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Zee abrió la puerta de la nevera con un movimiento rápido de muñeca.

—¿Refresco o agua?

Cogió la lata directamente, pues ya sabía la respuesta.

—Refresco —respondió distraído.

Abrió la lata y se la dio antes de coger otro para él y beberse la mitad de un trago. No era de extrañar que NuNew tuviera tanta sed. Él no había estado ni la mitad de tiempo que él en el baño lleno de vapor y ya estaba deshidratado.

Se llevó la lata a los labios y bebió con la mirada fija en el pasillo abovedado que llevaba al comedor.

Zee se había olvidado por completo de los recados que había estado haciendo.

—¡Feliz día de San Valentín!—

Se acabó el refresco de un trago y tiró la lata vacía a la basura. Lo siguió al comedor con el ceño fruncido. NuNew no había pronunciado palabra. Quizá Nina y Marcie no habían acertado con los consejos. ¿Le gustaría algo de lo que le había traído?

Había tratado de ordenar bien las cosas: las flores sobre la mesa, los caramelos en las sillas, las joyas y el perfume en el suelo. Vale, había una mezcla de regalos y ositos de peluche desperdigados por el comedor, pero él lo había colocado todo lo mejor que había podido.

—¿No hay nada que te guste?

¡Maldita sea! Pensaba despediría a su ayudante y a su secretaria en cuanto las viera. Le habían dicho que esas eran las cosas que hacían sentir a las personas especiales y valoradas.

—Ay, Zee, pero ¿qué has hecho?—

NuNew acarició la superficie aterciopelada de una rosa roja, empujó con suavidad un globo con forma de corazón y se quedó mirando cómo se balanceaba en el aire.

—¡Voy a poner a esas dos de patitas en la calle!

¡Mierda! Lo único que quería era hacerlo feliz pero, en lugar de eso, parecía traumatizado. Sabía que tenía que haberle comprado más cosas, pero no cabía nada más ni en el Veyron ni en el Mercedes.

—¿A quién vas a despedir?

Se giró y lo miró atónito.

—A Nina y a Marcie. Me dijeron que este tipo de regalos era el que hacía a las parejas felices.

Maldita sea. No podía despedir a ninguna de las dos. Hacían su trabajo demasiado bien. En realidad era culpa de él, que no tenía ni puñetera idea de cómo mostrar su cariño a este hombre. Daba igual; pensaba seguir intentándolo hasta lograrlo.

—Podemos ir de compras y así eliges algo que te guste —propuso con la esperanza de que le acompañara y le mostrara el tipo de cosas que a él le parecían románticas.

—¿Pediste consejo a Nina y a Marcie?

—Sí.

—Zee, esto es una pasada. No sé qué decir —comentó con voz temblorosa mientras se agachaba para coger un osito de peluche marrón que sujetó con fuerza contra el pecho—. Creo que Marcie y Nina te estaban dando ideas. No sugerían que lo compraras todo.

¡Ay, no! Parecía que se iba a echar a llorar. Esperaba que no lo hiciera.

—No sé cuál es tu flor favorita ni la clase de caramelos que te gusta. Tampoco sé tu color preferido. ¿Debería saberlo? ¿No debería saber las cosas que te gustan? —preguntó malhumorado.

Tiró el osito con delicadeza al suelo y se acercó a Zee.

—No hacía falta que hicieras todo esto. Es la primera vez que me regalan flores.—

ZEENUNEW - EL TESORO DEL MILLONARIODonde viven las historias. Descúbrelo ahora