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El mundo era dolor.

No existía nada más allá de ese tormento infinito, como si cada nervio de mi cuerpo hubiera cobrado vida propia solo para torturarme. Quise moverme y el sufrimiento explotó por todas partes. Me quedé petrificado, sin atreverme a respirar si quiera, esperando que la agonía remitiera.

Lentamente fui recuperando la conciencia en oleadas. Primero el tacto: estaba acostado sobre una superficie mullida y cálida. Luego el oído: el crepitar suave de una fogata en algún lugar cercano. Después el olfato: el aroma a pinos y tierra húmeda inundándolo todo. Por último, la visión: un techo de madera con vigas cruzadas que no reconocí, iluminado tenuemente por el fuego.

Eso me desconcertó lo suficiente para hacer el intento de incorporarme y averiguar dónde demonios estaba, solo para ser detenido por un dolor atroz en el costado que me hizo jadear. El recuerdo de la bala atravesándome volvió vividamente. Instintivamente fui a tocarme y descubrí las vendas firmemente anudadas alrededor de mi torso y pierna. Alguien me había curado las heridas.

De pronto, la secuencia completa de eventos regresó como una avalancha. El Helicarrier colapsando, el asesino misterioso tratando de matarme...ese par de ojos verdes que se grabaron a fuego en mi memoria al detenerse los relojes. Mi alma gemela.

Me incorporé bruscamente, ignorando la protesta furiosa de mi lastimado cuerpo. ¡Tenía que saber qué demonios había pasado! Mis ojos escudriñaron ansiosos el extraño lugar donde me hallaba, que parecía ser una cabaña de troncos con muebles rusticos y una chimenea al fondo, crepitando con un fuego bien atizado.

No había señales de mi atacante por ningún lado. Empecé a pensar que quizás me había traído aquí y luego se había marchado, cuando la puerta de entrada se abrió de golpe, permitiendo la entrada de una ráfaga helada y un denso banco de niebla. Contuve el aliento, el corazón desbocado. Era él.

Cerró la puerta con cuidado, cargando un montón de leños bajo su brazo humano. Vestía ropa de camuflaje verde oscuro y botas militares, con el cabello castaño largo hasta los hombros, enmarcando un rostro que ya no llevaba máscara pero seguía siendo igual de impenetrable.

Nuestras miradas se encontraron mientras acomodaba los troncos junto a la chimenea con movimientos precisos y eficientes. Esos músculos se marcaban bajo la camiseta ajustada al torso, recortados contra la luz danzante del fuego. Era un conjunto letal de fuerza, destreza y velocidad entrenado específicamente para matar. Irónicamente, también era la persona que había esperado desde siempre.

El silencio que nos envolvía parecía saturado de electricidad. Me ardían las preguntas en la punta de la lengua pero no me atrevía a interrumpir ese momento. Finalmente él se volvió, sacudiéndose las astillas de las manos. El metal del brazo izquierdo captó el brillo anaranjado de las llamas. Alzó la mirada hacia mí y pude ver que en sus facciones duras ya no quedaba rastro de la falta de reconocimiento que lo había convertido en una máquina implacable de muerte. Ahora había confusión, duda y algo más que no terminaba de descifrar.

Cuando el reloj se detiene; WinterIronDonde viven las historias. Descúbrelo ahora