Prólogo

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19 de agosto de 1995

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19 de agosto de 1995

Dayana bajó las escaleras a toda velocidad, gritando entre lágrimas mientras perseguía a su madre, quien había descubierto la paloma que la niña escondía en su habitación. La había encontrado herida después de ser atacada por un grupo de «niños tontos con resorteras», como ella los llamó, y le fue incapaz dejarla sola, siendo la presa perfecta para los gatos de su calle.

—Aún no está lista —chilló la pequeña, siguiendo a su mamá hasta fuera de su casa y llamando la atención de su hermano y su padre—. Limpiaré los popos, te lo juro, solo déjame cuidarla unos días más. —Seguía insistiendo Dayana, pero su madre fingía no escucharla. Conocía a su hija y sabía que, aunque en ese momento lo decía en serio, no iba a cumplirlo en realidad.

Karen soltó la paloma, elevándola un poco y esta voló directo a la cabellera rubia de la niña, quedándose ahí por un segundo antes de marcharse. Ella lo tomó como un agradecimiento y sonrió satisfecha, orgullosa de sí misma y de lo que había hecho.

Al mismo tiempo que el ave aleteaba lejos, un pequeño y comodo auto familiar se estacionó frente a la casa vecina, en la que los anteriores días habían estado movimientos debido a la nueva familia que se mudaría.

Una mujer castaña y un hombre cabello pelirrojo bajaron del auto, seguidos de una niña de cabellera larga, del mismo color que la de su padre. Ambas familias se sonrieron y se acercaron para hablar. Dayana limpió sus lágrimas a escondidas, se aclaró la garganta y enfocó su mirada en la hija de sus nuevos vecinos.

La observó durante un rato, analizando cada parte de la niña de cabellos anaranjados, hasta entrecerró los ojos para enfocarse solamente en ella y no pudo evitar pensar en que su padre le había mentido al decirle que ella era la niña más linda. No podía ser verdad considerando la existencia de la pequeña que estaba a un metro de ella.

Sus padres estaban presentando a su hermano a los padres de la niña porque cuando la habían llamado a ella, estaba demasiado hipnotizada mirando a la pelirroja. Se acercó a ellos, dirigiendo su atención inmediata a la niña, ignorando los saludos de los adultos.

Ellos rieron con ternura, pensando en que Dayana debía estar demasiado emocionada por ser amiga de su hija y como querían que su pequeña se adaptara rápido, una amistad les parecía perfecta.

—Hola, soy Dayana. —Dejó ver su mejor sonrisa, estirando su mano para que su nueva vecina la estrechara.

—Ana. —Fue lo único que ella dijo, uniendo sus manos con una sonrisa tímida.

—¿Cuántos años tienes? —preguntó sin recibir respuesta—. Yo tengo nueve, voy a cumplir diez en diciembre.

—Yana, hija, Ana no habla español. —indicó su madre.

Dayana bufó. Eso complicaría un poco las cosas, ella jamás ponía atención en sus clases de inglés, pero aun así dio lo mejor de sí para comunicarse.

—Oh, uhm, Hello, uhm, yo Day...

Dayana, I know —Ana la interrumpió.

Yes, yes. Uhm, yo nine años. —Llevó una mano a su pecho, señalándose, modulando exageradamente.

Los adultos se echaron a reír.

—Yo eleven años. —La imitó.

Dayana no tenía idea de que era eleven, solo sabía los números en ingles hasta el diez. Le hizo una señal a su mamá para que se agachara y le pregunto el significado de aquella palabra, después regresó su mirada a Ana.

—¿Tienes once? Wow, eres grande, ¿por eso tu mamá te dejó pintarte el cabello de ese color o fue para que te parecieras a tu papá? —No pudo evitar dejar salir la emoción y la sorpresa en su voz.

I don't understand you, I'm sorry. —No te entiendo, lo siento.

—No sé qué dijiste, pero te miras muy bonita.

Los adultos volvieron a reír y empezaron a hablar entre ellos, mientras Dayana intentaba comunicarse con la niña bonita frente a ella.

—Y vamos a meterla de una vez a la escuela para que practique su español —dijo el papá de Ana.

—¡Yo puedo enseñarle! —Dayana no tardó ni un segundo en ofrecerse, emocionada por pasar más tiempo con su nueva vecina—. Sé hablar español, de hecho, mis profesores dicen que hablo mucho. —Infló su pecho con orgullo, sin saber que no era algo para presumir.

—Demasiado —agregó su papá, divertido.

Cuando Dayana se enamoróDonde viven las historias. Descúbrelo ahora