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Con el corazón aún galopando desbocado, me obligué a romper el beso, jadeando

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Con el corazón aún galopando desbocado, me obligué a romper el beso, jadeando. Mis dedos se enredaban casi con desesperación en esos mechones castaños mientras recuperaba el aliento, manteniéndolo cerca con los ojos cerrados, temeroso de que al abrirlos descubriera todo esto como un espejismo que se desvanece.

Sentí su frente tocando la mía, igual de agitado mientras el aire volvía poco a poco a nuestros pulmones. Ninguno se atrevió a hablar, como si eso pudiera espantar la magia del momento.

Finalmente, logré abrir los ojos, topándome con ese verde intenso observándome desde apenas unos centímetros. Le sostuve la mirada, un millón de palabras no pronunciadas flotando en el escaso espacio entre nosotros.

Algo había cambiado de forma irreversible, lo supimos en ese instante. Su mano humana acunó mi mejilla y esta vez fui yo quien recortó distancia para un segundo beso, más lento, suave. Una silenciosa promesa.

Quizás era una locura, quizás nada tenía sentido en la bizarra situación que nos había unido... Y tal vez no necesitábamos entenderlo. Simplemente estábamos juntos en esto, y mientras quedara un atisbo de esperanza seguiríamos luchando lado a lado.

Con extremo cuidado me ayudó a sentarme entre las mantas, actuando casi con reverencia ahora, como si temiera romperme. Sus movimientos al pasarme ropa limpia fueron gentiles pero precisos, evitando mirar directamente con ese aire tímido de nuevo. Como si lo sucedido hubiese derribado sus defensas, dejándolo expuesto.

Sonreí para mis adentros, enternecido ante esa faceta suya tan distinta del letal soldado. Algo cálido se expandía dentro de mi pecho al pensar que solo mostraba ese lado vulnerable conmigo.

Trabajó en silencio vistiéndome, ajustando cuidadosamente el cabestrillo improvisado para mi brazo lastimado. Cuando terminó, sus ojos buscaron los míos como pidiendo permiso antes de inclinarse a besarme suave, casto, apenas un roce de labios pero electrizante de todas formas.

Necesitábamos palabras para esto, pero no eran el momento. Graves peligros se cernían sobre nosotros ahora que él me había salvado desobedeciendo sus órdenes. Debíamos abandonar el refugio cuanto antes.

Se vistió él mismo en ese atuendo oscuro de combate, ambos habíamos recuperado la compostura, ocultando tras una fachada tranquila la tormenta de emociones desatada momentos antes. Pero la cadencia alterada de su respiración cada vez que rozaba mi piel por error al pasarme alguno de sus cuchillos lo delataba, provocándome un cosquilleo en la parte baja del vientre que reprimí con firme auto-control. Este no era momento para distracciones de ese tipo por muy naturales que parecieran.

Con un breve asentimiento hacia la puerta, tomó la escasa provisiones disponibles y me precedió al exterior de la cabaña, escudriñando el perímetro en busca de acechadores ocultos entre los árboles. Mi propio estado de alerta regresó en cuanto el aire helado golpeó mi rostro, recordándome crudamente los peligros que nos aguardaban allá afuera. Todo rastro del interludio íntimo compartido se esfumó frente a la perspectiva de tener que huir por nuestras vidas...o tomarlas si la situación lo requería

Cuando el reloj se detiene; WinterIronDonde viven las historias. Descúbrelo ahora