Dar el paso

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Durante los siguientes días, Gojo y Geto ayudaron a Utahime y Mei Mei a llevar provisiones a las familias refugiadas en los bunkers vecinos.

Gojo continuaba llamando a su amiga Shoko cada día, relatándole las últimas novedades.

Yuuji, a pesar de querer ayudar, debía recuperarse de la herida que sanaba en su pierna, de manera que le obligaban a quedarse en el bunker. Como se aburría demasiado, ya se había recorrido el refugio de lado a lado, conociéndolo al detalle.

Solo había una zona que no conocía: una habitación que se encontraba al final de un largo pasillo, a la cual tenían todas las entradas restringidas.

Ninguno de ellos sabía el motivo de dicha prohibición, pero respetaban la decisión de las mujeres de no explicarlo. Después de todo, ellos estaban en su territorio tras haber sido salvados por  ellas.

***

—Necesito salir, Suguru —le dijo una de esas noches.

Era imposible pretender que se mantuviera bajo tierra, sin ver siquiera la luz del sol, y su cuerpo no entrase en estado de ansiedad.

—Es peligroso, Yuuji —respondió.

—No lo entiendes —se desesperó—. Necesito que me dé el aire. Llevo días aquí metido.

—Yuuji tiene razón.

Gojo entró a la habitación de Yuuji, que permanecía sentado en el borde de la cama. A pesar de continuar con el vendaje y las curas diarias, ya podía caminar con relativa normalidad.

—Pero Gojo... —le dijo Geto.

—Le va a dar algo, Suguru —lo señaló—. Los zombis también duermen, ¿verdad? Voy a sacarlo y escoltarlo mientras respira un poco de oxígeno. Iremos armados y no nos alejaremos mucho de la entrada.

Yuuji sonrió, agradecido por el ofrecimiento de Gojo.

Se hicieron con un par de armas de entre las que Utahime y Mei Mei guardaban en el búnker y salieron al exterior.

Era de noche. Por primera vez, mientras daba enormes bocanadas de aire, Yuuji descubrió dónde estaban: Se trataba de una zona de campo, iluminada por la luna y la luz que provenía de la ciudad.

Gojo encendió una linterna y peinó la zona con ella.

—Despejado —anunció—. Si vienen, como estamos a mitad de una explanada, los veremos de lejos. Tenemos tiempo de reación.

Yuuji cerró los ojos y se centró en aspirar el olor a hierba fresca y humedad, lo que indicaba que había llovido recientemente. Había estado tan bajo tierra, que ni siquiera se había enterado.

—Gracias, Satoru. No te haces una idea de lo que necesitaba salir.

Se sentó en la hierba, dejando el arma junto a él, y alzó la vista al cielo nocturno.

La contaminación lumínica impedía poder ver las constelaciones, pero aun así podía distinguir bastantes estrellas y una luna menguante.

—¿Qué vamos a hacer? —le preguntó—. Llevamos días aquí, sin  movernos, solo ayudando a Mei Mei y Utahime.

—Ya estoy pensando en algo —respondió Gojo, que permanecía de pie y daba pequeños rodeos, asegurándose de que no corrían peligro—. Utahime tiene ahí abajo un taller que puedo usar para crear armas nuevas y más potentes contra esas alimañas.

—Ah, sí. El taller, Lo vi hace unos días. Tiene bastantes cosas.

—Era de su padre —le dijo—. Ella carece de conocimiento de ingeniería. Solo conoce lo básico, así que todo lo que en el taller le parece chatarra. Pero para mí es nuestro billete de salida de Japón.

APOCALIPSIS (ADAPTACIÓN)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora