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Zee Panich permanecía de pie, oculto en la penumbra del lujoso vestíbulo. Tenía las manos metidas en los bolsillos de los vaqueros y un hombro apoyado contra el marco del ventanal que miraba a la calle. Su cuerpo entero estaba en tensión mientras observaba la acera con una intensidad y una concentración obsesivas.

«Pero ¿dónde se habrá metido? Ya son las once menos cuarto».

Sabía que NuNew había ido al trabajo. Tras pasar dos días indispuesto se había incorporado hoy a Helen Place, donde trabajaba de camarero en el turno de noche. Zee se lo había preguntado a su madre, que era la dueña de ese coqueto restaurante. Aunque solía responder a todas sus preguntas sin reservas, Zee había actuado con cautela, pues no quería que su progenitora le diera la lata hasta descubrir por qué le interesaba la vida de NuNew. Si se le pasara por la cabeza que Zee no solo preguntaba para darle conversación, su madre, una mujer maravillosa pero bastante entrometida, se comportaría como un sabueso olfateando un rastro y le daría la lata sin descanso hasta descubrir exactamente qué intenciones tenía con NuNew.

Zee frunció el ceño. ¡Como si tuviera alguna intención! Lo único que tenía era fantasías. Se imaginaba a NuNew tumbado en la cama y abierto de piernas gritando su nombre mientras le hacía alcanzar el orgasmo una y otra vez.

Zee respiró hondo y exhaló el aire despacio para intentar liberar la tensión acumulada mientras se decía a sí mismo que tenía que estar mal de la cabeza para esperar noche tras noche en el mismo sitio a un omega que ni siquiera había conocido oficialmente. Pero ahí estaba... otra vez. Daba la espalda al entrometido del conserje mientras observaba la calle con una lascivia propia de un acosador desequilibrado y con un único objetivo: ver, aunque solo fuera un instante, a NuNew Perdpiriyawong. Por alguna razón ese omega despertaba en él unos instintos territoriales y un afán de protección a los que no estaba acostumbrado y que lo forzaban a plantarse allí cada noche a hacer guardia mientras él regresaba desde el trabajo a su casa.

Cuando lo viera, haría lo mismo que hacía todas las noches: lo seguiría a cierta distancia para no alarmarle y esperaría hasta que entrara en su portal sano y salvo. Luego daría media vuelta y volvería a casa.

No hablaría con él ni se le acercaría. No lo había hecho nunca. No porque no le apeteciera, sino porque NuNew estudiaba Enfermería, trabajaba a jornada completa en el restaurante y, por lo que le había contado su madre, se negaba en redondo a salir con nadie porque no disponía ni de la energía ni del tiempo necesario para mantener una relación. Y probablemente tenía razón. El muy insensato apenas dormía o comía. Nadie se preocupaba por él, solo la madre de Zee ... y Zee. ¡En el último año se había interesado por él más de lo que lo hubieran hecho sus familiares! ¡Y ni siquiera eran amigos! El problema era... que no eran familia y que sus sentimientos hacia él no eran precisamente fraternales.

«¡Es que está imponente!» .

Zee tuvo que contener un gemido de frustración al recordar la primera vez que había visto a NuNew: sus ojos marrones brillaban con simpatía, tenía cabello negro y sedoso y su ágil cuerpo se movía con gracia entre las mesas del restaurante de su madre. A los veintiocho años aún conservaba una mirada inocente y un aspecto vulnerable que, sin que él se lo hubiera propuesto, habían hecho prisionero a Zee, que permanecía cautivo desde el primer día que lo vio.

La madre de Zee hablaba de NuNew como si fuera su hijo. Zee sabía que tenían un vínculo especial; no les unía la sangre, sino una íntima amistad. Vamos, que, si NuNew fuera más joven, Zee estaba convencido de que su madre lo habría adoptado. Apretó los labios al pensar que su madre tuviera la esperanza de que, en un futuro, lo tratara como a un hermano. Ni de coña. Se empalmaba cada vez que lo veía. Se le ponía dura como una piedra. ¿Qué coño tenía este chico en concreto para ponerle tan nervioso y alterarlo de esta manera?

ZEENUNEW - EL TESORO DEL MILLONARIODonde viven las historias. Descúbrelo ahora