20. Brinca.

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Como casi todas las mañanas desde navidad, lo primero que vio Ana al despertar fue el rostro de una Dayana profundamente dormida

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Como casi todas las mañanas desde navidad, lo primero que vio Ana al despertar fue el rostro de una Dayana profundamente dormida.

Con atención y delicadeza, recorrió con la mirada cada detalle que amaba: la suavidad de sus pestañas, la curva apacible de sus labios y los mechones dorados cayendo por su rostro. La piel de Dayana resplandecía con la luz matutina y Ana sintió perderse en la belleza de la más joven, solo percatándose de que también estaba despierta cuando sus labios se curvaron en una sonrisa.

—¿Estás mirándome dormir, rara? —Ana respondió con una risa ahogada a la sonrisa burlona de su novia y sus ojos juguetones.

—Es que eres hermosa, incluso cuando duermes.

Dayana, nerviosa por las palabras lindas que salieron de la boca de Ana, se estiró perezosamente para disimular el calor de sus mejillas y rodeó la cintura de Ana con sus brazos, atrayéndola hacia sí.

—Dime algo que no sepa, bonita —contestó recuperando la compostura.

Ana volvió a reír y acarició con ternura el rostro de Dayana—. ¿Estás lista para hoy?

—Totalmente, pero te advierto que, si Jess se enamora de mí, me iré con ella sin dudarlo.

La pelirroja alzó las cejas con una sonrisa retadora—. Ah, ¿sí? —Dayana asintió—. Entonces te advierto lo mismo sobre Andrea —dijo tratando de ganarla a su novia, pero esta siempre parecía tener algo para rematar.

—Andrea, cierto. ¿Tienes un fetiche con las rubias o algo así? —Una sonrisa traviesa se asomó en el rostro de Dayana y Ana no supo hacer más que chasquear la lengua y separarse de su novia—. Ya me tengo que ir, ¿verdad?

Ana asintió—. Voy a tu casa después de desayunar para prepararnos. —La menor se sentó en la orilla de la cama, buscando con la mirada sus zapatos.

—Sigo sin entender porque tengo que escabullirme —renegó, tomando un suéter del armario de su novia y se vistió con él—, antes de esto también dormíamos juntas.

—Pero no todos los días, Day, no podemos arriesgarnos a que noten cambios en nuestra amistad —contestó Ana, sentándose en el mismo lugar en el que estaba acostada. Su novia la miró por unos segundos antes de bufar y caminar a la ventana—. Day, no puedes enojarte, sabes que esto es lo mejor. Si ellos se enteran...

—Lo sé, lo sé. —Apretó la mandíbula y suspiró con fuerza para liberar su frustración. Ella tampoco estaba lista para gritar a los cuatro vientos a quien amaba, pero no le gustaba esconderse y actuar como si lo que hacía fuera un crimen. Y era exactamente lo que Ana le pedía.

—Day...

—No pasa nada, te espero en casa para prepararnos —dijo antes de salir por la ventana de su novia. Ana la miró desaparecer, reconociendo el tono decepcionado de su voz antes de hacerlo, su rostro expresando el arrepentimiento y el deseo de ir tras ella, y aun así no lo hizo.

Cuando Dayana se enamoróDonde viven las historias. Descúbrelo ahora