CAPÍTULO VI "EL TEMPLO"

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Al despertar, lo primero de lo que notamos falta fue de la presencia de Luz. Eso preocupó bastante debido a su naturaleza tan despreocupada y solitaria. Buscamos y seguimos buscando sin cesar, pero por mucho que continuáramos, sabíamos que no iba a aparecer de la nada, así porque sí.

-Tenemos que ir a buscarla. -Hugo era de lejos el más ansioso -Se va a perder entre los árboles, ella es así.

-Si vamos nerviosos nos perderemos nosotros también. -Miguel había asumido una posición de líder dominante -Es una locura ir sin un plan.

-¡Está bien! -le gritó Hugo, exaltando -Si esa es mi única opción, -apuntó a Miguel con el dedo, directamente a sus ojos -entonces iré yo solo.

-Si quieres puedo acompañarte, Hugo. -Luna me guiñó el ojo, como si intentará decir que estaba dejándonos privacidad a mí y a Miguel -Mi propósito es ser de ayuda.

-Mejor voy yo, -no iba a permitir que Luna me dejara en ridículo frente a Miguel -Miguel y yo somos los más heridos, no es bueno que nos quedemos solos.

-Yo no voy a perder el tiempo con estúpideces de hacer equipos. -Hugo ya estaba de camino, escalando para salir -Si quieres venir, tendrás que aceptar mi ayuda para poder subir.

Acepté, aunque con desgana. No habían pasado ni veinte minutos para cuando partimos en su rescate. En el camino, prácticamente no hablamos de nada, estábamos completamente concentrados en detectar la voz de Luz, y nuestra vista también se encontraba ocupada en la selva. Tras una intensa pero fallida búsqueda demasiado larga, pensamos en abandonarla, hasta que la escuchamos gritando entre las hojas. Fuimos corriendo, esperando lo peor, para toparnos con un auténtico paraíso.

El arroyo más hermoso que haya habido ante mis ojos, también era el único. Unos bellos pájaros y conejos, unos árboles de hojas moradas y troncos azules y un olor complicado de recordar era lo que nos rodeaba, a unos confusos hermanos. Para mí, evidente era que ese era el propio Cielo en la Tierra, casi no parecía natural... Luz estaba degustando diferentes tipos de frutas extravagantes, procedentes de aquellos árboles de ensueño.

En seguida llegaron Miguel y Luna, quienes fueron muy rápidos para sus lesiones. Esta última encontró siete frutas nunca antes vistas, y las llamó por su color, como las naranjas y las limas. La granate era la más grande y dulce, como un enorme melón; la turquesa tan ácida y espinosa, era como una evolución agresiva del pepino; la violeta era menuda y podía ser ácida o dulce dependiendo del momento de ingerirla, era como un fruto del bosque elástico; la dorada era insípida y tenía forma de pez, parecía mutagénica; la argenta era alargada y dulce, un plátano futurista un poco ácido; la escarlata era esponjosa y moldeable, agria como mil demonios; y finalmente, la celeste, era redonda y peluda, era la nueva fruta prohibida.

Todos pensaron que era una excelente idea darse un festín con estos manjares tan irreales, más coloridos que cualquier arcoíris. Miguel, el más precavido, nos advirtió que probar estas frutas era el camino más ambiguo para suicidarse. Todos lo ignoramos como buenos ignorantes, pero lo que no sabíamos era que una pieza de nuestro desayuno era tan venenosa como una serpiente del Sahara, la apodado como "prohibida". Mientras cada quien iba pegando mordiscos a todo, la primera en probar la celeste fue Luz. Antes de caer sonrió, casi alegrándose al recibir el inquietante tintineo de la temida muerte.

No acostumbramos a reflexionar en grupo, pero la situación era la más específica que cualquiera de nosotros podría siquiera llegar a imaginar. Todos probamos frutas exóticas y solo alguien prueba la venenosa. Esto llevó a mucho estrés, pues puede que la celeste no fuera la única fruta venenosa, pero sí la más rápida en detener el cuerpo. Es decir, que nuestra muerte sería lenta y agónica. Finalmente, llegamos a la poco satisfactoria conclusión de buscar algún antídoto, sugerido por Luna y Hugo. La cura tendría que componerse de algún otro veneno o droga, por lo que buscaríamos con cautela y paciencia otras frutas raras que surgieran efecto en alguno de los animales que vimos antes, pues vimos que estos eran igualmente asesinados por la celeste. Tendríamos que separarnos y eso no sonaba bien, sobretodo si Hugo y yo nos quedábamos solos.

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