Mi boda con el Demonio (2ªparte)

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- Bien, pues ten la bondad de proseguir con la segunda parte de tu historia, querido. – repuso Aziraphale, tras unos minutos de cortesía para que el demonio descansara la voz- No serás tan desconsiderado de guardar silencio ahora...

- Pero ángel, no entiendo el porqué de tanto interés...- Crowley se encogió de hombros y miró al ángel, que compuso un enfurruñado mohín para que no dejara su historia a medias. Incapaz de soportar ver disgustado a su pareja, el demonio suspiró y prosiguió resignado- ...fue poco menos que una farsa; en realidad, lo que se le tenía que haber proporcionado a Blaine era un humano, no un demonio. De hecho, Hastur no cumplió el trato correctamente, y todo por el cabreo que tenía conmigo...

La novia, que ocupaba todo el espacio entre los bancos de la diminuta capilla, avanzó con paso solemne hacia el altar. Los ecos que levantaba al caminar rompían obscenamente el silencio del cementerio. Apretaba con fuerza el ramo de claveles amarillos y dedaleras que había recogido justo del umbral. Estaba muy nerviosa, pero una mujer de su alcurnia no podía comportarse como una estúpida jovencita pueblerina el día de su boda, de modo que, para controlar el temblor de las manos, apretó aún más las flores. Ni siquiera había mirado aún a la cara a su futuro marido, pero cubierta por el velo y con la emoción de saber que por fin iba a dejar atrás su odiada soltería, sentía como si todo a su alrededor se hubiera vuelto borroso y el tiempo caminara a la vez muy deprisa y muy despacio.

Pero estaba orgullosa de su autocontrol. Cuando estuvo lo bastante cerca, observó con cierto disgusto que el novio, muy delgado, vestía de un negro elegante, pero riguroso. Incluso la flor que llevaba en el ojal era una pequeña rosa negra. Demasiado negro para una boda, demasiado delgado para ser su marido, pensó hurañamente antes de mirar al sacerdote, que ya estaba murmurando las palabras del enlace. Pero eso ya lo arreglaría ella, faltaba más.

Apenas escuchó lo que decía el padre con voz lúgubre, pensando en la entonación que le daría al "si, quiero" para que las primeras palabras que escuchara de ella su marido no le dieran una impresión equivocada. Quería que supiese desde un buen principio que las decisiones tenían que pasar siempre por ella, y que no iba a tolerar que sus ideas y costumbres fuesen puestas en tela de juicio. Estaba pensando en que momento iba a poner claros los términos de la noche de bodas cuando se dio cuenta de que el sacerdote le dirigía una mirada vacía. Acababa de preguntarle.

- Sí, quiero – dijo, tras una breve pausa para prepararse. Cualquier general hubiese envidiado la autoridad de su voz

- Y tú, Anthony J Crowley, ¿aceptas a esta mujer como tu legítima esposa, en la salud y en la enfermedad, en la riqueza y en la pobreza, hasta que la muerte os separe?

El chasquido de la madera de los bancos al enfriarse el edificio en la humedad de la noche ahogó el murmullo del novio, perdiendo las verdaderas palabras del mismo ("mi pompero") entre el ruido. Sin embargo, tanto el sacerdote como Blaine dieron los votos por válidos, y el cura selló el enlace con el tradicional "ahora puedes besar a la novia".

En ese momento Blaine se giró hacia su flamante marido y le miró a la cara por primera vez. Lo que vio no fue para nada lo que se había imaginado, y frunció los labios molesta. No es que fuera feo, desde luego, y tendría presencia si no estuviese encogido como un perro apaleado. Esa no era forma de estar en sociedad, y mucho menos en una boda, y si además era la suya propia, mucho peor. Le miró conminándole a estirarse y a sacar pecho, pero su conminación no tuvo efecto apreciable. Era un hombre alto, con una edad adecuada para sus propósitos, pero tan delgado que parecía haber salido de una de esas cabañas de campesinos que labraban de sol a sol. Además de todo esto, su pelo era de un naranja rojizo y su piel muy blanca, recordando a esos insolentes irlandeses que tantos problemas daban. Y sus ojos... sus ojos eran lo más inaceptable de todo. Muchos nobles que ella conocía tenían la esclerótica amarilla, así que eso no le suponía un problema (por supuesto debido a problemas hepáticos, aunque Blaine y sus contemporáneos desconocían en absoluto este dato) pero sus pupilas...eran verticales!! Y eso era muy inaceptable, tan inaceptable que a punto estuvo de rechazarle. Ella había entregado un alma soberbia, y el marido que le proporcionaban estaba tísico y con tara! Y para colmo de males, parecía medio bobo, pues no parecía tener ninguna gana de levantar el velo y besarla.

Las cosas de Mr Fell y el señor CrowleyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora