Uno

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Gavi apenas escuchó el celular sonar, había pasado horas acurrucado con dolor en el suelo de la cocina. Simplemente se sentía tan aturdido que no podía levantarse de allí. Su lobo aullaba de forma lastimera, llamaba al Alfa mientras repetía su nombre entre lágrimas.

Miro el nombre de su amigo en la pantalla, atendió luego de unos segundos, llevando el celular a su oreja.

—Pe-Pedri... —Murmuró, su voz sonó completamente rota.

—¿Gavi? ¡Pablo!... ¿Como estas?

—A-alto le pasó a Robert... —Sollozó—. P-Pedro... El lazo se rompió.

—Pablo, estoy en camino hacia allá. ¿Me abrirás?

—S-si —Tartamudeó, asintiendo, aunque el otro no podía verlo.

—Pablo, ve hacia la puerta, estaré allí en dos minutos, ¿bien?

La castaña volvió asentir, sin decir nada. Pedri corto la llamada.

El Omega se levantó con esfuerzo, sosteniéndose de la pared para avanzar. Un miedo lo rodeó cuando sintió tanta soledad, su lobo no había dejado de llamar a su Alfa.

La puerta sonó con golpes firmes, aún del otro lado, Pablo pudo sentir el aroma de Pedro, aquel que pocas veces había podido percibir. Era un fuerte olor a bosque mezclado con algo fresco que nunca pudo descifrar, pero creía que era menta.
El olor familiar del Alfa lo hizo sentir un poco más segura, y al abrir la puerta solo pudo arrojarse a sus brazos. El menor lo abrazó con ganas, teniendo que alzarlo para llevarlo hasta el sillón, mientras el Omega escondía el rostro en su cuello para que el aroma pudiera calmarlo. Aunque no hacia el mismo efecto que tenía el aroma de su Alfa.

—Pablo... Lewan, él ya no... —El castaño comenzó a llorar más fuerte—. D-dijeron que el avión se estrelló, Gavi...

El Omega solo pudo llorar. Pedri cerró la puerta con su pie para ir hacia la sala, sentándose en el sillón con Gavi aún abrazado a el como un koala.

Pedro lo sujetaba con firmeza, intentando hacerlo sentir seguro con su aroma a Alfa, y que los terribles pensamientos de lo que iba a ocurrir y no afectará a su olor.

Robert había muerto, el lazo estaba roto, el Omega ya no tenía a su Alfa.

Estaba solo y débil, y su lobo ya estaba entrando en desesperación. Luego pasaría a la depresión por no tener a su pareja.

Pronto, Pablo iba a seguir con el mismo destino que su Alfa. Al ser Omega, difícilmente podría sobrevivir. Lo único que podría salvarlo sería encontrar a su pareja destinada, aunque esos ya no existían.

Y al final, Pedri iba a terminar solo, con sus amigos muertos.

A menos que las leyendas sean ciertas y haya algo más que hacer para poder salvarlo.

.•*

Suspiró con cansancio y removió sus oscuros cabellos por al menos tercera vez en los quince minutos que llevaba haciendo esos papeles.

Pronto tendría que ir a rendir el último examen que le faltaba para tener un ascenso. Ser enfermero a domicilio era considerado como lo más bajo en el ámbito de la medicina, y era con razones. Principalmente porque no trataba a pacientes de gravedad, además de que estaba habilitado a hacerlo gracias a unas materias extra que había hecho en el primer año, así que lo consideraban con poco estudio, ganaba poco, y los viajes lo hartaban.

Ahora, su mayor sueño era aprobar el examen que era dentro de unos días, y trabajar en el hospital con tranquilidad.

Su celular comenzó a sonar, y buscó debajo de sus apuntes hasta dar con la pantalla del aparato.

Atendió sin ver el número, su celular estaba disponible en anuncios y en internet para cualquiera que requiera un enfermero a domicilio.

—João Félix, ¿en qué puedo ayudarlo?

—H-hola, yo... soy Pedro, usted acompañó a mi abuela hace un par de años. Cuando el lazo se rompió. ¿Recuerda?

Frunció el ceño un poco e hizo memoria, hasta recordar vagamente el rostro de aquel chico. Si abuela había sido uno de los primeros casos de lazo roto que había tratado, y uno de los más tranquilos hasta el momento; su marido había muerto de vejez y ella le siguió unos días después, en donde se despidió con tranquilidad y disfrutó con su familia.

—Si, si recuerdo —Dijo.

Necesito su atención de nuevo... M-mi amigo, el perdió a su Alfa hoy y usted cuido muy bien de mi abuela, podría... ¿Podría hacer lo mismo por el?

—En serio no tendría problema, pero en este momento yo...

—Por favor, Joao —Suplicó—. Es la mejor. Y l-le pagaré lo que sea necesito, en serio, no confío en otra persona para cuidarlo.

Yo... —Detuvo sus palabras. Si había algo que odiara más que su trabajo, era no hacerlo.

Sonaba irónico, pero odiaba la culpa que lo carcomía cada vez que tenía que rechazar ayudar a alguien que lo necesitaba, aún si estuviera muy ocupado con miles de cosas y otros pacientes, no le gustaba negar sus servicios y conocimientos, y eso lo odiaba más que le provocaba el trabajo.

—Está bien, ¿cuando quiere que empiece?

Lo más pronto posible.

—Prepararé mis cosas e iré enseguida —Dijo, mirando todos aus apuntes—. Páseme la dirección por mensaje a este mismo número, y quédese allí hasta que yo llegué.

—Gracias, muchas gracias —Susurró Pedro, y Joao solo hizo un ruido afirmativo antes de colgar, volviendo a suspirar mientras miraba todo lo que tenía que guardar, porque se los llevaría sin dudar, encontraría tiempo para estudiar.

Atender a un Omega con el lazo roto era un trabajo que abarcaba más veinticuatro horas del día si es que no había nadie más para estar con el Omega, como algún familiar o amigo cercano. Y al no saber qué pasaría con este paciente, llevó unas mudas de ropas y sus apuntes.

Recibió el mensaje de Pedro, y lo agendó con su nombre para estar prevenido. Tomó su abrigo antes de ir a la parada de taxis más cercanas, dándole la dirección al conductor.

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Our Last Days | GalixDonde viven las historias. Descúbrelo ahora