Frustrada e insatisfecha, así fue como despertó Vienna la mañana de aquel martes. Una combinación que raramente dominaba su sistema, pero cuando sucedía era mejor mantenerse a más de dos metros de distancia de ella. Valeria lo supo en cuanto la vio llegar al piso. Las gafas de sol oscuras evidenciaban que la pelinegra había dormido poco; las marcas debajo de sus ojos, cuando se las quitó en la oficina, simplemente lo confirmaron.
— ¿Qué tengo para hoy? — quiso saber Vienna de forma áspera mientras dejaba la chaqueta de satén negro que completaba el traje de pantalón que llevaba ese día en la percha a su disposición.
Necesitaba un poco de tregua, al menos allí, pensó caminando hacia el escritorio, por lo que no vio la mueca de terror que se dibujó en la cara de su secretaria. Ese día todo le molestaría, lo supo apenas abrió los ojos.
— Hasta el momento nada, señorita Vienna — respondió Valeria con un hilo de voz al tiempo que miraba la pantalla de la tableta entre sus manos.
— Bien, encárgate de que no cambie — dispuso con hastío, acomodándose en el sillón con desgana.
Había dormido menos de dos horas por culpa del partido de ajedrez a altas horas de la noche con Andrea y de los malditos sueños que no quisieron abandonarla hasta casi el alba. Una ola de rabia la golpeó en cuanto intentó encender la computadora. El aparato escogía el mejor momento para actualizarse, pensó frustrada y no por culpa de esta sino por el simple hecho de que habían pasado ya dos semanas desde la última vez que se dejó llevar por el deseo, y el peso de la abstinencia empezaba a azotarla. Dos semanas sin consumir el dulce elixir que le brindaba el cuerpo de una mujer; el cuerpo de Francesca, para ser más exactos. Insatisfecha, porque la noche anterior deseó algo más que el mísero roce de sus manos con las de Andrea mientras se aferraban a la misma pieza de ajedrez. El simple gesto de la asistente de su madre al fruncir el ceño, combinado con su forma de morderse el labio inferior mientras pensaba en el siguiente movimiento sobre el tablero, fueron suficientes para que un rayo de éxtasis la golpeara con demasiada fuerza y despertar en ella una necesidad primitiva.
— ¿Quiere que le traiga un café? — la voz trémula de Valeria la sacó de sus pensamientos. Consternada ante su falta Vienna asintió.
— ¡Que sea doble! — masculló enojada consigo misma para luego regañarse mentalmente por su forma. Valeria no tenía la culpa de su mala noche — Y, Valeria. Gracias — alcanzó a decir con un tono más suave justo cuando la chica dejaba la oficina.
Apenas estuvo sola en la oficina, Vienna dejó escapar un suspiro profundo. El reloj ni siquiera marcaba las ocho de la mañana y ya se proyectaba un día infernal pensó, intentando apartar la imagen de Andrea que volvía a colarse en su cabeza. Su corazón y su estómago se pusieron de acuerdo para importunarla contemporáneamente. El primero se desbocó sin permiso mientras que el segundo le hizo experimentar la misma sensación de vértigo que probó en las montañas rusas de aquel parque de diversiones hacía ya muchos años. El problema era que ya no era una niña y no era un parque o una atracción la que las causaba, si no una mujer. La asistente de su madre para ser más específicos. ¡Mierda! Masculló por lo bajo desquitando su frustración con uno de los botones del teclado. De manera urgente necesitaba apagar su mente y descargar la presión acumulada durante esas últimas semanas, pero ¿cómo? ¿con quién? Justo ahora decidía escuchar la voz de la razón y poner fin a su relación con la única mujer que sabía cómo calmarla. Necesitaba pensar con claridad, pero para eso necesitaba despejar su mente y para despejar su mente necesitaba entregarse a los placeres de la carne. Jodida mierda, pensó. No iba a echarse para atrás por lo que siempre podía utilizar un servicio de escort pero odiaba tener que pagar por sexo. Con pesar recordó la primera y última vez que decidió utilizar uno de esos servicios. Cuando tuvo que abandonar su vida en Inglaterra y el dicho, ojos que no ven, corazón que no siente, no funcionaba porque ya no estaba a kilómetros de distancia de su familia y de todo lo que ahora la rodeaba. La única razón por la que su relación con Francesca perduró; con la pelirroja era fácil, simple y ambas sabían lo que buscaban. De hecho, hasta hacía menos de tres días, le habría bastado levantar el teléfono y marcar el número que conocía de memoria. Hasta hacía menos de tres días, pensar en buscar otra amante quedaba fuera de discusión, porque Francesca era más que capaz de complacerla. Pero ahora, ahora la mujer tenía un letrero de peligro colgado en su cuello y ella era demasiado prudente como para no hacer caso de las advertencias.
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¿Lo dejaria todo por ti?
General Fiction¿Cuál es la diferencia entre el amor y el odio? ¿Cuál es la línea que los separa? ¿Qué sucede cuando estos mundos entran en conflicto? ¿Y cuándo lo que creías justo deja de serlo? Si al veneno que alimenta el alma, se le descubre el antídoto, ¿cuánd...