Bromas fuera de lugar

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Suguru subió los escalones para asomarse, junto a Gojo, tras el piano de la pared.

Se encontró con un chico hecho un ovillo en el  suelo y oculto en la semioscuridad, que les apuntaba con una pistola de bolsillo sujeta por por una mano que temblaba con violencia.

Automáticamente, ambos hombres se agacharon para dejar sus armas en el suelo y alzar las manos.

—Tranquilo, chico —le dijo Geto con voz calmada. Él y Satoru se habían quedado de cuclillas delante de él—. No somos zombis. No te haremos daño.

—¿Es… están… están afuera? —tartamudeó con nerviosismo.

Gojo observó que sus ojos se presentaban exageradamente llorosos, como si estuviera a punto de rendirse ante el llanto de un momento a otro.

—No —negó Geto—. No hay nadie en la casa ni en los alrededores.

—Les hemos volado la cabeza —le dijo Gojo con sorna, intentando transmitirle seguridad.

El chico dejó de apuntarles con el arma y la soltó también en el suelo. Suspiró. Sus manos, aún temblorosas, rodearon sus rodillas y pegó las piernas al pecho, encogiéndose más.

Suguru se acercó más a él, colocando con cuidado una mano en su hombro.

—¿Cómo te llamas, chico?

—Yuu… Yuuji.

—¿Estás solo?

—Sí. Mis… padres han sido infectados.

Gojo se acercó también, sentándose a su lado. Ambos cuidaban sus movimientos, viendo el nerviosismo del chico, intentando no asustarle más de lo que ya se veía.

—¿Hace mucho de eso? —le preguntó.

—Anoche. Me encerré aquí y no salí desde entonces.

—No te preocupes —le dijo Suguru—. Ahora estás a salvo. Nosotros estamos preparados, tenemos armas y recursos para sobrevivir.

—Nos dirigimos al oeste —le indicó Gojo—, hacia Kioto. ¿Quieres venir con nosotros?

Geto le miró sorprendido. No esperaba que Satoru le ofreciera a Yuuji viajar con ellos. Después de todo, se trataba de una misión específica que no admitía a nadie más que ellos.

Aunque, pensándolo bien, en realidad había quedado una plaza libre.

Y nadie que tuviera un mínimo de empatía dejaría a aquel muchacho abandonado a su suerte.

Yuuji asintió frenéticamente, en la que el terror le había impedido pegar ojo y creyó, al escuchar a los zombis afuera, que sería la última, encontrar a aquel par de hombres era lo mejor que podía pasarle.

Se veían fuertes y seguros, y le estaban brindando protección.

—¿Están… muertos? —le dolía formular aquella pregunta—. ¿Mis padres?

—No hemos visto restos de zombis ni cadáveres —le indicó Gojo, recogiendo su arma y poniéndose en pie.

—Había una ventana rota en la sala de estar —recordó Suguru—. Debieron de salir por ahí.

Geto se incorporó también y le tendió una mano a Yuuji, quien se levantó y necesitó estirar bien sus enmudecidas extremidades tras tantas horas sin moverse.

—Deberíamos tapiar esa ventana —le dijo Gojo a Geto.

—Aquí arriba hay bastantes muebles —informó Yuuji—. Pueden romper lo que quieran para usarlo en la ventana. Las herramientas están en esa esquina de ahí.

APOCALIPSIS (ADAPTACIÓN)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora