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—No deberíamos estar aquí. —susurraba la castaña con un notable temblor en la voz causado por el miedo que le producía estar en aquel lugar. La oscuridad los rodeaba y a pesar de tener las habilidades y conocimientos necesarios para sobrevivir Daniela temblaba del pánico, no era su primera misión, pero nunca le gustó salir de los planes ya establecidos para llevar las cosas a cabo con total éxito.

—No pasará nada —le aseguró su compañero de misión, Mario Ruiz, un joven prodigio en las misiones de búsqueda y rescate. Sus pasos eran seguros; a diferencia de los de su compañera le encantaba improvisar sobre la marcha ya que aseguraba que ingeniárselas en el camino era la clave de sus victorias —. Ellos esperan que entremos por la parte trasera —le explicaba escondiéndose entre los arbustos seguido de la chica —, pero nosotros entraremos desde arriba, caeremos justo en el ático sin hacer ruido y para ellos será una jugada totalmente inesperada.

—¿Se puede saber por qué me escogiste a mí y no a Johann como de costumbre? —cuestionó observando sus alrededores. Algo le decía que la información que les propinaron estaba inconclusa, había demasiados vacíos en la explicación que recibieron.

—Eres la mejor estratega que conozco —avanzó un poco más mirando que no hubiese nadie cerca para acercarse al árbol que usarían para trepar —. Necesito a alguien que pueda idear un plan en medos de dos minutos en caso de una emergencia.

Con cautela y agilidad ambos llegaron a la copa del árbol la cual le daba fácil acceso al techo sin llamar mucho la atención. Una vez arriba avanzaron hasta la parte del techo que pertenecía al ático notando el traga luz que este poseía.

—Parece vacío. —comentó Daniela observando el lugar desde los cristales del traga luz.

—Está oscuro, quizás haya alguien o algo ahí adentro —con cuidado y cautela tomo los bordes del marco del cristal retirándolo, dejando libre acceso al lugar —. Tú me sigues. —en un movimiento rápido Mario atravesó el traga luz bajo la atenta mirada de Daniela quien se preparaba para seguirlo.

—Por favor que esto salga bien. —susurró.

Una vez adentro notó a Mario a su lado. El ático estaba totalmente oscuro lo cual les prohibía ver más allá de sus propias narices, pero parecía realmente vacío. El ambiente del lugar estaba tenso y un olor putrefacto inundaba el lugar.

—No hay nada...—un sonido llamó la atención de ambos logrando que las palabras del chico quedaran en el aire.

Metal.

Eso era lo que se escuchaba, metal arrastrándose pesadamente por el piso de madera del ático. Pisadas arrastrándose con fuerza logrando un eco ensordecedor. Mario chasqueo dos veces sus dedos, logrando que de la punta de estos saliera una pequeña llama azul iluminando escasamente el lugar. Su ceño se frunció al ver que a unos pasos se encontraba lo que parecía ser una persona de pie, aunque apenas, gracias a la poca iluminación, se lograban ver sus manos rodeadas por cadenas notablemente pesadas.

—Se están arriesgando mucho al estar aquí —comento la persona frente a ellos. Su voz ronca y perezosa delataba su evidente agotamiento —. No debieron venir.

—¿Quién eres? —preguntó Mario con seriedad. Un suspiro de agotamiento se escapó de los labios de la desconocida.

—Alguien que cometió el mismo error que ustedes. —con lentitud se acercó a ellos entrando a su campo de visión. Sus ojos cansados y hundidos los observaban en la cercanía. Su cuerpo notablemente herido y desnutrido se encorvaba hacia adelante con dolor gracias al peso de las cadenas que la apresaban.

—Estamos tratando de encontrar a una joven. Desapareció hace unos meses y acabamos de tomar el caso para encontrarla. —contestó Daniela mirándola detalladamente sorprendiéndose al ver que no parecía asustada por lo que Mario había hecho.

—A ustedes los envió German Calle, ¿verdad? —cuestionó con burla. Sus ojos se posaron en la castaña analizándola detenidamente —Tú debes ser su hija, Daniela Calle.

—¿Conoces a mi padre? —cuestionó la castaña con seriedad.

Una risa sarcástica salió de la chica —Es un cobarde —murmuró enfureciendo a la chica frente a ella —. Solo piensa salvar su pellejo...Me sorprende que te enviara a ti —sonrió con gracia —, su hija pequeña, la luz de sus ojos. —añadió con sarcasmo.

—Mi padre nunca me pondría en peligro. –aseguró la castaña.

—¿Entonces por qué parece que en realidad no saben a quién buscan? —cuestionó.

El silencio inundó el lugar, tenía razón, ambos iban a ciegas, su padre se había negado a darles una foto de la chica, dejándolos con una vaga explicación de su aspecto y su nombre. Existía la posibilidad de que ella fuese a quien buscaban o que simplemente fuese víctima de otro grupo de cazadores, sea como sea tenían que sacarla de ahí.

—No tienen ni idea de quien es a quien buscan.

—Hay que sacarla de aquí. —inquirió Mario ignorando la actitud de la chica —. German sabrá qué hacer con ella.

—Otro de sus perritos falderos —se burló—, también te ha dicho que eres el mejor de tu camada ¿no? —argumentó. El chico la miro con un semblante totalmente serio— Que pronto serás su mano derecha...el heredero de la bola de estúpidos que lo siguen fielmente.

—Yo la libero, tú prepara la subida. —Mario asintió a las palabras de la castaña.

Calle se acercó a la chica llevando sus manos a las cadenas que apresaban, soltándolas al instante al sentir como su piel ardía con fuerza al tocar el material. La más baja la miro sin expresión alguna.

—¿Qué es esto? —preguntó Daniela con notable dolor en su voz.

—Plomo.

—Creí que solo nos dañaba la plata. —susurró la castaña confundida.

—El plomo también es toxico para nosotros.

—Eres uno de los nuestros, ¿no?

—No me tienen aquí para cobrar por mi rescate. —sonrió divertida. Daniela le regresó la sonrisa.

—Intentaré romper las cadenas.

—Te harás daño, Daniela.

—Tenemos que sacarte de aquí.

—Déjame intentarlo.

—No tienes la fuerza necesaria.

—No me subestimes castaña. —Daniela asintió dando dos pasos hacia atrás.

La chica cerró los ojos por un momento formando puños con sus manos. Sus venas comenzaron a marcarse. Las cadenas de su brazo izquierdo comenzaban a cubrirse de hielo mientras que su las de su brazo derecho comenzaba a volverse de color naranja rojizo. Segundos más tarde ambas cadenas abandonaron sus manos.

—Soy más fuerte de lo que crees.

—Entonces usa esa fuerza para salir de aquí.

—Lo que usted ordene señorita.







...

Enigma.

Enigma

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