Capítulo XIII

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Abrí los ojos, alterado. Me quedé mirando el techo por un par de segundos hasta poder caer en cuenta dónde estaba, ya que al despertar de golpe, quedé aturdido y no sé dónde estoy. Recompongo mi respiración y miro que aún me faltaba una hora para levantarme y alistarme para ir a clase.

Suspiro y hago un esfuerzo por levantarme, y al conseguirlo, me dirijo al baño para lavarme el rostro, y mientras el agua del grifo se va calentando un poco, me miro al espejo, notando cómo las marcas que me dejaron las uñas de la decana son bastante notorias.

― Mierda ―  bufé fastidiado. Luego, agarré un poco de jabón, lo humedecí y me lo pasé por el rostro, para luego secarme con una toalla suave ―. Espero que no quede ninguna cicatriz.

Apagué la luz del baño y a pesar de que aún seguía siendo temprano, me vestí con el uniforme y salí al campus. El frío campus, que ahora estaba con las hojas de los árboles secas, caídas, y con un viento frío completamente pesado, tanto que ahora al suspirar o respirar, suelto un humo helado. 

De mi bolso saqué la bufanda para ponérmela y evitar agarrar un resfríado; y de mi bolsillo, los guantes. Antes de ponerme el guante de la mano izquierda, me remango para ver el reloj y aún seguía siendo bastante temprano como para ir a la cafetería a desayunar, aunque no perdía nada intentándolo.

Decidí caminar por el lugar al menos hasta llegar a la cafetería. Esta vez, fui precavido, prestándole atención a los detalles. Aunque pasaron varias horas desde el incidente que presencié, y ahora hay unas cuantas personas comenzando a pasear antes de entrar a clases, no estaba tranquilo; digo, ahora tenía a dos personas que estaban acechándome, y una de ellas me dijo algo que parece ser cierto; el consejo solo busca proteger sus propias espaldas, y no la de los demás.

Una vez cerca de la cafetería, vi que estaba abriendo recién, y decidí entrar y buscar una mesa para sentarme.

― Oh... ¡buenos días! ― dijo la mesera acercándose, sonríendo, mientras luchaba por no bostezar ―. Recién abrimos y no pusimos nada para desayunar, pero ¿quieres un café?

Amablemente, levanté la mano para rechazar su propuesta.

― No te preocupes. Aún me queda como una hora antes de entrar a clases ― dije, para luego mirar afuera y ver cómo aún no amanecía ―. Hace mucho frío afuera y creo que me quedaré aquí para esperar al desayuno.

Ella me sonríe y se va para terminar de limpiar y así comenzar a encender el horno para cocinar algunas mezclas que tenía preparadas.

Para matar el tiempo, agarré mi teléfono y lo revisé luego de varias horas. Sorprendentemente, estoy lleno de notificaciones, tanto en los mensajes privados como en el grupo que tengo con los chicos del consejo.

Los abro, y básicamente, se resumen en que me preguntaron si estaba bien, porque me notaron raro y les pareció extraño que me fuera de golpe. De todos esos, nada más le contesté a Verónica, preguntándole si podíamos juntarnos luego de nuestras respectivas clases, quizás para contarle mi encuentro con la decana, o algo parecido.

Como ella no me iba responder hasta dentro de un rato, saqué los apuntes de mi bolso y comencé a leerlos y revisarlos. De a poco, con los apuntes, iba redactando un borrador de cómo quería que fuera el trabajo que debo entregar la semana próxima.

Dejo que pase el tiempo, el cual me parece eterno siempre que me levanto más temprano de lo normal, pero para cuando quise darme cuenta, la mesera se me volvió a acercar, esta vez con una agenda y un lápiz en sus manos.

― Listo. Disculpa la espera ― me dijo, ahora un poco tímida y avergonzada ―, pero ya se puede hacer pedidos.

― No te disculpes, tranquila ― le sonreí ―. En realidad quiero pedirte el desayuno del día, ¿qué es lo que tienes?

Universidad WallaceDonde viven las historias. Descúbrelo ahora