Además de nuestros entrenamientos habituales, Bucky había insistido en intensificar las sesiones de combate y defensa personal, empeñado en prepararme para poder defenderme solo en caso de que él algún día volviera a perder el control sobre sí mismo.
Sus temores de lastimarme o peor si su programación regresaba eran completamente comprensibles después de todo lo que había sufrido. Así que accedí gustoso a someterme a ese régimen agotador, soportando estoicamente cada moretón y calambre. Lo importante era darle a Bucky la tranquilidad mental de saber que podría protegerme llegado el momento.
Él supervisaba los entrenamientos con actitud de sargento implacable, exigiéndome al máximo en cada sesión. Pero luego se cercioraba de cuidar personalmente cada magulladura o contractura muscular, preparándome baños calientes y masajes relajantes como recompensa por el esfuerzo.
Sus atenciones llenaban mi pecho de un cálido sentimiento de seguridad y pertenencia. Incluso los desayunos se habían convertido en todo un ritual entre nosotros. Bucky insistía ahora en levantarse antes cada mañana para preparar él mismo el café y cualquier manjar que se le antojara consentirme ese día: panqueques, waffles, huevos al gusto.
Comíamos juntos sin prisas, disfrutando de largas conversaciones y el solo hecho de estar cerca. Luego solía escabullirme a mi taller con un último beso, mientras él iba a entrenar horas y horas sin descanso, practicando una y otra vez cada movimiento mortal grabado en su memoria muscular. Quería mantener esas habilidades afiladas como un arma por si alguna vez las necesitaba para defenderme.
Su devoción absoluta podía resultar abrumadora a veces, despertando ese miedo irracional a perder tanta dicha que había luchado por dejar atrás. En los momentos de duda, cuando la felicidad se sentía demasiado grande para durar, mi vista se desviaba inevitablemente al reloj congelado en mi muñeca como un recordatorio permanente de que este vínculo estaba predestinado a ser.
No quería preocupar a Bucky con mis inseguridades tontas cuando él tenía sus propios demonios que manejar, así que luchaba por mantener esos pensamientos bajo llave. Él había hecho tanto por sanar mi alma fragmentada que lo menos que le debía era disfrutar al máximo nuestro tiempo juntos, sin nubarrones de preocupaciones infundadas.
Una tarde mientras trabajaba distraídamente en unos planos, recibí una llamada de Nick Fury que me sacó de mi ensimismamiento. Había estado evitando activamente al resto de los Vengadores estas últimas semanas, necesitando espacio para enfocarme en Bucky y en nosotros. Pero sabía que no podía eludir mis responsabilidades por siempre.
—Stark, veo que al fin te dignas a responder —gruñó Fury a modo de saludo—. Has estado desaparecido tanto tiempo que comenzaba a creer que te habías fugado del planeta.
Rodé los ojos con hastío, pero procuré mantener un tono neutral. No quería despertar más sospechas de las necesarias.
—Sigo por aquí, muy a tu pesar. Solo he estado ocupado con algunos proyectos personales últimamente. Nada de lo que debas preocuparte.
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Cuando el reloj se detiene; WinterIron
FanfictionDesde que nacemos, llevamos la cuenta regresiva hacia el momento en que conoceremos a nuestra alma gemela. Un reloj en nuestra muñeca hace tic tac hasta ese instante que cambiará nuestras vidas para siempre. ¿Pero qué pasa cuando ese momento llega d...