CAPÍTULO 18

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                                 LOUIS

Habían pasado dos semanas desde la última vez que me encontré con Harry. Oportunidades para verlo no me habían faltado, con eso de que Zayn ya casi vive en la casa de Liam. Tampoco me decidí a hablarle por teléfono o buscarlo en el chat. Ahora que lo pienso, no puedo recordar una razón en específico para no haberlo buscado.
Ese día fui a la plaza Arboleda. Acababan de abrir una sucursal de Harley Davidson que estaba contratando personal y justo estaba buscando una oportunidad de trabajo para cuando empezara el verano. Caminando por la plaza me entró la manía de observar a todos los chicos e imaginarme cuál podría ser Alex, con eso de que se la pasaba todas las tardes en ese lugar. Fue cuando pasé justo frente a Zara que me topé, casi de golpe, con Harry.
En el momento en que nuestras miradas chocaron, me di cuenta de su cara de sorpresa.

—¿Lou?
—¿Cómo estás? –le pregunté.
—Bien ¿y tú?
—Bien, también.

Se veía más hermoso que nunca, sonrojado y con los labios sutilmente retocados de rojo. Percibí un ligero olor a chicle de menta. Entonces me quedó claro que había sido una tontería no haberle hablado en todo este tiempo.

—¿Qué haces por aquí? –me dijo.

Le platiqué mis intenciones de encontrar un trabajo para el verano, de preferencia en la tienda de motocicletas.

—Pagan bien y además me deja tiempo libre.
—Que padre –me dijo–. —Y más porque estarías trabajando en lo que te gusta.
—Y tú, ¿qué haces por aquí?

Harry me platicó que estaba ahí para recoger un traje que había ordenado en línea. Era el traje que planeaba utilizar para el baile de fin de curso.

—Todavía faltan unas semanas, pero no está de más ser precavido. Si acaso no me termina de gustar, lo devuelvo y pido otro, y ya está.
—Eres un chico con un plan –le sonreí.
—Como cualquier chico de nuestros tiempos.

En mi cabeza no dejaba de dar vueltas la pregunta de a quien habría invitado a su fiesta de fin de curso, si es que ya lo había hecho. A Zayn ya lo había invitado Liam. Aunque, bueno, no se puede comparar, porque ellos ya andan oficialmente y no se despegan ni para ir al baño.

—Nunca recibí tu mensaje –me dijo de pronto. Lo hizo en un tono amable y juguetón, pero que traía cierta intención.

No puedo negar que me sacó completamente de onda.

—¿Cuál mensaje?
—El que dijiste que me íbas a mandar para compartirme tu número cuando te di el mio, afuera de mi casa.

Que extraño, pensé. Si mal no recuerdo, ese día le envié un saludo y él me lo regresó. Estoy seguro.

—Claro que si –le dije, y saqué mi teléfono para comprobarlo.
—No te preocupes, no tienes que enseñármelo. Tal vez no lo vi –sonrió.
—Pero es que estoy seguro de que...
—Pues envíalo de nuevo y ya está –me dijo–. —Te dejo, me tengo que ir, mamá me está esperando en el coche. Fue un gusto saludarte.

Entonces se dio media vuelta y se fue. Lo seguí con la mirada hasta que se perdió entre la gente.
Con mi teléfono en mano comencé a buscar por mi lista de mensajes en WhatsApp, para al menos comprobar que no andaba tan mal de la memoria y si le había mandado un mensaje. Mientras lo hacía me llamó la atención que, frente a mi, a unos veinte metros, en una tienda de videojuegos, estaba el tal Ricky, acompañado de los mismos tres idiotas que me abordaron afuera de la escuela.
Comencé a observarlos. Unos segundos después pude darme cuenta de que Ricky y su banda estaban tratando de robarse un par de juegos de Xbox. Me pareció algo verdaderamente tonto, pues estoy seguro de que ninguno de ellos necesita robarse nada y que, de quererlo, podrían pagarse cualquier cosa que hubiera en esa tienda.
Su estrategia no era ni siquiera la más inteligente que digamos. Mientras uno de ellos distraía al que atendía la tienda preguntando cualquier tontería, otros dos se intercambiaban el botín para después dárselo al tal Ricky, quien, a su vez, lo guardaba dentro de su playera, no sin antes, claro, quitarle la alarma con una especie de desarmador que traía con él. Era tan mala su estrategia que parecía como si quisieran que los descubrieran en el acto. Me sorprendió que Ricky ya llevara dos juegos debajo de su playera y el encargado ni enterado. Entonces decidí que tal vez era buena idea visitar la tienda para ver que estrenos había.

—Disculpe, ¿cuál es la diferencia entre un juego nuevo y uno usado? –dije en voz alta. El encargado, Ricky y los otros tres me miraron de inmediato.

En el momento en que Ricky me reconoció, supo cuáles eran mis intenciones. Lo noté porque se puso nervioso y trató de regresar los juegos a su lugar. Pero ya no pudo hacerlo porque el encargado se acercó para responder mi pregunta.

—Los juegos usados tienen una garantía de una semana. Cualquier falla o defecto, se lo cambiamos por otro. Solo tiene que enseñar el ticket de compra.
—Muchas gracias –le dije.

A Ricky solo le faltó que le saliera humo por la cabeza de lo encabronado que estaba. No me apartó la vista ni durante medio segundo. Entonces hice mi travesura.

—Oye amigo, ¿qué traes ahí? –señalé a Ricky. Lo hice mientras el encargado lo miraba.
—No se de que me hablas –dijo Ricky.
—Ese bulto, debajo de tu playera.

Ricky se puso tan nervioso que el encargado, a pesar de que era un poco distraído, abrió aún más los ojos y se acercó inmediatamente.

—¿Podría levantarse la camiseta por favor?
—¿Yo por qué? –dijo Ricky, sin quitarme la mirada de encima.

En ese preciso momento y para mi diversión, pasó un vigilante de la plaza.

—¡Seguridad! –gritó el vendedor de videojuegos.
—¡Que no traigo nada! –dijo Ricky, furioso.

El encargado sintió confianza después de que el guardia entró a la tienda y se estiró para levantarle la camisa a Ricky. Yo había visto mal, no tenía dos juegos ahí, sino cuatro.

—¡Chinga a tu madre! –me dijo y se abalanzó contra mi. Pero no alcanzó a dar ni un paso antes de que el vigilante lo tirara al suelo con una tacleada.
Sus amigos se hicieron los desentendidos y salieron de la tienda para evitar que los tacharan de lo que eran: cómplices.

—No estaba robando, los estaba juntando para pasar a la caja a pagar –contestó Ricky, mientras yacía boca abajo, en el suelo.
—¿Y entonces, por qué no traen el plástico de la alarma? –dijo el encargado.

Con eso se cerró la investigación.

—Voy a hablarle a la policía –amenazó el guardia.
—No mames, no estaba robando –volvió a decir Ricky.

En el momento en que pudo levantar la mirada, hizo contacto conmigo. Yo solamente le sonreí y me despedí de él con una seña.

—Te va a llevar la chingada, te lo juro –me dijo entre dientes.

Con esa nota, abandoné la tienda. La sonrisa ya no me cabía en la cara.
La escena fue tan gratificante que lo único que hubiera podido superarla sería que Zayn hubiera estado conmigo para disfrutarlo. Estoy seguro de que se habría carcajeado.
A la salida de la tienda, me topé con los amigos de Ricky. Los tres me miraron con unos ojos de sentencia, amenazándome con las pupilas. De ellos me despedí con la misma seña.

 De ellos me despedí con la misma seña

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ANÓNIMO ||TERMINADO||Donde viven las historias. Descúbrelo ahora