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Me incorporé trabajosamente, ignorando el dolor que estalló en mis costillas

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Me incorporé trabajosamente, ignorando el dolor que estalló en mis costillas. Los gritos y sonidos de lucha del exterior eran demasiado inquietantes para quedarme pasivamente esperando. Si había peligro, no podía quedarme acostado sin saber qué estaba pasando.

Avancé apoyándome contra la pared, resuelto a llegar al origen de ese caos. Cada paso era una agonía, pero seguí arrastrándome con terca determinación. No iba a quedarme quieto como una damisela indefensa en apuros.

La puerta crujió cuando la abrí una rendija, suficiente para atisbar hacia el exterior. La escena que presencié me heló la sangre.

Tres hombres armados hasta los dientes tenían rodeado a mi protector en el estrecho pasillo. Su brazo de metal destellaba bajo la fluorescente luz mientras forcejeaba por zafarse del agarre de sus atacantes. Su rostro estaba crispado en una mueca salvaje, los dientes al descubierto en un gruñido.

Uno de los tipos logró asestarle un culatazo en la sien con la pistola. Lo vi tambalearse, aturdido por el impacto. Aprovechando su momento de debilidad, otro disparó a quemarropa contra su costado.

-¡No!

El grito desgarrador brotó de mi garganta sin que pudiera contenerlo. Salí de mi escondite, vacilante pero resuelto a intervenir. No iba a quedarme viendo cómo masacraban a mi alma gemela frente a mí.

Los hombres voltearon sorprendidos al oírme. Ese segundo de distracción fue todo lo que él necesitó. Con un rugido feroz se liberó de su agarre y se abalanzó sobre ellos con letal eficiencia.

El tipo restante se abalanzó sobre mí. Logré esquivar torpemente el primer golpe, pero el segundo impactó de lleno en mis costillas lastimadas. Caí de rodillas con un grito de agonía, todo se volvió borroso por el dolor. Apenas registré el fuerte brazo metálico rodeándome justo cuando una patada iba directo a mi cara. El Soldado se interpuso, recibiendo el golpe destinado a mí. Se tambaleó pero no cayó, contraatacando al instante. En cuestión de segundos tenía al mastodonte contra la pared con el antebrazo de metal presionándole la garganta.

-¡No lo toques! -gruñó antes de conectarle un gancho izquierdo brutal a la mandíbula noqueándolo en el acto.

El tipo se desplomó como un peso muerto, inconsciente. Jadeando, el Soldado se volvió entonces hacia mí donde yacía en el suelo, pálido y sin aliento. La ira asesina había desaparecido de su expresión, reemplazada por angustia.

-¡No debiste salir, estás herido!

Se arrodilló a mi lado, escudriñando mi torso en busca de daños. Contuve un quejido cuando sus dedos rozaron las costillas magulladas. Definitivamente me había fracturado un par de ellas.

-Creí que te estaban lastimando... -logré articular-. No podía dejarlos...

-Pude encargarme, no necesitaba tu ayuda -replicó con severidad, examinando ahora el moretón que se extendía sobre mi pómulo por el golpe recibido-. Eres demasiado imprudente...

Cuando el reloj se detiene; WinterIronDonde viven las historias. Descúbrelo ahora