Capitulo 19

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Francesca y Giacomo Calvaro eran una ecuación para la que Vienna Russo no estaba prepara. Y no porque fuera nuevo para ella, si no porque hasta ese momento siempre evitó cruzarse con la pareja. Saber que Francesca pertenecía a un hombre como Calvaro era una cosa y lo aceptaba porque no le quedaba de otra, pero ver como la pelirroja aceptaba sus atenciones era muy diferente . Y no , no eran celos, porque entre ellas no existía ese tipo de relación, pero de igual modo le molestaba que fuera con Giacomo Calvaro.

Tras la incómoda atmósfera que se creó al estrechar la mano de Francesca, Vienna les ofreció a los recién llegados una de las zonas reservadas que había en el salón, luego se disculpó porque le quedaba claro que a pesar de no estar enamorada de Francesca, no soportaría ver las efusivas muestras de cariño que la mujer con la que llevaba casi diez años acostándose, intercambiaba con su pareja.

Diez años en los que, a pesar de saber que entre ellas no existía una cláusula de exclusividad, Vienna no tocó otros cuerpos. Primero, porque en realidad no era tan extrovertida como aparentaba ser; y, segundo, porque sentía que su sexualidad podía constituir un problema. Coleccionar mujeres podía ser divertido siempre y cuando no se tuviera nada que perder y ella tenía demasiado. Una válida razón por la que la relación con Francesca había sido fácil. La pelirroja jamás cuestionó su vida, jamás hizo preguntas y tampoco exigió más de lo que se daban y sabía porque. La mujer que tanto placer le había regalado formaba parte de su propio mundo.

—¿Me ofreces una? —preguntó una voz a sus espaldas apenas el barman le terminó de servir la segunda o era la tercera copa que vaciaba en cuestión de minutos. Una voz que pesar de la música alta y la algarabía de la gente, tuvo el disgusto de reconocer. Ladeando la cabeza hacia el propietario de la voz Vienna encontró la estupida y arrogante sonrisa de Giuseppe Calvaro. Un ligero movimiento al barman detrás de la barra y frente a ella apareció otra ronda. El color ámbar del trago hizo que el hombre arrugara la nariz; Vienna levantó una ceja, retándolo. Un tipo como él no estaba acostumbrado a tragos como ese, pero a ella le importaba bien poco. pensó con suficiencia tras otro sorbo a su vaso. Era su casa y si quería sentarse en su barra, tenía que adaptarse. Por puro instinto, dejó que su mirada volviera a la mesa de la ruleta rusa donde Francesca parecía divertirse junto a su marido.

Porque sí, Francesca no era una de las tantas amantes de Giacomo Calvaro; era su mujer. Sin darse cuenta, negó para sí misma ante el pensamiento.

—Cuidado, Reinita, es pecado codiciar la mujer de tu prójimo —escuchó decir demasiado cerca de su oído.

El aire cargado de alcohol la abofeteó. Su pecho subió y bajó lento mientras sus pulmones se llenaban de aire y recurría a toda la paciencia que disponía. No te dejes provocar, sé aconsejo mentalmente decidiendo que era un buen momento para empezar a escucharse.

—Robar y matar también son pecados —señaló con arrogancia —. Deberías estar más atento, recuerda que nos observan —apuntó al firmamento, o para ser más específico, a las cámaras de seguridad que los observaban. Nadie me amenaza, el mensaje era claro. Calvaro pareció entenderlo porque acto seguido levantó su copa y formuló una especie de brindis al tiempo que volvía a su lugar—. Por cierto, deberías controlar un poco más a tu hermano —indicó hacia la mesa de Black Jack, donde el chico, que tenía casi la misma edad que Paris, parecía alterado por una mano desafortunada—. Sabes que aquí adentro no importa a qué familia perteneces. Si te comportas mal, pagas. —aseguró con una sonrisa satisfecha.

Palabras que  llegaron justo donde quería ya que vio como Giuseppe apuró lo que le quedaba de trago y se dirigió hacia donde estaba el joven.

Gino era un saco de problemas caminando y no era la primera vez que los creaba en Extasy. La última vez había sido la mismísima Vienna Russo quien lo enfrento para ajustar las cuentas. En esa ocasión, ninguno de los dos hermanos mayores se atrevió a cobrarle la paliza que el más pequeño recibió. Un daño colateral, había dicho Giaccomo que por ese entonces, también acababa de tomar el control del clan y lo último que buscaba era una guerra con los Russo. Claro que la decisión de Giaccomo no fue apreciada por Giuseppe que desde entonces le tenía un poquito de ganas a la mujer que seguía observándolo desde la barra.

¿Lo dejaria todo por ti?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora