El aeródromo

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El sentimiento de júbilo le embargó, esbozando una sonrisa enrome al leer el cartel.

—Chicos, estamos llegando —les dijo a Gojo y Geto—. Cada vez estamos más cerca.

—Estaciónate en el arcén —le dijo Gojo, que no parecía contagiarse de la felicidad de su amigo—. Mi aeródromo está retirado, a las afueras. Conduciré yo.

 Yuuji hizo a un lado el auto, deteniéndose. Los tres salieron a estirar las piernas y aprovecharon para vestirse.

—¿No es genial? —les dijo Yuuji mientras acababan de calzarse—. ¡Estamos aquí!

—No cantes victoria aún —le dijo Gojo—. Tenemos que llegar al aeródromo y despegar sin complicaciones —abrió la puerta del conductor—. No pienso celebrar nada hasta que no pise suelo americano.

Mientras conducían, Geto, sentado junto a Gojo, hizo la llamada del rigor a Shoko para informarle que estaban en camino al aeródromo.

Yuuji, en el asiento trasero, se acabó un paquete de patatas fritas de bolsa debido a las ansias, y se hidrató con una botella de agua pequeña.

Estaba tan emocionado e impaciente... No veía la hora de despegar y abandonar aquel país infectado.

Sabía que lo echaría de menos, tras toda una vida viviendo en Japón. Nunca había estado en Estados Unidos. ¡Ni siquiera sabía hablar inglés! Pero dicho país americano se había convertido en su Tierra Prometida, la única esperanza de salvaguardar su vida.

***

Se detuvieron ante las puertas de aeródromo. Unas enromes puertas de metal bloqueaban el acceso a un terreno de tres mil hectáreas, cuyos límites se delimitaban con unas vallas electrificadas.

—¿Era necesario electrificar la zona? —se burló Geto.

—Te recuerdo que vendo armamento de guerra, Suguru. Tenía muchos enemigos, y en el complejo guardo gran parte del arsenal que salía y entraba por aire.

Echó el freno de mano y bajó del auto.

Se acercó a una caja de comando situada a la izquierda de las puertas, donde un escáner visual reconoció sus retinas, haciendo que se abrieran.

Regresó al auto y condujo a través de las largas pistas en dirección al complejo. Yuuji observó, a travvés de los cristales, una hilera de aviones aparcados, algunos más grandes que otros y todos llevando el sello de la empresa de Gojo.

Gojo llevó el Peugeot hasta el parking interior, donde se encontraban varios furgones blindados y autos de alta gama.

—Veo que ibas bien servido de todo —se percató Yuuji.

—Soy multimillonario, Yuuji, por si no lo habías notado.

Cargaron cada uno con una mochila, llenándola de provisiones. 

—Tomaremos un fusil cada uno —les indicó Gojo—. No olviden las balas de recambio. Ya casi estamos.

Subieron hasta la primera planta del ascensor. Al abrirse las puertas se toparon con un enorme pasillo que les llevaba a través de las instalaciones del aeródromo.

—Esto es desierto —dijo Yuuji mientras caminaban—. ¿No decías que era aquí donde hacías los envíos?

—Todo el personal ha debido caer o huir por la epidemia —dijo Gojo—. Por eso debemos estar muy atentos —miró a Geto—. Decías que sabías pilotar, ¿verdad?

—La duda ofende, Gojo —replicó él—. ¿Por qué crees que vengo contigo? 

—¿Para salvarte el culo?

APOCALIPSIS (ADAPTACIÓN)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora