Capitulo 9

29 2 0
                                    

La mañana del lunes irrumpió con un calor exagerado, pero Andrea ni siquiera se detuvo a pensar en eso. Después de terminar con su ya acostumbrada rutina de ejercicios en su habitación, se dirigió al primer piso en busca de un café con el cual poder enfrentar el día que tenía por delante. Según el itinerario de la señora Russo, esa mañana tenían que ir a la ciudad para su consulta semanal con el doctor Romualdo; un neurólogo que llevaba su caso y que se ocupaba de controlar el estado de su enfermedad. Una cita durante la cual ella disponía de tiempo libre en la ciudad. Lejos de la vigilancia de la casa y de los hombres de seguridad que solían acompañar a los miembros de la familia. Su única oportunidad para comunicar con el equipo táctil.

El lugar establecido para el encuentro era una cafetería bastante concurrida que se encontraba justo en frente de la clínica en la que Isabelle tenía su consulta. Así que no tendría ningún problema en alejarse de los dos hombres que las acompañarían.

Mientras recorría el pasillo que llevaba a la cocina, Andrea repaso mentalmente las indicaciones para el encuentro y justo cuando estuvo a punto de atravesar el arco de la puerta se percató de la ejecutiva que conversaba con Ernesta en lenguaje de señas. La sola presencia de Vienna fue suficiente para que sus pulsaciones sufrieran un repentino cambio para el que no estaba preparada y como si alguien se robara el aire a su alrededor, experimentó una momentánea sensación de mareo. La imagen de Vienna Russo la golpeó con fuerza y en su mente se asomó una sola palabra para describirla. Imponente. Una mujer realmente imponente, pensó mientras sus ojos viajaban por el cuerpo de la pelinegra. El elegante traje de dos piezas de color negro que vestía esa mañana se ceñía a sus largas piernas como una segunda piel y la manera en sus manos se movían mientras componían palabras, era casi hipnótico. Su negra melena estaba recogida en una apretada trenza y su maquillaje era impecable. Simplemente perfecta, pensó con el corazón acelerado al mismo tiempo que se obligaba a reanudar sus pasos. Simplemente culpable, rectificó al notar los cuatro hombres que ocupaban la larga mesa en el centro de la cocina mientras daban cuenta de sus desayunos.

—Buenos días —saludó Andrea con educación
—Buenos días, señorita Galván —contestó Vienna ofreciéndole una de esas enigmáticas sonrisa. No solo una perfecta tía, pensó la asistente; si no que también educada y magnánima según los empleados con los que tuvo el placer de conversar. Magnánima, algo difícil de creer. Se repetía Andrea. ¿Como era posible que aquella mujer fuera magnánima?

—Buenos días, señorita Russo — repitió mientras pasaba frente a ella sin saber exactamente porque.
—¿Durmió bien? — preguntó Vienna tomandola por sorpresa mientras repasaba su figura sin escrúpulos o vergüenza. Una inspección que no paso desapercibida para Andrea que se obligó a controlar la inesperada reacción de su cuerpo. No era la primera vez que una mujer la veía de aquella manera pero jamás espero que lo hiciera Vienna Russo. Estaba consciente de poseer un físico tonificado y bien trabajado, pero no creía tener muchos atributos que pudieran interesar a la sofisticada mujer; si es que eso era posible. Porque hasta donde ella tenía entendido, a Vienna Russo no le gustaban las mujeres. ¿O acaso estaba equivocada?
—Bien gracias.— contestó tras unos segundos que bien podían parecer horas. La duda la asaltó de tal manera que no fue capaz de concentrarse en algo más; la manera en que Vienna acababa de mirarla y la forma en como lo hizo aquella noche, cuando se encontraron por primera vez, la obligó a replantearse esa posibilidad. Sobre todo, porque en ninguno de los expedientes que leyó sobre la ejecutiva se mencionaba algo de su vida privada. De hecho, nadie sabía con exactitud cuáles eran sus gustos en cuestión de parejas o si tenía una. La Reina de las hielo solía aparecer sola en actos públicos y su vida privada estaba más protegida que la mismísima Mona Lisa en el Louvre.

—¿Mi madre ya despertó? —preguntó nuevamente Vienna sacándola de su inesperado estupor.

—No, sigue durmiendo —contestó tratando de evitar que sus miradas volvieran a cruzarse—. Iré a despertarla en unos minutos —informó apartándose de la cara uno de los flequillos que se puntualmente se escapaba de la trenza china que sostenía el resto de su cabello.
—Hoy van a la ciudad ¿verdad? — otra pregunta que hizo que Andrea detuviera sus movimientos. La intensa mirada de su jefa parecía querer penetrarle la piel por lo que sin ser consciente sus mejillas se encendieron con un delicado color carmín. Por puro instinto, levantó la mirada, justo en ese instante, sus ojos y los de Vienna se encontraron. Un error, un maldito error, se dijo al notar cómo el verde agua en la mirada de la ejecutiva cambiaba de tonalidad y en lo profundo de sus ojos aparecía un brillo inesperado. Un brillo que Andrea no estuvo segura de cómo interpretar. Y es que, para ser bastante perspicaz e intuitiva, acababa de quedarse sin palabras; mucho más cuando una media sonrisa atrevida quiso escaparse de los labios de la elegante mujer. ¿Qué diablos significaba?—. Tiene cita con el doctor Romualdo a las nueve. —agregó Vienna y ella sólo fue capaz de asentir. La mirada de la ejecutiva sobre su piel comenzaba a quemarla como el rovente sol de agosto.
Con urgente necesidad por romper el contacto con ella Andrea desvío la mirada al resto de los presentes. Ernesta había retomado sus quehaceres y los hombres sentados en la mesa ni siquiera emitían palabras por lo que por un segundo se sintió expuesta. Incluso desprotegida y echó de menos su Beretta 9m.

¿Lo dejaria todo por ti?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora