CAPÍTULO 7

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                               HARRY

Un idiota nos golpeó en la defensa trasera de camino al colegio. El papá de Liam bajó del coche para analizar los pormenores, mientras Liam y yo nos asomamos por la ventana para espiar. Liam casi se mete debajo del asiento

—¿Qué pasa?
—¡Es él!
—¿Quién?
—Zayn, el chico que conocí en la fiesta –me dijo–. ¡Que vergüenza!
Pegué la cara al cristal de la ventana para tener una mejor vista.
—No me dijiste que estaba tan guapo.
—¿Guapo? —contestó Liam frunciendo el ceño.
Entonces supe que me había equivocado; yo me refería al que viajaba en el asiento del copiloto.
—Ya, bueno, tiene pinta de buena gente –le dije, haciendo referencia al chico que se disculpaba con su padre en la calle.
—Tampoco es tan feo —aclaró.

Yo, por mi parte, no le podía quitar la vista al acompañante. Por eso no me di cuenta de cuando el tal Zayn se acercó caminando hacia el coche.

—¿Liam? –dijo cuando lo reconoció a través de la ventana.
A Liam no le quedó más que disimular que recogía algo debajo del asiento.
—¿Zayn? –respondió, haciéndose el sorprendido.
El papá de Liam entró al coche para sacar los documentos de la guantera.
—Me temo que van a tener que caminar hasta la escuela niños, esto va a tomar tiempo.
—¿A qué escuela van? –dijo Zayn.
—Al instituto Madero –respondió Liam, sin poder ocultar lo sonrojado que estaba.
—Mi amigo va para allá. Si gusta señor, él los puede acompañar.
—¿Y tú? –Liam no dejaba de verlo.
—Él no va a ningún lado, tiene que esperar aquí a que llegue el policía –dijo su papá.

Y así, minutos después, nos encontramos de camino a la escuela escoltados por un completo desconocido.
Resultaba irreal lo guapo que era, aunque el silencio era sumamente incómodo.

—¿Tú también vas al instituto? –le pregunté.
El chico caminaba seguro de si mismo, como manteniendo el ritmo al son de la música en sus audífonos. Me miró con una media sonrisa.
—No, yo voy al San Marcos, a dos cuadras.

Sentí como si estuviera haciendo algo prohibido, caminando junto a él.
Y es que el instituto Madero y el San Marcos han sido escuelas rivales desde siempre; en deportes, academia y hasta en el tema de las clases sociales. Digamos que en el San Marcos hay más alumnos becados. Desde que tengo memoria he escuchado que los chicos del San Marcos son peligrosos y rebeldes, del tipo del que hay que mantenerse lo más lejos posible.

—No tengas miedo, no somos tan malos como dicen –me aclaró.
Fue como si me hubiera leído el pensamiento.
—Obvio no te tengo miedo –le respondí.
—Pues parece que si, porque cada vez que avanzamos te alejas un poco –sonrió.
—No se de que me hablas –bajé la mirada.
—¿Tu amigo también va en el San Marcos? –preguntó Liam.
—Sí, desde la primaria.
Liam permaneció callado por el resto del camino.
—Listo jovencitos, ha sido un placer escoltarlos esta mañana.
—Gracias –le respondimos al unísono.
—Pero no me puedo ir sin que me digas tu nombre –me dijo mirándome a los ojos.
Nunca había sentido ese calor repentino, Liam lo aprobó con la mirada.
Los ojos del chico se clavaron en los míos.
—Harry –le dije.
—Pues mucho gusto.
—¿Y el tuyo?
—Louis.

En ese momento sentí que me puse más rojo que un bote de ketchup. Me cuesta decirlo, pero tengo que aceptar que todo eso de coquetear con chicos es nuevo para mi. Ya quisiera tener las agallas de Liam.

—Adiós –dijo, se dio la media vuelta y se marchó.
—Güey, ¿podrías disimular tantito? –Liam me golpeó en el hombro.
—¿De qué hablas?
—De que manchaste el piso de baba.
—Estás loco, claro que no.
—Sí tú lo dices –se rió.

Segundos después Liam y yo nos dimos cuenta de que las puertas de la prepa ya estaban cerradas. Las reglas son muy claras, nadie cruza una vez pasada la hora de entrada. Y aunque solo eran ocho minutos de retraso, ninguno de los dos tenía ganas de abogar por nuestra causa ante la directora.

—¿Qué vamos a hacer? –le pregunté.
—Podríamos regresar con mi papá al coche.
—Tú lo que quieres es ir a ver a ese tipo que nos chocó.
—Okay, lo admito. Pero no es como que tengamos otra cosa que hacer. ¿O si? –respondió victorioso.
De pronto escuchamos una voz.
—Par de suertudos.

Giré para encontrarme de nuevo con ese rostro y esos ojos azules que parecían el mar o el cielo. Ahí estaba, como si no se hubiera marchado nunca. Por un momento tuve miedo de que hubiera escuchado mi conversación con Liam y sentí vergüenza.

—¿Es la primera vez que les cierran la puerta? –dijo.
Los dos nos encogimos de hombros.
—Pues esto hay que celebrarlo –dijo-. Si no tienen nada que hacer, los invito a desayunar a la fonda de don Tino, aquí a tres cuadras.
—Que asco –reaccionó Liam–. ¿Sí sabes que ahí sirven carne de perro?
—Pues no, no sabía. Pero si es verdad, entonces el perro sabe delicioso. –Se acarició el mentón y después soltó una carcajada.

Guapo, guapo, pero tenía una risa como de chivo de granja. Algún defecto debía tener.

—Guácala, no gracias. Mejor regreso con mi papá para ver que se le ofrece –dijo Liam.
—Ojalá todo este bien –se despidió Louis.

En ese momento no supe si Liam se marchó a propósito para dejarme a solas con Louis o si lo hizo porque en verdad no quería ir a desayunar con nosotros.

—¿Y tú? –me miró–. ¿Vienes conmigo?

Entonces, mi vista se enfocó en la curva de sus labios, que hacía que se le formará un hoyito en los cachetes. Sentí que, por un segundo, se me escapaba el aire de los pulmones.

—S....si –dije, después de que se me destrabó la lengua.
—Pues va –me ofreció su mano, como un príncipe de un cuento.
Dudé tres milésimas de segundo, antes de darle mi mano.
—¿Seguro que no vienes con nosotros? –levanté la voz lo suficiente para que Liam me escuchara a unos metros de distancia, pues ya iba de regreso al lugar del accidente.
Entre nosotros tenemos un lenguaje con el que nos podemos comunicar sin que los demás se den cuenta. Es infalible, como clave morse. Un pestañeo o una mordida de labios pueden significar diferentes cosas, todo depende del contexto. A veces lo hacemos sin pensarlo. Esta vez, Liam entendió mi mensaje y segundos después, me dejó solo con él.

ANÓNIMO ||TERMINADO||Donde viven las historias. Descúbrelo ahora