Un volcan. Una pelea. Un beso.

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La oscura maleza del laberinto se cerró de golpe, separándome de Andy. Traté de avanzar en la penumbra, pero las espinas retorcidas y las paredes en constante cambio me confundían.

—¡Andy! —mi voz resonaba sin respuesta.

La inquietud crecía mientras intentaba orientarme en la maraña de pasillos y recodos del laberinto. Cada giro parecía llevarme más lejos de ella. Desesperado, conjuré las corrientes del laberinto para intentar percibir su presencia, pero Andy estaba fuera de mi alcance.

Cuando finalmente llegué a un claro, no había rastro de Andy. Una extraña mezcla de rabia y temor se apoderó de mí mientras me forzaba a seguir adelante, buscando cualquier indicio de su paradero en el laberinto impredecible.

(...)

Andy se movía como una danza de sombras entre los telekines en la penumbra del laberinto. Su agilidad y rapidez eran impresionantes; esquivaba los ataques con giros elegantes y respondía con puñetazos cargados de fuego. Cada golpe era una manifestación de su habilidad y valentía.

Las llamas danzaban en sus puños, arrojando destellos de luz a medida que enfrentaba a sus adversarios. Un telekines trató de embestirla desde la izquierda, pero Andy anticipó el movimiento y le esquivó con un salto acrobático. En la caída, propinó un puñetazo ardiente que hizo retroceder al atacante.

No obstante, la superioridad numérica se hizo evidente. Los telekines coordinaron sus esfuerzos, utilizando sus habilidades para cerrar el paso y atacar. Andy contraatacaba con ráfagas de fuego, pero ellos se movían con astucia para evitar las llamas.

En un momento crítico, uno de los telekines desapareció entre las sombras y apareció detrás de Andy. Ella sintió el peligro inminente y se lanzó hacia adelante, rodando por el suelo para evadir el ataque sorpresa. Mientras se incorporaba, sus puños resplandecieron con fuego renovado.

A pesar de sus habilidades sobresalientes, Andy no podía hacer frente a la abrumadora cantidad de enemigos. Uno de los telekines desenvainó una daga, mientras otro logró atrapar a Andy de los brazos, un solo segundo antes de que se soltara, pero fue más que suficiente.

Ese movimiento estratégico, hizo que el monstruo de la daga lograra enterrarsela en un costado. Soltó un grito tan fuerte que estaba segura que donde quiera que estuvieran Percy y Annabeth la escucharían.

Andy, malherida pero sin rendirse, pudo ver en la pared como se abría una puerta. No lo dudo, con sus últimas fuerzas. Corrió por los laberínticos pasillos hacia la puerta, perseguida por sus atacantes.

(...)

Apenas lo había dicho cuando la puerta de la clase explotó y los jóvenes telekhines
salieron atropelladamente por el hueco.
Tropezaban unos con otros, tratando de
averiguar por dónde debían seguir para lanzarse al ataque.

—Ponte otra vez la gorra —dije—. ¡Y lárgate!
—¿Cómo? —chilló Annabeth—. ¡No! ¡No voy a dejarte aquí!
—Tengo un plan. Yo los distraeré. Tú puedes usar la araña metálica. Tienes que encontrar a Andy, no podemos dejarla sola.
—Pero ¡te matarán!
—Todo saldrá bien. Además, no tenemos opción.

Annabeth me miró furiosa, como si tuviera ganas de darme un puñetazo. Y entonces hizo una cosa que me sorprendió todavía más. Me besó.

—Ve con cuidado, sesos de alga. —Se puso la gorra y desapareció.

En otras circunstancias, probablemente me habría quedado allí sentado el resto del
día, contemplando la lava y tratando de recordar cómo me llamaba. Pero los demonios marinos me devolvieron bruscamente a la realidad.

El amor y los semidioses.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora