Capítulo 32

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— Creo que el verde te favorece — escuchó decir Andrea a pocos centímetros de su oreja. El aire caliente que le acarició el cuello provocó una descarga eléctrica y un escalofrío a través de todo su cuerpo, aun y cuando la temperatura exterior casi tocaba los treinta grados. — Deberías entrar y probártelo — sugirió Vienna con aquel tono grave que indicaba una orden más que una sugerencia y frente a la cual se sintió indefensa.

— ¡Vienna! ¿Qué... que haces aquí? ¿Cómo? Tú madre. ¿Dónde está Isabelle? — soltó Andrea de carrerilla y sin parar. En su rostro se reflejaba una divertida mueca de asombro por lo que Vienna no pudo no sonreír ante su gesto.

— Hola Andrea. También me da gusto verte. — murmuro un poco desilusionada por la reacción de la asistente, pero al mismo tiempo aguantándose una carcajada al ver como alternaba la mirada entre ella y Greta que permanecía a unos pocos metros de ambas en compañía de Genaro.

— Lo siento. Yo, no esperaba verte aquí. — confesó apenada por su repentino ataque de nervios. Es que cuando la tenía tan cerca por alguna razón que no terminaba de comprender perdía la capacidad de pensar con coherencia. Ese era el efecto que Vienna tenía sobre ella.

— Tranquila, ha sido mi culpa. — confesó la ejecutiva desanimada mientras ponía distancia entre ellas. — ¿Qué tal el paseo? ¿Encontraste algo interesante? — cuestionó dirigiendo la mirada a la puerta de entrada de la tienda de joyas en la que Andrea se había detenido y en donde la encontró con la vista pegada a la vitrina. Del otro lado del cristal una cadena de oro exhibía una pequeña medalla con la pesa de la justicia adornada con un rubí y una esmeralda en cada plato.

— No. Yo solo, estaba a mirando. Pero ¿Có... cómo supiste que estaba aquí? — preguntó arrepintiéndose al instante ya que era una pregunta estúpida. Claro que Vienna sabía exactamente donde había estado durante todo el día porque Greta jamás se despegó de su lado.

— No creo que necesite explicártelo, ¿o sí? — contestó con tono burlón tras aventurar una mirada a Greta que las observaba. El color carmín que cubrió las mejillas de Andrea provocó una media sonrisa en sus labios. — Venga no muerden. — dijo indicando la puerta con otra media sonrisa traviesa, una de esa que la caracterizaba. Insegura Andrea no tuvo más remedio que aceptar la mano y seguirla. Es que ni en un millón de años habría imaginado que Vienna Russo estaría allí con ella — Buenos días. ¿Podríamos ver el juego de colgante que tiene en la vitrina? — pidió con elegancia a la mujer detrás del mostrador.

— ¿Está segura? — cuestionó la dependienta que vestía un elegante uniforme que iba a juego con el interior de la tienda y los precios que estaban expuestos en la vitrina — Tenemos piezas que podrían ser de su agrado con precios más accesibles — informó tras recorrerlas con la mirada de arriba abajo.

Frente a las palabras de la empleada, Andrea no pudo evitar sentirse fuera de lugar. Esa mañana y como cada día desde que estaba bajo el servicio de los Russo, llevaba unos pantalones de jeans desgastados, un polo de color blanco debajo de una camisa suelta de cuadros y unas zapatillas deportivas, perfectas para caminar. Vienna por su parte y a diferencia de otras veces, también iba vestida de una manera muy sencilla, por lo que era lógico que la estirada señora hiciera suposiciones.

—  Gracias, pero queremos ver la que está en la vitrina — afirmó Vienna con una sonrisa altanera dibujada en los labios cuando la señora salió de detrás del mostrador y se dirigió a las vitrinas con la llave en la mano. Con la vergüenza tiñendo su rostro, Andrea estuvo segura de que en cualquier momento la tierra se abriría debajo de sus pies y se la tragaría, pero no pasó; minutos más tarde, se vio con una pulsera de oro blanco y esmeralda alrededor de su muñeca —. ¿Te gusta? — quiso saber Vienna, mirándola de esa manera que hacía que todo su mundo se pusiera de cabezas — Creo que es perfecta — aseguró acariciando con el dedo la piel desnuda del pulso de Andrea. Con dificultad la asistente tragó la poca saliva que fue capaz de producir. Luego se atrevió a entrelazar sus miradas.

¿Lo dejaria todo por ti?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora