Diez

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Pedri soltó un suspiro agotado. Frustrado, se sintió al borde de las lágrimas de nuevo, ahora además de que su mejor amigo iba a morir, lo había molestado en su punto más sensible, y conocía al sevillano lo suficiente para saber que era un testarudo para disculpar a otros.

—Pedro —Escuchó la voz de João, y miró sobre su sobre su hombro al chico, quien apretaba ligeramente la mandíbula, al punto de que algunos músculos de su cuello se notaban—. Esto es difícil para los dos, lo sé, pero por más que tengas la razón... A veces hay que tragarse las las palabras para que cosas así no pasen. Luego te vas a arrepentir de esta pelea tonta, así que... Cuando te calmes un poco pueden hablar, ¿Te parece?

El alfa asintió sin más, volviendo a fijar la vista en la mesa.

Por su parte, João respiró agitado varías veces intentando calmar a su lobo, quien estaba enojado por una razón que le parecía absurda, puesto que no era nadie para enojarse porque el pequeño omega se había sentido mal con unas palabras bruscas de la cruda realidad.

Se sentía mal porque lo habían lastimado, y no sabía si estaba bien.

Entró al cuarto del castaño, lo encontró sentado en el sillón de la vengada de la habitación, mirando al cielo del exterior.
Sus ojos se veían aún más claros de lo que eran y se notaban todas las lágrimas por sus mejillas. No pudo evitar quedarse unos segundos completos en la puerta, admirándolo,
con la boca entreabierta y una extraña sensación en su corazón que no sabía definir si eta era buena o mala, lo vio mover aus labios en silencio, hablando hacia el distante infinito de aquel cielo.

Hasta que por fin pudo avanzar lentamente con algo de... ¿Miedo? Estaba más cercano a ser timidez, pero aún así no entendía el por qué de aquella sensación, nunca ninguna persona lo había hecho sentir así, menos un paciente.

—Pablo —Posó su mano con suavidad sobre su hombro, y éste se giró ligeramente para verlo, sabiendo que lucia penoso, no le importaba en realidad, le miró luciendo tan penoso como
sabía que era.

João relamió sus labios con nervios.

—No dejes que lo que dijo te afecte mucho... Solo hará que empeores, las emociones negativas te afectan y mueres un poco más.

—João... ¿Y si me ahorro todo esto?

El frunció el ceño, ladeando la cabeza. Pablo le hizo espacio en el sillón, y se sentó en este, apoyando un costado en la ventana.

—Si voy a morir igual... ¿Por qué no me mato y ya? —Preguntó—. ¿Tienes remedio para que pueda
hacer eso?

El portugués negó.

—No puedo permitirlo —Dijo—. No te los daré y tampoco voy a dejarte hacerlo —Su tono fue contundente.

—¿Vas a dejarme sufrir días entonces? —Alzó las cejas mínimamente, lució como un cachorro herido y a João eso le dolió en lo más profundo de su pecho.

—Quiero hacer tus días felices... —Musitó, pero Pablo negó.

—No lo son, no sin Lew, no sin mi alfa... No sabiendo que podría ahorrarme todo este sufrimiento, todo este malestar... João, nunca estuve de acuerdo con el suicidio, pero creo que esta vez... Esta vez si.

João no sabía que responder a eso, pero se negaba con todo su ser a que las cosas terminaran así.

Por dentro, su lobo estaba atento al de Pablo quien, a diferencia del humano que pedía un final, este pedia ayuda, y le parecía raro que pudiera escucharlo claramente.

—Ven... —Pidió, abriendo sus brazos hacia él. Pablo se acercó y se sorprendió un poco cuando el beta tomó su cintura y lo acercó a él, sentándolo en su regazo y acomodándolo para que reposara entre su hombro y cuello, dejando que su suave aroma a madera lo llenara y, en un impulso extraño que no sabía de dónde había salido, apoyó sus labios sobre la marca. En lugar de sentirse incómodo, de dolerle el contacto, de protestar, Pablo se sintió completo de nuevo, —con todas las grietas de su interior cubiertas.

Our Last Days | GalixDonde viven las historias. Descúbrelo ahora