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Yuri no conversaba con nadie en su nueva escuela, no era muy diferente a la anterior o a la que hubo antes de esa, y es que su carácter y los cambios de domicilio le impedían ser estable en una amistad. Primero, porque muy pocos soportaban su mal carácter y segundo, porque cuando encontraba a alguien capaz de aguantarlo, terminaban mudándose.

Para el rubio Yuuri era su amigo, aún con la diferencia de edad y las escuelas distintas, pasaban los días juntos, hablaban de cosas del día y jugaban; así que podía considerarlo como uno. No podía verlo como un hermano menor, ya que tenían crianzas distintas y porque el cariño que le tenía no era como el que sentía por su abuelo así qué, por lógica, no era un amor familiar.

Aunque pasaba sus días con el infante de al lado, siempre se guardaba cosas que no podía contarle, después de todo se llevaban por diez años así que no podía decirle a Yuuri sobre cómo se sentía respecto a su padre o lo que ocultaba bajo el colchón. El pequeño azabache no lo entendería aunque se lo explicara, además de que no tenía ganas de simplificar una conversación, por eso fue un alivio conocer a Otabek.

Otabek Altin era su compañero de salón, jamás habían hablado hasta que el maestro los obligo a sentarse juntos. Yuri peleaba con cualquiera que estaba a su lado, así que lo pusieron con el más serio y callado de su clase para evitar conflictos y tenían razón. Otabek era tan distante, que no había motivos para hablar con él.

No fue hasta que el chico moreno sacó una consola portátil que a Yuri le entró la curiosidad, pero no por su compañero de puesto, sino por lo que hacía el chico.

Otabek al verlo interesado le ofreció jugar. Al principio el rubio se negó, pero luego al ver que el otro perdía en momentos estúpidos, se lo quitó de las manos para poder pasar él mismo las etapas.

—Se hace así —decía en tono molesto mientras jugaba, sin darse cuenta que a Otabek poco le importaba el juego, al parecer se divertía mas viendo como jugaba el rubio.

Día tras día, entre un juego y otro la conversación se fue abriendo paso entre ambos, llegando a hablar de temas en común como lo adictos al trabajo que eran sus padres. Para Otabek, su padre nunca pasaba en casa, aunque jamás se había mudado de ciudad puesto que su madre no quería. Así fue como se hicieron cercanos y Yuri encontró un chico de su edad con quien habar, con quien desahogarse, pero ¿Cómo haría congeniar sus tiempos ahora?

La primera vez que llevó a Otabek a casa fue por un trabajo escolar así que, con una molestia en su pecho, tuvo que pedirle al menor que se retirara ya que debían investigar sobre temas de guerra e incluso ver imágenes. No quería que alguien tan inocente como Yuuri viera cosas sangrientas, menos cuando eran de la vida real, no era necesario, él había decidido cuidar del menor y eso significaba cuidar su inocencia también.

El moreno supo enseguida quien era el niño que salió triste de la habitación, Yuri pasaba hablando de su pequeño vecino aunque, cuando notaba que solo decía “Yuuri, Yuuri” a cada instante, se detenía y comenzaba a quejarse, comenzando a nombrarlo como “el cerdo” o “el vecino”. Aún así era fácil darse cuenta de que el rubio le tenía un gran aprecio a aquel niño.

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Yuuri se sentía excluido, pensó que ese chico extraño solo iría una vez a la casa del rubio y ya. Su corazón se alegró al no verlo ahí al día siguiente, ni al siguiente, ni varios días después de eso. Yuri volvía a tener tiempo solo para él, aquel instante en que se sintió triste ya había pasado y su corazón volvía a estar contento por ahora.

Otabek volvió a visitar la casa de los Plisetsky en una segunda vez, pero esta vez para jugar en la consola con Yuri. En aquella ocasión no le pidieron al menor que se retirara, sino que jugaron todos juntos, pero por alguna razón el ambiente se sentía extraño.

Primer amor (Yuyuu)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora