Parte IV

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Advertencia: La siguiente parte contiene escenas NO aptas para todo público debido a su explicita violencia. Hay descripción de crueldad animal (le agradezco a mochimolala863 por hacerme ver ese detalle, para poder incluirlo en la advertencia). El ritual y acontecimientos narrados en este capítulo son totalmente FICTICIOS. Los personajes, eventos y situaciones NO SON REALES y NO DEBEN tomarse JAMAS como un ejemplo a imitar en la vida real. Todo acto similar a lo narrado a continuación es repudiable en la vida real. 

Esto es una FICCION, un FANFIC, por lo tanto, es nuestra responsabilidad recordar que la REALIDAD es diferente. 

La música de fondo puede generar ansiedad, angustia y malestar.

Por favor, si se encuentran en un estado emocional delicado, no lo lean. Pueden omitir está parte y esperar a leer el próximo capítulo. Lo más importante es su bienestar emocional ❤️

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Lejana tierra donde nace el amanecer. Lejana tierra que el ocaso ve por última vez.

Ríos de fuego y sangre que corren su piel. Estrellas liquidas que adornan sus cuerpos y sacian su sed.

Bocas que no pueden comer. Manos que no pueden tocar. Ojos que no quieren ver. Vida que no puede ser.

El sol, inmenso y poderoso es su creador. Y la noche su silencioso cantor.

El rey coronado de un pueblo diezmado. Un rey que perdió su luz.

"Calla pueblo mío, que yo saciare tu sed. Calla pueblo mío, que tu gula yo detendré.

Canta, canta conmigo pueblo mío. Dame tu fuerza y yo seré. Niégamela y yo te la quitaré.

Arde el fuego de mi pecho con tu dolor. Grita y destrózame si tu paz no puedo ser.

Pero las estrellas del cielo yo bajare, y con mi fuego las quemaré, para iluminar tu camino otra vez"

La voz calló al terminar su canción, pero el clamor de su pueblo solo se elevó aún más. Tenían hambre, tenían sed, tenían deseos que no podían ser. Y esa hambruna de vida solo los estaba consumiendo cada vez más.

Eran los hijos de fuego del norte, pero en su cuerpo no sentían más que el frío infértil de la vida. Eran una estrella moribunda que aguardaba su estallido final.

Los tambores tocaban y resonaban como truenos a su alrededor, mientras que los instrumentos musicales eran arañados con salvajismo. Los cuerpos bailaban y se agitaban, lo hacían con pasión, con esperanza de que sus plegarias fueran escuchadas. Torsos desnudos que se exponían sin vergüenza, pintados con vibrantes colores plagados de simbolismos. Hombres y mujeres, tenían plumas y pieles colgando de sus brazos y caderas, jugando a ser bestias nocturnas y voladoras. Ellos cantaban, dándole fuerzas.

Su piel no ardió cuando las piedras de fuego pisó. No sentía nada, porque ellas no podían lastimarlo. Él había nacido en aquella cálida tierra ardiente y ese calor era como un manto de protección, así que solo caminó.

Su andar era firme y jamás dudó, no existía el miedo en él. Estaba atravesando la marea de cuerpos que se abría paso ante el gran rey, como una roca en medio de un río. Las manos viajaron por su cuerpo al pasar y mancharon su piel, dejando más marcas sobre él. Algunas eran manos con pintura, otras eran vacías, pero su fantasmal toque lo acompañó. Los más salvajes clavaron sus uñas en los trozos de piel hasta dejar arañazos sangrantes, para después lamer el líquido carmín de sus dedos como ambrosía.

Te veo, hijo del agua.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora