Capítulo 12

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Nolan

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Nolan

Ya no hay Hawaii. Ya no hay caricias, besos en la mejilla, en la frente. Ya no hay muestras de cariño ni palabras de amor. Ya no hay excusas para darle un abrazo ni quedarme en la misma cama cuando a media noche dormida pronuncie mi nombre.

Y yo, como fiel masoquista, quiero de eso y más. No puedo quedarme de brazos cruzados cuando lo único que deseo es volver a sentir su delicada piel bajo mi tacto o la satisfacción de saber que dormida, mi nombre se escapa de sus labios. Llamándome inconscientemente y haciéndome saber, que tal vez no estoy tan loco. Que sentir que todavía forma parte de las piezas que arman lo que soy no sea tan descabellado y que, tal vez, yo también sea una pieza importante en su vida. Que somos las piezas de un puzzle que aunque dos de sus piezas fueron separadas, hay otra oportunidad de juntarlos y armar de nuevo el rompecabezas.

Puede que solo sea un recuerdo, puede que lo que siento solo sea el efecto de volver a vernos.

Pero, de cualquier forma, lo estoy sintiendo.

Y puede que lo mejor sea odiarla, alejarla y no sentir lo que me hace quererla. Menos que después de todo lo vivido se marchara dejando palabras impresas que parecían cuchillas cortando mi alma.

Lo sé, aún así, aquí estoy. Frente a su puerta. Con la vista clavada en ella, pero mirando a la nada. No sé con exactitud la cantidad de minutos que llevo sin reaccionar y levantar mi mano para tocar el timbre. Tal vez, no tener una buena escusa para estar aquí sea la causante o quizás, no soy lo suficientemente valiente para reconocer en su cara que el único y verdadero motivo por el que estoy frente a su puerta es porque tengo unas ganas inmensas de verla.

Vamos, Nolan. Solo hay que tocar el timbre. Me animo y no muy seguro ejerzo una leve presión por el pequeño botón que emite un sonido apenas perceptible desde mi posición.

El resonar de unos pasos en el interior del departamento se penetra en mi audición a medida que se acerca. La puerta se abre dejándome verla y sin poder evitarlo una sonrisa divertida curva mis labios.

—¿Qué haces aquí? —pregunta al instante, su ceño fruncido es el causante de que no suelte una carcajada.

—Estaba cerca y decidí pasar por aquí —miento —¿Puedo pasar?

La inseguridad está impresa en sus facciones, aún así se hace a un lado y con un ademán me invita al interior de su departamento.

—¿Qué haces aquí? —vuelve a preguntar dejando claro que no se creyó lo primero que dije.

Se sienta y la imito en el asiento que queda justo al frente del suyo.

Un poco de amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora