Batalla contra un Titán.

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Andy, con su hacha y el poder del fuego que podía crear, se unió a la pelea. Thalia enfrentaba a Luke, y la energía del escudo de Thalia hacía huir a las mujeres-dragón de la guardia de Luke. Sin embargo, el titán seguía siendo rápido con su espada, Backbiter. En medio del enfrentamiento, una bola de fuego apareció entre Thalia y Luke.

En un arrebato de valentía, Andy se lanzó al ataque contra el titán Atlas. Este, divertido, desplegó una jabalina, transformando su traje en una armadura de combate griega.

—¡Vamos allá! —exclamó Andy.

—¡Percy! —advirtió Zoë—. ¡Cuidado!

Andy, portando su hacha y desatando llamas controladas, enfrentó a Atlas. Sin embargo, en su audacia, Percy atacó al titán, desencadenando toda su furia. Atlas contraatacó golpeando a Percy con el mango de su jabalina, lanzándolo contra un muro.

Annabeth, en medio de su propia lucha, observaba con preocupación. Zoë lanzó una flecha, pero Atlas se burló de su intento. La situación empeoraba.

—¡Estúpido! —gritó Atlas, apartando una flecha de Zoë—. ¿Te creíste capaz de desafiarme después de enfrentar a ese insignificante dios de la guerra?

Andy, intentando alcanzar un estanque cercano para multiplicar sus fuerzas, se topó con la punta de la jabalina de Atlas. A pesar de su destreza con el hacha y el fuego, Atlas la golpeó, haciéndola retroceder.

Percy, sin su espada, intentaba resistir los ataques de Atlas. La advertencia de Ares resonaba en su memoria: "Cuando más la necesites, tu espada te fallará." La jabalina de Atlas se cernía sobre él, y la espada de Percy parecía pesar una tonelada.

Annabeth, aún luchando contra sus ataduras, observaba impotente. Zoë, con un arco tenso, apuntaba a Atlas.

—¡Corre, chico! —instó Artemisa a Percy.

Atlas se acercó a Percy con desdén, y la situación parecía desesperada. La espada de Percy se le había escapado de las manos.

Atlas se acercaba sin prisas, y Percy, sin su espada, sentía la desesperación. La espada, Contracorriente, volvería a aparecer en su bolsillo en unos segundos, pero ya sería demasiado tarde. Luke y Thalia luchaban intensamente, y los relámpagos iluminaban su combate. Annabeth, en el suelo, forcejeaba con sus ataduras.

—Muere, pequeño héroe —declaró Atlas, alzando su jabalina para traspasar a Percy.

—¡No! —gritó Zoë.

En un abrir y cerrar de ojos, varias flechas se incrustaron en la axila del titán. Atlas rugió de dolor y se volvió hacia su hija. Percy, palpando, notó que ya tenía Contracorriente en el bolsillo, pero sabía que no podría enfrentarse a Atlas solo.

Un escalofrío recorrió a Percy al recordar la profecía: "A la maldición del titán uno resistirá." Sabía que él no podría acabar con Atlas, pero había alguien que tal vez sí. Dirigiéndose a la diosa Artemisa, Percy le dijo:

—El cielo. Déjamelo a mí.

—No, chico —respondió Artemisa, con el sudor perlado en la frente—. No sabes lo que dices. ¡Te aplastaría!

—¡Annabeth lo sostuvo!

—Y ha sobrevivido por los pelos. Ella contaba con el temple de una auténtica cazadora. Tú no resistirás tanto.

—Igualmente voy a morir —repuso Percy—. ¡Déjame a mí el peso del cielo!

Sin esperar respuesta, Percy sacó Contracorriente, cortó las cadenas de Annabeth y se preparó para soportar el peso del cielo. Junto a Artemisa, con una rodilla en el suelo, alzó las manos y tocó las nubes frías y espesas. El peso era abrumador, como si mil camiones lo estuvieran aplastando.

Con el esfuerzo sostenido, Percy resistió, aunque cada músculo de su cuerpo ardía. La voz de Grover en su interior le recordó que no debía rendirse. Concentrándose en la respiración, Percy intentó sostener el cielo unos segundos más, pensando en el sacrificio de Bianca.

La visión se volvía borrosa, pero Percy se aferraba al propósito. Observó la batalla con imágenes difusas, viendo a Atlas, Artemisa, Zoë y Thalia en pleno enfrentamiento. Cada músculo de Percy temblaba, pero mantenía la firmeza.

Atlas hostigaba a Artemisa, y la diosa, ágil como un depredador cambiante, esquivaba sus golpes. Zoë disparaba flechas a su padre, buscando las junturas de la armadura. Thalia y Luke luchaban con intensidad, Thalia con el escudo desafiante.

En ese momento, Andy, con un hacha en mano y el fuego que podía crear, se unió nuevamente a la pelea. Mientras Zoë disparaba flechas certeras, Andy desencadenó el poder del fuego, arrojando llamas hacia Atlas. La combinación de ataques provocó un caos momentáneo en el campo de batalla.

Con el correr del tiempo, la fatiga y el dolor se apoderaban de Percy, pero persistía. Atlas avanzaba, intentando doblegar a Artemisa. La diosa, herida, no se levantaba. Andy, con su habilidad para controlar el fuego, mantenía a raya a las criaturas que intentaban intervenir.

Percy estaba decidido a resistir hasta el final, incluso cuando Atlas se volviera hacia él. Finalmente, Artemisa, en un último esfuerzo, se zafó de la carga, dejando a Percy solo con el peso del cielo. Aunque exhausto, Percy aguantó hasta que Atlas, desafiado por la valentía de Artemisa, quedó atrapado de nuevo bajo la antigua carga.

(...)

—Zoë...

—Estrellas —murmuró—. Las veo otra vez, mi señora.

Una lágrima resbaló por la mejilla de Artemisa.

—Sí, mi valerosa amiga. Están preciosas esta noche.

—Estrellas —repitió Zoë.

Sus ojos se quedaron fijos en el cielo y ya no se movió más. Thalia bajó la cabeza. Annabeth se tragó un sollozo y su padre le puso las manos en los hombros. A Andy le recorrían las lagrimas por las mejillas, trate de darle apoyo dándole un apretón en el hombro. Artemisa hizo un cuenco con la mano y cubrió la boca de Zoë, al tiempo que decía unas palabras en griego antiguo. Una voluta de humo plateado salió de los labios de la cazadora y quedó atrapada en la mano de la diosa.

El cuerpo de Zoë tembló un instante y desapareció en el aire. Artemisa se incorporó, pronunció una especie de bendición, sopló en su mano y dejó que el polvo plateado volara hacia el cielo. Se fue elevando, centelleó y se desvaneció por fin.

Durante un momento no ocurrió nada. Entonces Annabeth ahogó un grito. Levanté la vista y vi que las estrellas se habían vuelto más brillantes y formaban un dibujo en el que nunca había reparado: una constelación rutilante que recordaba la figura de una chica... de una chica con un arco corriendo por el cielo.

—Que el mundo aprenda a honrarte, mi cazadora —dijo Artemisa—. Vive para siempre en las estrellas.

El amor y los semidioses.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora