¿Por dónde naciste?

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Los muros de piedra adquirieron un brillo candente y el aire se enrareció. Daba la sensación de que caminábamos por un horno. El pasadizo descendía en una pronunciada pendiente y al fondo se oía un gran rugido, como el fragor de un río de metal. La araña se deslizaba a toda velocidad; Annabeth la seguía de cerca.

—¡Eh, espérame! —le grité.
Ella me echó una mirada por encima del hombro.
—¿Qué?
—Hay una cosa que ha comentado Hefesto antes... sobre Atenea.
—Ah, que juró no casarse nunca —respondió Annabeth—. Como Artemisa y Hestia. Es una de las diosas solteras.

Parpadeé, perplejo. Era la primera vez que oía decir aquello de Atenea.
—Pero entonces...

—¿Cómo es que tiene hijos semidioses?

Asentí. Seguramente me había ruborizado, pero hacía tanto calor allí dentro que
Annabeth no lo notó.

—Percy, ¿tú sabes cómo nació Atenea?

—Brotó de la cabeza de Zeus con la armadura completa. O algo así.

—Exacto. No nació de la manera normal. Surgió literalmente del pensamiento. Y
sus hijos nacen del mismo modo. Cuando Atenea se enamora de un mortal es algo
puramente intelectual, tal como amó a Ulises en las antiguas historias. Es un encuentro de las mentes. Ella diría que es la forma más pura de amor.
—Entonces tu padre y Atenea... tú no fuiste...
—Nací de parto cerebral —me confirmó Annabeth—. Literalmente. Los hijos de
Atenea brotamos del pensamiento divino de nuestra madre y del ingenio mortal de
nuestro padre. Se supone que somos un regalo, una bendición de la diosa a los hombres que ella ha elegido.
—Pero...
—Percy, casi he perdido de vista a la araña. ¿Pretendes que te explique ahora los
detalles exactos de mi nacimiento?
—Eh... no. Ya está bien.
Esbozó una sonrisa socarrona.
—Me lo imaginaba.

El amor y los semidioses.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora