Última despedida

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Las lágrimas caían a borbotones y mojaban las mejillas de Gojo Satoru.

El hombre se sentó en el asiento del piloto, mientras el avión ascendía y les alejaba a pasos agigantados de aquella tierra hostil, y se cubrió la cara con las manos, entregándose al sollozo.

No recordaba cuándo fue la última vez que se vio tan compungido. Su vida frenética y relaciones efímeras le permitieron no sufrir en exceso ante la pérdida de personas cercanas a él.

Tampoco lloró con la muerte del novio de Geto, ni con la infección de Mei Mei. Gojo odiaba llorar. Y no se debía al pensamiento sexista de «Los hombres no lloran». Odiaba llorar porque, aunque todo el mundo defendiera aquel acto con una manera de desahogarse, para él significaba rendirse. 

Rendirse al hecho de haber mantenido la compostura y la entereza durante todo ese tiempo.

La pérdida de Geto dolía como un puñal clavado en el pecho.

La puerta de la cabina se abrió, y la entrada de Yuuji ahuyentó sus pensamientos.

Se secó rápidamente las lágrimas, de espalda a él. A pesar del gesto, no quería girarse y mirarle. No quería que Yuuji le viera tan destrozado.

El chico, sin embargo, no se acercó. Permaneció de pie ante la puerta, llorando en silencio. Gojo podía escuchar su moqueo y sollozos. 

Ninguno decía nada. Gojo miraba a través de la cristalera cómo surcaban el cielo a gran velocidad, y el menor seguía sorbiendo por la nariz, abrazándose a sí mismo y mirando al suelo.

Segundos después, Gojo notó los brazos de Yuuji rodeando su espalda. La tela humedeció a causa de sus lágrimas. 

Quería aguantar. Necesitaba mantenerse fuerte, pero no lo logró.

Se giró y abrazó a Yuuji con la excesiva fuerza mientras los dos lloraban, uno contra otro. 


***

Yuuji salió de la cabina y notó que su pie pateaba algo por accidente. Al agacharse a comprobar, se percató de que era teléfono móvil que Geto les había lanzado antes de que se cerrara la compuerta.

¿Había sido fortuito o realmente pretendía algo con ese gesto?

—Satoru —lo llamó. Ambos ya habían llorado lo suficiente, aunque seguían bastante compungidos—. ¿Puedes venir un momento?

El mayor, en cabina, se aseguró de trazas bien el rumbo a Estados Unidos y salió a su encuentro.

Yuuji sostenía el teléfono en una mano.

—Lo lanzó Suguru. ¿Crees que fue por laguna razón?

—Eso es más que obvio, Yuuji —El chico le entregó el teléfono—. Nunca le vi con uno de estos desde que le conocí.

Lo encendió. Tras aparecer el logotipo de la marca en la portada, pudo acceder al teléfono al encontrarse sin código. 

En el fondo de pantalla aparecía el ícono de un video en formato .mp4. Pulsó en él con el dedo sin pensarlo dos veces.

Yuuji se situó junto a Gojo mientras el video se reproducía.

Era Geto, grabándose a sí mismo mientras sujetaba el teléfono con la mano y metido en lo que reconocieron como el baño del búnker de Utahime y Mei Mei. 

Hola, Satoru —saludó, sonriendo—. Si estás viendo este video es porque ya estoy muerto —agachó la cabeza y se río—. Siempre quise decir esto —la alzó de nuevo e intentó mantenerse serio—. Verás, todo esto tiene una explicación. Utahime tiene varios teléfonos almacenados aquí, y le he pedido que me dé uno de ellos porque necesitaba grabar este video y enseñártelo si llega el momento. 

Yuuji se abrazó, inconscientemente, al brazo de Gojo. Geto acababa de irse, pero ya lo echaba muchísimo de menos. Verle en aquel video, aún con vida, le daba la falsa sensación de que seguía con ellos. 

Esta aventura que estamos viviendo es demasiado peligrosa —continuó diciendo—. Sé que llegará el momento en el que será necesario hacer un sacrificio, que alguien renuncie a vivir por salvar a los demás en algún momento crítico. Estoy seguro de ello, Satoru. Eso pasa en todas las pelis de zombis. 

Gojo sonrió mientras continuaba sosteniendo el teléfono.

Tengo que ser yo. Yuuji es demasiado joven, con mucho que vivir, y tú eres la mente brillante de la que depende el destino de toda la humanidad, ¡que se dice pronto! —se sentó sobre la tapa del retrete—. Yo solo soy un peón en este juego de ajedrez. Si continúo luchando incansablemente es porque necesito sentirme útil. Necesito saber que mi existencia tiene algún sentido. Antes lo tenía: trabajo, con mi buen sueldo, mis vacaciones paradisíacas y la persona que más amaba junto a mí. Cuando estalló todo, mi misión era huir con él y manteneros vivos, cuidando uno del otro. 

Yuuji se mordió el labio inferior, aguantándose las ganas de llorar. 

Cuando te encontramos, tuvimos la esperanza de poder ayudarte a salir del país y encontrar una cura para que nuestras vidas volvieran a la normalidad. Pero cuando lo perdí... —suspiró—. Ahí supe que mi única misión se acababa de reducir a ayudarte. Y empleé toda de mi dedicación y ganas en ello.

—Suguru... —musitó Gojo, visiblemente emocionado. 

Él lo era todo para mí, Satoru. Por eso me molestaba tanto todo lo que me recordase a él. Por eso te echaba en cara que hubieras apretado el gatillo. Y no sabes cuánto me arrepiento. Seguramente, a estas alturas, ya me habré disculpado contigo por las discusiones derivadas de esa decisión pero, si muriese antes, quiero que sepas que no te guardo rencor. Hiciste lo que tenías que hacer. Por favor, Satoru, no te atormentes por ello, porque sé que lo haces, y he sido un maldito al ponerte difícil el hecho de no hacerlo —se levantó del retrete—. Para acabar, que sé que a estas alturas debes de estar pensando en sentimental y pesado que me estoy poniendo, quiero pedirte algo: Cuida de Yuuji. 

El aludido notó una sacudida en su estómago al escuchar su nombre.

Seguramente ya lo sabes —continuó Geto—, pero él es un chico genial, y ahora mismo no tiene a nadie salvo a ti. Además, te admira muchísimo. ¿Has notado con qué ojitos te mira?

Yuuji enrojeció hasta límites insospechados, y Gojo soltó una pequeña carcajada, acariciando con la mano libre el cabello de Yuuji y revolviéndoselo como siempre hacía. 

Creo que no dejo nada más. Solo espero que logres tu objetivo y todo vuelva a ser como antes. Me quedo tranquilo sabiendo que te vas a encargar de ello. Adiós, Satoru y... adiós, Yuuji, que imagino que también verás esto.

Al terminar la reproducción, tanto Gojo como Yuuji necesitaron secarse las lágrimas.

—Maldito bastardo —murmuró Gojo, guardándose el teléfono en el bolsillo.

Yuuji volvió a abrazarle, y notó los labios de Gojo depositanto un beso sobre su cabeza mientras le devolvía el abrazo. 


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Ya solo quedan dos capítulos.

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APOCALIPSIS (ADAPTACIÓN)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora