Dejar ir

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Fue sumamente injusto.

Ilumina hubiera dado todo para que su hermanita quedase con ella allí en los Confines. Donde estarían seguras, lejos de los peligros de las fronteras del norte. Lejos de todo lo que se avecinaba.

Y por, sobre todo, estarían juntas.

Volver a verla después de casi un año de separación fue un enorme alivio. Pero a la vez sentía gran miedo al mismo tiempo. Ya que temía a su rechazo, después de todo lo que había pasado. Pero todas esas inseguridades se disiparon...Apenas pudo reconocerla.

Lejos había quedado Alas de la Casa Serrano, la Brujita del Páramo. Ruidosa, tosca, despistada, con su cabello salvaje y vestidos desordenados.

En su lugar había una niña bien peinada, vestida con delicadas telas color pastel, un fino velo cayendo por sobre sus hombros e instruida al hablar.

Nunca pensó que Alas llegara a tomarse el tiempo de preparar tanto su ropa como su cabello, en la forma allí en que estaba presentada.

La sacerdotisa que la acompañaba era Jíni, la heredera del Valle Inmaculado. De sangre pura de las Valquirias, con sus tradiciones intactas que era compartida y adoptada por todas las mujeres que se unieran a su Orden. Y Alas vestía a toda regalía como una valquiria ahora, era una de ellas ahora.

— La imaginaba más alta...— comentó Allen—. Las Valquirias tienen fama de ser grandes guerreras, esperaba ver una mujer enorme y fornida.

Estaban sentados en la mesa de desayuno, solo ella con Allen y Ben. Owen, Quinn y Dorian estaban encerrados en la oficina discutiendo sus pasos a seguir. Esta vez no la invitaron a participar, así que definitivamente era algo de los conflictos...cosa en la que no tenía opinión alguna que dar.

— Jíni es muy fuerte, viste como retuvo a aquel hombre en la Sala del Trono— intervino Ben, sus ojos iluminados de admiración ante el recuerdo. Seguramente el menor de los Casey solo había visto algo semejante por parte de su padre o su hermano Bricio.

Ilumina había visto a su madre hacer magia como esa.

Si, Jíni era bastante poderosa...Pero también muy adiestrada. La forma en que resolvía los conflictos y denuncias de la corte estaban cargadas de sapiencia y misticismo. Aquella muchacha, como sacerdotisa y valquiria, contaba con recursos con los cuales Ilumina solo podría soñar. Claramente recibió una estricta educación, y su hermana Alas estaba tomando ese mismo camino.

— La niña que la acompañaba era tu hermana, ¿verdad, Luli? —Inquirió Allen—. No se parecen mucho, más se parecía a la sacerdotisa.

Aquello de alguna forma dio en un nervio sensible de Ilumina: decir que su hermana de sangre se parecía más a una desconocida que a ella. Estaba por abrir la boca cuando Ben habló primero:

— ¿Qué? ¿Acaso pudiste ver su rostro?

A lo que Allen inmediatamente exclamó que no, riéndose. Claramente solo lo decía para molestar, o simplemente apuntar a lo obvio. Era cierto que Alas había heredado rasgos distintos a los de ella y sus dos hermanas más pequeñas. Pero era muy parecida a su madre, excepto por el cabello rizado, pero claramente era hija de su madre.

— Una cosa es segura: Owen está fascinado con ella— continuó el mayorcito de los hermanos—. Sabía que le interesaban mujeres como la sacerdotisa.

Ahora fue el turno de Ben de reírse.

Ilumina no podía creer lo chismosos que eran esos príncipes. Intentaba ignorarlos mientras organizaba la correspondencia que había llegado y la verdad no estaba interesada en escuchar más hablar de Jíni, todo lo que se hubiera podido decir de ella ya había sido dicho.

— Lo digo en serio, ¡a Owen hasta le brillaban los ojos! — insistió Allen, un pan volando a su cabeza por parte de Ben—. Lo conquistó completamente cuando tomó aquel veredicto en la sala del trono.

Ilumina ya había escuchado suficiente.

Llevaba casi un año allí; trabajando día y noche, revisando documentos, redactando actas, confeccionando la contabilidad y las finanzas, gestionando proyectos.

Pero un día aparece otra mujer... ¿e inmediatamente tiene toda la admiración y atención?

Estaba a punto de ponerse de pie, ya estaba juntando todos sus papeles para retirarse a su escritorio, en sus aposentos, para continuar trabajando en paz. Cuando cayó en cuenta de que...

Lo estaba haciendo otra vez...Esos celos enfermizos.

Esos mismos celos que le arruinaron la vida. Que la alejaron de su familia, que la llevaron a ese lugar, a esa posición. Ahí mismo recordó que ella, sobre todo ella, no era nadie para reclamar nada, ni agradecimientos ni atención.

"¿Acaso te has olvidado porqué estamos aquí, Ilumina?", resonó la voz de su consciencia.

Ilumina se recordó a sí misma que ella es la que debería estar agradeciendo y dando atenciones, y no viceversa. Ni Owen, ni Quinn, mucho menos los príncipes más jóvenes, le debían nada a ella.

Ella era quién les debía absolutamente todo.

Si no fuera por ellos, Ilumina estaría en la calle en ese preciso momento. O capaz ya hubiese muerto en la calle hace ya mucho tiempo.

Y aun así, se daba el lujo de ofenderse y sentir celos... Celos de una chica que ni conocía, que solo vio por un par de días. Y solamente, porque hablaban bien de ella. Porque ahora era esa otra chica quien cuidaba a su hermanita.

A estas alturas ya debería saber controlar mis impulsos, pensó Luli poniéndose de pie.

Necesitaba un paseo por el jardín y tomar aire. Y recordar su lugar en Los Confines. Porque ella no era una invitada. Ella era la esposa de Quinn, segundo en la línea del trono de la Tierras Malditas, hijo del difunto Maestro Sayer.

Y debía dejar atrás sus emociones inmaduras.

El Hijo de NahlaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora