Dejar ir II

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El jardín era su lugar favorito, los colores reinaban en los espacios. Flores amarillas, rosas, naranjas, eran vibrantes llenas de vida y resplandor. Los arboles no eran para nada semejantes a la majestad monstruosa de los ombúes del Páramo. Y el aire era fresco, perfumado, relajante.

Allí rara vez se cruzaba con alguna otra persona. Solo los jóvenes príncipes pasaban cada tanto jugando o entrenando, y algunos nobles en paseos matutinos. Estos último rara vez se acercaban a la chica, la saludaban respetuosamente de lejos, pero nunca se acercaban a conversar. 

Ilumina agradecía enormemente aquello, nunca gustó de las conversaciones forzadas.

Hacía tiempo ya había perdido interés en cualquier cosa que los miembros del consejo tuvieran para decir. Eran personas mayores que habían vivido un tiempo distinto y privilegiado en esa posición. Y por sobre todo, obtenido casi infinitas ventajas con el mandato de Sayer. Era una realidad que los cambios que Owen implicaba, o más bien que ella implicaba, eran algo muy fuerte para todo lo que ellos estaban acostumbrados.

La muchacha dirigió su vista al horizonte, a la ciudad, y más allá de las murallas, el océano. Desde la altura en la cual se hallaba el castillo, los dominios estaban a simple vista. Los Confines era un lugar bello pero a la vez intimidante, al menos para ella: una niña del Páramo. Las construcciones, las calles, la gente, la vestimenta, todo era distinto.

Era tan común las peleas en las calles, el ruido y el desorden. Había demasiado trabajo, tanto por hacer... Eran un pueblo guerrero, un pueblo que en la sangre solo llevaba combate y no paz. Y ella había sido llevada allí para construir una civilización y dejar atrás la barbarie. Por lo menos eso le dijo su esposo.

Quinn... 

Ilumina suspiró resignada. Qué farsa era aquello, y qué farsa era Quinn mismo. Todos sus discursos contra la barbarie y las políticas de su salvaje padre, mientras sigue la tradición de mujeriego de aquel mismo.

Hacía ya tiempo que había dejado de ser secreto para ella que Quinn tenía amantes, en un principio la enfureció, le hubiera lanzado toda la biblioteca encima si lo veía en ese preciso instante en que el rumor llegó a ella. Más que rumor, fue una confirmación por su criada Rosa. La anciana tenía oído de todo el palacio. Nada pasaba en esos muros sin que la anciana Rosa no lo supiere, nada pasaba entre esos muros que Ilumina no se enterara en consecuencia.

Y al parecer el encantador marido también tenía sus propios informantes, porque esa misma noche en la que Ilumina se enteró de todo, el bastardo bien se ausentó por días como para que ella lo procesara.

Para cuando Quinn reapareció, solo podía ofrecerle silencio e indiferencia. Después de todo, entre ellos no había nada. Él era su marido, pero solo en nombre, en título y nada más.



A lo lejos pudo sentir unas risitas joviales y femeninas. Le recordaron a como sus amiguitas en el Páramo solían reír cuando coqueteaban con algún desafortunado joven, receptor de sus insistentes atenciones. Cuan infantiles y ridículas eran, Ilumina incluida.

La Ilumina que ahora se encontraba allí en Los Confines ya no podría sentir esa alegría, esa inocencia. Esa parte de ella había sido ya destruida, descartada, muy atrás.

Fani, Suzana, Mattilde y Cristal. ¿Qué habrá sido de ellas? ¿Seguirán actuando de esa forma? En retrospectiva, Ilumina no podía evitar sentir vergüenza al recordar como sus amigas se comportaron con los príncipes apenas llegaron al Páramo.

Al parecer se estaba aproximando gente, porque las risitas ahora se podían oír mucho más. Ilumina se acomodó su vestido y dejó de ver al horizonte para saludar a los nuevos paseantes. Lamentablemente no eran justamente las personas que ella quería ver en ese instante o en ningún otro.

— Buenos días, Luli— la saludó su marido, detrás de él tres mujeres que hace tan solo unos segundos estaban riéndose como si lo más gracioso del mundo estuviere ocurriendo, se quedaron mudas al posar ojos en ella—. ¿No deberías estar en la oficina respondiendo el correo?

Ilumina no respondió o regresó el saludo. Puesto que las mujeres en cuestión no la saludaron debidamente, solo se quedaron paradas detrás del hombre, observándola con la nariz parada. Sin brindarle el saludo respetuoso que ella merecía por su posición. Y además, el bastardo de Quinn osaba cuestionarla delante de esas mujeres.

Al parecer su enojo se veía reflejado en su rostro, porque Quinn pareció captar la situación. Con un movimiento despectivo de su mano, le indicó a las tres trepadoras que se fueran. Las siguió con la mirada mientras éstas se retiraban a regañadientes.

La muchacha no pudo evitar arrugar su expresión y apretar tan fuerte sus puños que las uñas se le hundieron en la piel... Esas mujeres lo pagarían muy caro.

— Muy bien, ahora responde— dijo Quinn presionándola—. Y no me gusta cuando arrugas la cara así, pareces una niña malcriada.

— No pondría ésta cara si no fuera porque te paseas por todos lados con esas mujeres— le respondió Ilumina asqueada, alejándose un paso de él—. No quiero ni escuchar de ellas, mucho menos verlas. Además, ¿viste como no me respetan? Eso es por culpa tuya.

En ese momento Ilumina no podía ni verlo a la cara, lo encontraba tan repulsivo que le era insostenible. Estaba elegantemente vestido y con su cabello castaño intacto, siempre tan bien presentado. Pero de qué servía esa presentación, ese cuidado de su apariencia, cuando la forma en que la humillaba delante de toda la corte era insostenible. ¿Qué podía hacer?

—¿Por qué no estás trabajando, Luli?—volvió a insistir con su pregunta, ignorando completamente los reclamos de la chica. Pero con un tono más impaciente, un poco amenazante.

Ilumina por un momento se negó a responderle, pensó en solo quedarse callada e irse, dejarlo allí solo con sus palabras en la boca. Pero su orgullo y su carácter eran mucho más fuerte que cualquier otra cosa en ese momento.

—¿Por qué no estás tu trabajando?— replicó ella, su voz suave.

Apenas esas palabras salieron de su boca, Ilumina estaba en el suelo sujetándose el rostro. Esa era la primera vez que Quinn le golpeaba, y no supo cómo reaccionar...o qué sentir.

Ilumina se sostuvo el lado de su cara, intentando mantener la compostura. Quinn no era el más grande ni el más fuerte de los Casey, pero sí era mucho más grande que ella y era un hombre. Mientras que ella era solo una chica de catorce años.

—¡No vuelvas a hablarme así!— le ordenó Quinn, forzándola aponerse de pie jalándole el brazo, probablemente cuidándose de que nadie lo haya visto—. ¿Desde cuando eres contestona?

Quinn estaba molesto, hablándole directamente al oído. Ilumina escondía su rostro detrás de los mechones de cabello que se habían salido de su peinado por la fuerza del impacto, negándose a mirarlo o a responderle. 

Era una situación que la agraviaba, él no había sido así en un principio... Pero desde que ella se enteró de las amantes, por alguna razón, la dinámica entre ellos solo empeoraba día a día. 

El Hijo de NahlaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora