Amor en tiempos de guerra

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Cuando abrió los ojos, se sintió completamente desorientado. Un agudo dolor parecía consumirle la pierna.

Se encontraba en una mullida cama, dentro de una habitación de paredes de acero gris oscuro iluminada por una lámpara de techo.

No había ventanas ni decoraciones, salvo una silla de madera a su lado en la cama donde se encontraba Gojo, con las manos entrelazadas y mirando hacia el suelo.

Sujetó las sábanas y las levantó. No llevaba puesto los pantalones. ya que le habían vendado la pierna herida.

—¿Satoru? —preguntó entonces, cuando se aseguró de que no podía mover la pierna, a pesar del dolor, y no tenía nada roto.

El aludido irguió la cabeza. Al verle, esbozó una cálida sonrisa.

—Veo que despertaste. Enseguida vuelvo.

No le dio tiempo a decir nada más, pues Gojo había salido como un rayo dejando la puerta, también de acero, entreabierta.

¿Dónde estaban?

Gojo regresó, seguido por Geto y dos mujeres las cuales reconoció: eran quienes les habían sacado de la batida contra los zombis que los perseguían, cuyos rostros pudo ver antes de desmayarse.

—¿Dónde estamos? —les preguntó nada más verlas.

Un mar de dudas surcaba su mente. Necesitaba respuestas cuando antes. necesitaba hablar para así intentar ignorar el dolor de su pierna herida.

—Estás en nuestro búnker —respondió la mujer de la media coleta—, te hemos extraído la bala.

El dolor era demasiado intenso. Yuuji arrugó la frente y cerró los ojos al tiempo que apretaba los dientes. Quería ser fuerte y no dejarse llevar por aquella molestia, pero le era imposible, y eso le hacía sentir frágil.

¿Frágil? ¿Quién solía recibir disparos todos los días? Se dijo a sí mismo que no debía avergonzarse por sentir dolor, y más aún cuando la chica le había dicho que le extrajeron la bala.

Debía tener una carnicería bajo las vendas.

—Me duele mucho —se quejó entonces.

La chica de la trenza le sonrió desde la puerta.

—Voy por un calmante.

Geto se acercó a él y le acarició el cabello.

—Salvo el dolor punzante que debes estar sintiendo, y por mi experiencia como capitán de la División de Montaña sé que es inaguantable, ¿cómo te encuentras?

—Vivo. Eso es lo importante.

—Bien dicho —le guiñó el ojo y señaló con un gesto de cabeza a la chica de la coleta—. Ella es Utahime Iori, y la chica que fue por el calmante se llama Mei Mei. Viven aquí.

Yuuji cerró los ojos por un momento debido al dolor.

—Esos zombis estaban armados —recordó—. Parecían, de alguna manera, inteligentes.

—Yo tenía razón —respondió Gojo—. Al parecer, el virus ha mutado, reduciendo el tamaño del paleoencéfalo y potenciando su inteligencia humana.

—Eso no es buena noticia —resopló, preocupado.

—Nosotras tuvimos que refugiarnos aquí, en el búnker para tornados que tenemos cerca a casa, una vez los zombis comenzaron a volverse inteligentes —le explicó Utahime—. Se están armando y actúan en grupo creando estratégias.

Mei Mei regresó con una pastilla y un vaso de agua para Yuuji. El chico le dio las gracias y compartió una sonrisa cercana con la mujer antes de tomar el calmante.

APOCALIPSIS (ADAPTACIÓN)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora