La penumbra y el silencio fueron los que recibieron a Vienna al llegar a la residencia. Demasiado tarde para encontrar a su familia o empleados despiertos por lo que intentando hacer el menor ruido posible cruzó el salón principal para dirigirse a su habitación. El frío de las losas de mármol fueron una bendición para sus pies descalzos mientras subía los escalones uno a uno como si le pesara todo el cuerpo. Las horas en compañía de Francesca siempre le dejaban aquella agradable sensación que se experimenta tras una extenuante sección de ejercicios físicos. Sus músculos a pesar del cansancio los sentía ligeros. En pasado había intentado mantener una rutina de ejercicios físicos, mando a construir un gimnasio y hasta llegó a contratar un personal trainer pero nada de eso funcionaba como el sexo. Sobre todo, con la pelirroja, el sexo con Francesca era un buen sexo y el único ejercicio que según ella, lograba despejar su mente tras un arduo día como el que tuvo. La camisa de seda roja cayó junto al pantalón mucho antes de que llegara a la puerta del cuarto de baño y acto seguido fue el turno de la ropa interior. A pesar de haber tomado una ducha en el apartamento, necesitaba la sensación del agua recorriendo su cuerpo en su baño, en su casa. En poco tiempo el agua la empapó de cabeza a pies mientras una sonrisa de satisfacción se dibujada en sus labios.
Mientras se vestía con un pijama de dos piezas de satín negro agradeció que el malestar que la afligió durante toda la mañana prácticamente hubiese desaparecido, necesitaba todas y cada de las seis horas de sueño que se permitía cada noche si quería sobrevivir al siguiente día. Por lo que meterse directamente a la cama sin secar su larga y negra caballera era una tentadora idea. Incluso cuando eso significara correr el riesgo de empeorar su salud. Alternando la mirada entre la puerta del baño y la cama que ocupaba el centro de su habitación terminó escogiendo la comodidad de sus sabanas. Apartó el edredón con la única intención de colarse debajo de la suave y blanca tela justo cuando una especie de gruñido proveniente de su estómago detuvo sus movimientos. Un segundo gruñido le confirmó que saltarse la cena no había sido una buena idea después de todo, así que sin poder ignorar los reclamos de su estómago decidió bajar a la cocina por un cuenco con cereales.
Tras recorrer el pasillo y descender las escaleras Vienna se encontró en el reino de Ernesta. Estaba segura de que como siempre que no cenaba en casa, la mujer habría dejado en el frigorífico algo para ella; pero la verdad era que le apetecía un cuenco de cereales y leche. Algo poco sofisticado para la reina de hielo, pensó al tiempo que media sonrisa traviesa aparecía en sus labios. ¿Qué pensaría la prensa sensacionalista de verla en ese instante? Se preguntó sacando un cuenco de una de las alacenas para luego llenarlo con sus cereales preferidos y leche fría. Una mezcla que al igual que comerlos sentada directamente sobre la mesa le fascinaba desde muy pequeña. Algo que tenía prohibido no solo por su padre sino también por Ernesta. La primera cucharada desapareció en su boca y el crujir de los cereales en esta llenó el silencio que envolvía el lugar. Un silencio que no le molestaba mientras sus ojos intentaban darle forma a las sombras que se dibujaban en el piso gracias a los rayos de luna que se colaban por los ventanales. Era en momentos como ese, con un simple tazón de cereales entre sus manos y las piernas colgando que Vienna se sentía libre de llevar la carga que sostenía sobre sus hombros. Libre de ser la empresaria, la patrona, la mujer de negocios. Unos instantes robados al papel que solía representar durante el día. Cuando los rayos de sol iluminaban cada ángulo, cuando no podía esconderse y fingir ser quien no era. Instantes robados en los que podía hacer algo tan simples como darle forma a las sombras que formaban aquellos valientes rayos de luz. Pequeños e insignificantes para cualquier ser humano, pero no para ella. En eso pensaba, o, mejor dicho, no pensaba, cuando alguien irrumpió en la cocina robándose su momento.
Una fracción de segundos, en la que un intruso se robó su tranquilidad fue en el que Vienna advirtió cómo la ira se apoderaba de todo su cuerpo y una maldición se atoro en su garganta al comprender que se trataba de una mujer. Una mujer que no era su hermana, ni Anna y mucho menos Ernesta. Una mujer a la que pudo estudiar imperturbablemente mientras atravesaba la cocina hasta llegar al frigorífico. Curiosa elección, pensó la ejecutiva al ver como la desconocida sacaba la misma caja de leche que ella dejó antes. Sin hacer el menor ruido, Vienna vio como la mujer revisaba la alacena en busca de un vaso. O eso supuso, al notar como se movía hacia el mueble en el que estaban las vajillas. Andrea Galván, se repitió mentalmente al recordar el nombre de la nueva asistente de su madre. Dadas las circunstancias Vienna no pudo entrevistarla personalmente antes de contratarla así que hasta ese momento no tenía idea de cómo era. Ladeando la cabeza a un lado, se permitió estudiarla un poco más. El cabello de una tonalidad más clara que el suyo le caía hasta mitad de la espalda, sus brazos torneados demostraban que hacía ejercicios con frecuencia y sus piernas; vaya, qué piernas, se dijo, contemplando la figura de la desconocida no tan desconocida. Todo lo que sucedió después fue, de cierta manera, extraño.
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¿Lo dejaria todo por ti?
General Fiction¿Cuál es la diferencia entre el amor y el odio? ¿Cuál es la línea que los separa? ¿Qué sucede cuando estos mundos entran en conflicto? ¿Y cuándo lo que creías justo deja de serlo? Si al veneno que alimenta el alma, se le descubre el antídoto, ¿cuánd...