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«Madre mía, ¡estás hecho un asco!». Entre el desconcierto y el mareo oyó de nuevo la impaciente voz grave, y sintió que unos brazos fornidos y musculosos lo ponían de pie y le apoyaban contra un pecho robusto, duro como una roca.

Y cálido..., tan cálido que no pudo reprimirse y se hizo un ovillo al calor de aquella figura recia con la esperanza de que aquella fuente de energía desbloqueara sus músculos ateridos por el frío.

La cabeza seguía dándole vueltas y la apoyó en aquel hombro robusto y fuerte. Exhaló un suspiro mientras aquel hombre misterioso le hacía cruzar una puerta para entrar en un edificio cálido. En el fondo sabía que lo sensato sería zafarse de aquel individuo desconocido, cuya voz no reconocía, pero no tenía fuerzas para enfrentarse a él.

NuNew reconoció el pitido típico de un ascensor y sintió que el estómago le daba un vuelco cuando aquella caja de metal despegó a una velocidad de vértigo. Poco después lo depositaron con delicadeza sobre una mullida cama y lo cubrieron con un edredón, gracias al cual no tardó en entrar en calor. Al percatarse de que le quitaban las zapatillas con brusquedad y las tiraban al suelo abrió los ojos, pero no logró ver con claridad. Tampoco fue capaz de incorporarse, y unas manos fuertes se apoyaron en sus hombros y lo empujaron de nuevo contra los almohadones.

—Estate quieto. No muevas ni una pestaña. —

—Estoy bien. Cogí un virus insignificante y pensaba que ya me había curado. Tan solo ha sido un mareo sin importancia —replicó tratando de incorporarse de nuevo.

—No estás bien —ladró el hombre—. Ha venido a verte un médico. Observó desde su ventana cómo prácticamente te estampabas de bruces contra la acera.

—¿Un médico? —Alarmada, desvió la mirada de aquel mandón y vio que a sus espaldas había otro hombre—. No necesito ningún médico. —

En realidad lo que pasaba era que no tenía dinero para pagarlo.

—Demasiado tarde. Ya ha venido y te va a hacer una revisión.

—Puedo negarme a que me la haga —respondió dubitativo mientras posaba la mirada por primera vez en los oscuros ojos del hombre que lo había rescatado.

—No lo harás —repuso él con tono de advertencia.

Su aspecto agresivo lo tenía tan impresionado que reprimió el impulso de replicarle. ¡Madre mía, era enorme! Mientras Zee se agachaba para ponerse de cuclillas junto a la cama, sus anchos hombros ocuparon por completo el campo de visión de NuNew. Ya había notado lo musculoso que era cuando lo había socorrido en la calle, pero, ahora que había recuperado la visión y la sensación de mareo se iba disipando, podía además percibir con los ojos la fuerza de aquellos brazos y su complexión corpulenta. Fornido. Turbio. Peligroso.

Los ojos marrones de NuNew se encontraron con los ojos oscuros de Zee. Casi sintió miedo al contemplar una mirada tan salvaje. Zee se pasó la mano por el cabello, corto y negro, con expresión seria y una impaciencia evidente. No tenía una belleza al uso —unos rasgos demasiado marcados y dos pequeñas cicatrices, una en la sien y otra en la mejilla izquierda, malograban su tez clara—, pero..., ¡madre mía!, era irresistible. NuNew sintió cómo la intensa vibración que despedía aquel hombre penetraba en su cuerpo hasta ponerle los pezones duros y sensibles.

—¿Quién eres? —susurró al recordar que la había llamado por su nombre.

—Zee Panich. El hijo de Helen Panich —respondió mientras se ponía de pie y retrocedía unos pasos para dejar paso al otro hombre.

¿El hijo de Helen? Zee. NuNew no conocía ni a Net ni a Zee, pero su jefa, una mujer que con el paso del tiempo se había convertido en una amiga íntima, le había hablado mucho de ellos. Zee era el más pequeño. Rondaba la treintena. Era un crack de la informática, el creador de los videojuegos que habían convertido Panich Corporation en una empresa multimillonaria.

ZEENUNEW - EL TESORO DEL MILLONARIODonde viven las historias. Descúbrelo ahora