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Fuertes lluvias azotaban la ciudad aquella noche, lo que obligaba a muchos a permanecer en sus casas por seguridad.

Se habían reportado múltiples desapariciones en noches como aquella, era por eso que las autoridades habían ordenado un toque de queda para toda la ciudad durante las noches y tardes de lluvia.

—¿Nos veremos mañana siempre? —preguntaba Mario al otro lado de la línea. Calle guardaba algunas cosas en su despensa pensando su respuesta.

—No lo sé Mario —contestó —, sabes que últimamente a estado lloviendo mucho y muy fuerte, además con todo esto de las desapariciones no es muy seguro salir.

—¿Y si voy a tu casa mejor? Por la mañana, es que quiero verte. —insistia el joven.

—Eres terco cuando te lo propones Ruiz.

—Sí, cuando se trata de tí sí.

—Bien, mañana a las ocho de la mañana, así vienes a desayunar conmigo. —aceptó con una leve sonrisa.

El fuerte sonido de una ventana abriéndose de golpe la hizo dar un salto y soltar un leve grito que puso en alerta al chico con el que hablaba.

—¿Qué fue eso Calle? —cuestionó con preocupación.

—No lo sé, fue en la sala, creo que el viento abrió una ventana. —contestó no muy segura y sintiendo el miedo recorrerla.

—Dani, llama a la policía. —le pidió.

—No Mario, solo fue el viento seguramente. —tomando un cuchillo caminó con sigilo a la puerta de la cocina atenta a sus alrededores y a cualquier sonido extraño.

—Calle, no sabemos que fue, con todo lo que a estado pasando lo mejor es que llames a la policía. —insistia sintiendo aún más preocupado.

Sin decir nada Calle se inclinó un poco para asomarse desde la puerta y mirar en dirección a la sala y en efecto la ventana estaba totalmente abierta, agradecía haber dejado todas las luces encendidas. Miró con detalle el suelo dándose cuenta que no había rastro de agua o de huellas, solamente era el viento.

—Dani —hablaba Mario desesperado al otro lado del móvil —, Calle háblame, voy para allá.

—Calma Mario —le dijo con tranquilidad acercándose a la ventana para cerrarla está vez con doble seguro —, como te dije, solamente fue el viento.

—¿Segura? —preguntó.

—Segura, nos vemos mañana, ¿Sí? Estoy algo cansada y quiero dormir un poco. —con lentitud decidió volver a la cocina y terminar lo que hacía.

—Claro, cuídate mucho por favor. Hasta mañana. Descansa. Te quiero.

—Hasta mañana, yo también te quiero.

Tras colgar la llamada levantó la mirada antes de entrar a la cocina, quedando paralizada y sintiendo su corazón casi detenerse. El teléfono se resbaló inevitablemente por su mano cayendo al suelo dando un leve crujido, indicando que la pantalla se había roto.

Frente a ella se encontraba una mujer mirándola fijamente sin expresión alguna. Sus manos y diversos sectores de su ropa se encontraban manchados por un líquido rojo. Un escalofrío la recorrió por completo.

—¿Cómo entraste aquí? —cuestionó la castaña levantando el cuchillo en su dirección. Su pulso temblaba mientras la mujer seguía mirándola sin inmutarse.

Los latidos de su corazón eran tan fuertes que parecía que en cualquier momento saldría de su pecho. Estaba aterrada.

—¡¿Cómo entraste?! —le gritó, esperando que tal vez con eso logrará llamar la atención de sus vecinos, una idea estúpida ya que la intensa lluvia opacaria sus gritos.

—Baja el cuchillo. —le ordenó de forma fría aquella mujer, sin moverse ni inmutarse.

—¿Cómo carajos entraste? —la mujer frente no emitió respuesta a su pregunta y eso comenzaba a desesperarla.

—Baja el cuchillo y nadie saldrá herido. —el tono de su voz frío, severo, distante lograba ponerle la piel de gallina a la castaña quien temblaba en su lugar sin bajar el cuchillo.

—Lo haré cuando respondas a mis preguntas.

—Baja el cuchillo.

—¿Cómo diablos entraste?

—Por la ventana. —finalmente contestó. Daniela frunció el ceño aún presa del pánico.

—Eso es imposible. —argumentó con la voz temblorosa.

—No lo es —rebatió —. Yo entré por la ventana, al igual que él. —comentó señalando con su mano hacia su derecha.

Con temor Daniela giro un poco su cabeza mirando al lugar señalado soltando un grito aterrada al ver el cuerpo sin vida de un hombre en su cocina. Este estaba tendido en el suelo rodeado por un gran charco de sangre.

Dando pasos hacia atrás soltó el cuchillo, sintiendo como su espalda chocaba contra una pared. La mujer ni se movió de su lugar, solamente la miraba. Inexpresiva, estática, imperturbable.

—Lo mataste. —más que una pregunta era una afirmación. La mujer frente a ella había matado a aquel hombre.

—Para salvarte.

Daniela la miró aterrada e incrédula rogando a todos los Dioses que esa desconocida no fuera a matarla.

—No busco hacerte daño, solo quería salvarte —su voz se torno dulce de pronto, como si realmente pensara que había hecho algo bueno —, solo quiero protegerte.

—¿Quién eres? —el temblor en su cuerpo aumentó cuando la mujer se acercó a ella con una lentitud que lograba aterrarla.

—Eso no puedo decirtelo —le susurró llevando una de sus manos a la mejilla de la castaña quien se hiperventilo ante su tacto frío aunque delicado —, pero te prometo que nada ni nadie te hará daño.

Una sonrisa tiró de sus labios revelando sus dientes, algo que no pasó desapercibido para Daniela quien notó lo afilado de sus colmillos.

—Tengo que irme —cometó —. A partir de ahora voy a cuidarte.

Dándose la vuelta volvió a la cocina para limpiar todo y cargar el cuerpo sin vida del hombre sobre su hombro y acercarse a la salida. Dándole una última mirada y sonrisa a la castaña salió del lugar perdiéndose entre la oscuridad de la noche.

Durante todo ese rato Daniela fue incapaz de moverse presa del pánico y la conmoción.

¿Qué acababa de pasar?















...

Enigma.



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