Capítulo 10: Refugio Temporal

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Observaba fijamente el vaho que escapaba de su taza de café, cuando la puerta de la cafetería se abrió con un tintineo sutil. La brisa nocturna se coló por un instante, agitando las páginas del periódico abandonado en la mesa vecina. Sin levantar la vista, sintió una presencia acercándose, una figura que se deslizaba con una tranquilidad inquietante.

El ayudante del gobernador, un hombre de aspecto impecable y mirada astuta, se sentó frente a ella. Bruma levantó la vista, su sorpresa apenas disimulada tras la fachada de calma que intentaba mantener.

"Señorita Bruma," comenzó el ayudante con voz suave, pero con un timbre que llevaba el eco de una amenaza velada. "El gobernador me ha enviado para hablar con usted."

El corazón de Bruma se aceleró. La idea de que Edric pudiera enviar a alguien tras ella no era algo que hubiera previsto. Apretó los dedos alrededor de la taza, buscando en ella un ancla a la realidad.

"¿Qué quiere de mí?" preguntó, intentando que su voz no delatara el miedo que sentía.

El ayudante sonrió, una curvatura de labios sin alegría. "Usted sabe bien lo que él desea. El gobernador siente... digamos, un cierto apego hacia usted. Y no está contento con su partida."

"Le he causado suficiente... molestia ya," replicó Bruma, eligiendo sus palabras con cuidado. "Dígale que no volveré."

"Me temo que no es tan simple," dijo el hombre, entrelazando sus dedos sobre la mesa. "Quiere que regrese usted en la mayor brevedad posible."

Bruma frunció el ceño, desconfiada. "¿Y si rehúso?"

El ayudante inclinó la cabeza, como si evaluara sus opciones. "No soy yo quien dicta las consecuencias, sino el señor. Pero, seamos francos, él no es conocido por su... generosidad hacia aquellos que lo desobedecen."

Un silencio tenso se asentó entre ellos. Bruma sabía que no podía confiar en las palabras de un emisario de Edric, pero tampoco podía descartar las implicaciones de su mensaje.

El hombre prosiguió calmadamente, "Usted tiene algo que a él le interesa, algo más allá de lo que la mayoría puede ofrecer. Su... esencia, por llamarlo de alguna manera, le ha cautivado."

Bruma sintió un escalofrío recorrer su espina dorsal. La idea de ser deseada por una criatura como el Edric por algo tan intangible como su 'esencia' era tan perturbadora como lo era el propio vampiro.

Su mente trabajando febrilmente en busca de una salida. "Necesito tiempo para pensar," dijo finalmente.

El ayudante del gobernador se puso de pie, su silla raspando contra el suelo. "Por supuesto," concedió, aunque su tono sugería que el tiempo era un lujo que Bruma no tenía. "Pero no demasiado. El gobernador no es conocido por su paciencia."

Con una reverencia cortés, el hombre en frente suya se levantó, listo para partir, pero como si hubiera olvidado impartir un elemento crucial de su mensaje. Se detuvo y giró sobre sus talones con una gracia que desmentía su apariencia burocrática.

"Un momento más, señorita Bruma," dijo con una voz que sugirió un cambio de tono, "El señor es consciente de las... complicaciones financieras que su situación actual puede acarrear. Él desea aliviar dichas preocupaciones."

De su chaqueta extrajo unos cuanto billetes y los colocó sobre la mesa con deliberación. "Él considera que su bienestar es de suma importancia," continuó el ayudante, su mirada fija en Bruma. "Y, como un gesto de su buena voluntad, le ofrece esta suma para que sus necesidades queden satisfechas."

Bruma contempló el dinero sin tocarlo, consciente de las cuerdas invisibles que vendrían atadas a cualquier regalo de Edric. "No necesito su dinero," replicó con firmeza, aunque la incertidumbre anidaba en su voz.

BrumaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora