Prólogo

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El tic tac constante del reloj en mi muñeca ha marcado el ritmo de mi vida desde el día que nací. Un recordatorio perpetuo de que en algún momento en el futuro, mi alma gemela estaría ahí afuera, esperándome. Al cumplir los cinco años, mis padres me explicaron lo que significaba ese reloj.

—Es la cuenta regresiva hasta el momento exacto en que conocerás a tu persona predestinada, Anthony —dijo mi madre con una sonrisa—. ¿No es romántico? Solo imagina cuando llegue ese día especial.

En ese entonces no lo entendí realmente. Las almas gemelas me parecían algo abstracto, casi como un cuento de hadas. Pero conforme fui creciendo, la realidad de ese vínculo se volvió más tangible. Comencé a fantasear con cómo sería ella. ¿Tendría el cabello rubio o castaño? ¿Ojos azules o verdes? Me la imaginaba hermosa, inteligente y simpática. Alguien con quien pudiera tener largas e interesantes charlas.

El reloj se convirtió en una brújula que guiaba muchas de mis acciones. Cuando me sentía solo o frustrado, miraba el tic tac incesante y me llenaba de esperanza. Quedaba menos tiempo. Cada día que pasaba era un día menos para conocerla. Comencé a prestar más atención a las mujeres a mi alrededor, examinándolas con ojo clínico, preguntándome si serían ellas.

La cuenta regresiva disminuía sin pausa. Para cuando cumplí los 17 años, quedaban apenas dos años. Me llené de nerviosismo y anticipación. Sentía mariposas en el estómago cada vez que una chica guapa pasaba frente a mí. ¿Serías tú?, me preguntaba en silencio.

Luego vino Afganistán. Las explosiones, el cautiverio en aquella cueva. Miré mi reloj obsesivamente durante esos meses, aferrándome a la esperanza de que lograría salir vivo para llegar a ese destino marcado en mi piel. Yinsen me ayudó a escapar, pero perdió su vida en el proceso. Mientras el mundo explotaba a mi alrededor, no pude evitar preguntarme si él habría conocido ya a su alma gemela. Si habrían tenido tiempo de ser felices juntos. La injusticia de su muerte se sintió aún más honda por esa incógnita sin resolver.

Regresar a casa tampoco fue fácil. Entre la conferencia de prensa y la decisión de dejar de fabricar armas, los medios y el consejo directivo cuestionaron mi cordura. Incluso Rhodey pensó que debía apartarme por un tiempo. Lo apoyé sobre su hombro, nuestros relojes perfectamente visibles y sincronizados. Los dos teníamos poco más de un año.

—Solo prométeme que no harás nada estúpido, Tony —dijo con seriedad—. Tienes a alguien especial con quien debes llegar a esa fecha, amigo mío. No la dejes plantada.

Le aseguré que no lo haría, pero en el fondo sabía que había cruzado un umbral del cual no había retorno. La visión que tuve de ese vasto ejército extraterrestre, esos portales interdimensionales...estaba claro que tendría que asumir mi papel en la defensa del planeta. No sería fácil encontrar el balance entre mi deber como Iron Man y mi anhelo personal por alcanzar ese hito grabado en mi piel.

Los meses siguieron pasando, acercándose peligrosamente al día señalado. 362 días...234 días...167 días. El ritmo cardíaco se me aceleraba cada mañana, sin falta, cuando miraba la cifra en descenso. Estaba tan cerca ahora. Había conocido a Pepper, por supuesto. Hermosa, inteligente y capaz. Por meses abrigué la esperanza secreta de que fuera ella. Salimos un tiempo y nuestra relación fue buena. Pero el destino de nuestros relojes no estaba entrelazado. El mío seguía su marcha impasible, mientras el de ella todavía marcaba varios años por delante.

Luego vino lo de Nueva York. Alienígenas emergiendo de un vortex sobre la Torre Stark, Iron Man desviando un misil nuclear hacia el espacio exterior. Cuando regresé del portal, apenas consciente pero vivo de milagro, lo primero que hice fue mirar el reloj. 91 días. El alma se me desgarró al pensar que había estado a un paso de morir a tres meses de llegar al momento mágico por el que toda mi vida había aguardado.

Los Vengadores logramos repeler la invasión chitauri, pero quedé marcado. Los ataques de pánico y ansiedad se volvieron recurrentes. Me aislé en mi taller durante semanas, obsesionado con construir más y más armaduras. Pepper se preocupaba, pero no lograba que la dejara entrar. La cuenta regresiva parecía burlarse de mí ahora, recordándome mi propia mortalidad. 86 días...57 días...13 días.

Y de pronto, sucedió. En medio del caos y la adrenalina de ver al Helicarrier de S.H.I.E.L.D desplomarse del cielo, escuché esa voz robótica pronunciando las palabras que me helaron la sangre: “Objetivo adquirido”. Antes de poder reaccionar, el extraño con máscara y brazo biónico ya se abalanzaba sobre mí. Los disparos resonaron por todo el hangar mientras esquivaba por milímetros el encuentro fatal con esas balas. Sin armadura que me protegiera, peleé con uñas y dientes por salir vivo de allí. Lo logré, pero pagando un precio demasiado alto.

El estruendo de la explosión resonará en mis oídos por el resto de mi vida. Aún en el suelo, jadeando en busca de aire, giré la muñeca para mirar mi reloj. Las manecillas congeladas en su lugar, inmóviles, indicándome que esos días de espera por fin habían llegado a su fin. 13 días se había convertido en 0. Levanté la mirada y lo vi caminando hacia mí entre las llamas, arma en mano para rematar el trabajo.

En ese momento supe, con absoluta e irrevocable certeza, que la persona destinada para mí era mi asesino. Mi alma gemela había venido a matarme.







Cuando el reloj se detiene; WinterIronDonde viven las historias. Descúbrelo ahora