrecer, un refugio seguro en un mundo de sombras y luz, un puerto donde sus almas podían anclar a la espera de un nuevo amanecer.

La fortaleza, que había preservado sus susurros y gemidos, ahora guardaba el silencio de dos amantes sumidos en el sueño profundo del agotamiento y la plenitud. El futuro, un lienzo aún por pintar, aunque las sombras de la incertidumbre se cernían sobre ellos, su amor era una llama que iluminaba el camino hacia innumerables amaneceres.

BrumaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora