23. Descubiertas.

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—¿Hija, tienes algo que hacer hoy? —preguntó Karen a su hija menor, quien había estado descansando junto a Ana frente al televisor desde que llegaron de correr

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—¿Hija, tienes algo que hacer hoy? —preguntó Karen a su hija menor, quien había estado descansando junto a Ana frente al televisor desde que llegaron de correr. Dayana asintió.

—Ana y yo vamos a ver películas
—Bueno, eso suena divertido. Pero, ¿te importaría ayudarme a limpiar la casa de tu abuela? —preguntó su madre con una sonrisa amable.

Dayana frunció el ceño ligeramente, no muy entusiasmada con la idea de pasar el día, no solo limpiando, sino también con su abuela a quien no veía desde que la obligaron a llevarle la comida de año nuevo ya que la mujer nunca pasaba las festividades con ellos.

—Mamá, ¿no puedes hacerlo Ed? Tengo planes.

Karen suspiró, entendiendo la reticencia de su hija, a nadie le gustaba visitar a la abuela de la familia Costa desde que el abuelo de la familia había muerto.

—Lo siento, cariño, pero tu hermano ya fue la semana pasada, te toca a ti. Además, podrían hacerlo si van juntas, no tienes problema con eso, ¿verdad, Ana?

Dayana miró a Ana, buscando su apoyo con la mirada, sabía que su mamá tenía razón. Si Ana estaba con ella, cualquier tarea sería más llevadera. Ana le sonrió y asintió, mostrándole su apoyo y disposición para ayudar.

—Está bien, mamá —dijo finalmente la rubia, resignándose a su destino. Karen sonrió, agradecida, y ofreció las llaves de su auto a la mejor amiga de su hija—. Llévate el auto.

—¿Por qué no me lo dejas a mí? —preguntó Dayana con el ceño fruncido, recibiendo solo las cejas alzadas de su mamá—. Olvídalo.

Ana se levantó del sofá, seguida de su novia, y tomó las llaves del auto con una sonrisa agradecida hacia Karen, quien observó a las dos chicas salir con una sonrisa satisfecha en el rostro. Ni siquiera ella quería limpiar la casa de su propia madre.

El viaje en el auto fue tranquilo, con Ana conduciendo mientras Dayana miraba distraída por la ventana. Ambas chicas intercambiaron algunas palabras de vez en cuando y cuando por fin llegaron a la casa de la abuela, observaron la fachada elegante con frustración.

—Bueno, aquí estamos —dijo Ana, apagando el motor del auto y mirando a su novia con una sonrisa alentadora.

Dayana asintió y salió del auto, seguida de cerca por Ana. Caminaron juntas hacia la puerta principal y la mayor tocó el timbre.

Después de unos momentos, la puerta se abrió y una mujer mayor con arrugas en el rostro y una expresión fría y distante las recibió, apenas dirigiéndoles la mirada mientras las hacía pasar al interior de la casa. No hubo sonrisas ni un saludo afectuoso cuando entraron, en su lugar la mujer desapareció sin decir nada más, sabiendo que las muchachas solo venían a ayudarle con la limpieza.

—Ella me aterra —susurró Dayana, temiendo que su abuela pudiera escucharla.

—Sí, es muy rara —coincidió—. No sé como se casó con tu abuelo, él era muy divertido.

Cuando Dayana se enamoróDonde viven las historias. Descúbrelo ahora