Capitulo 28

4.5K 362 788
                                    

"Le dije que escuchara. Te rodean un sin fin de espíritus, hija. Habitan la tierra, el agua y el cielo. Si los escuchas ellos te guiaran" 

Pocahontas (1995)

Pandora era un mundo que las personas del cielo llamarían mágico, una palabra cuyo significado se perdió en el susurro de los años en aquella tierra marchita. Había algo existiendo en el interior de esa inmensa luna que no podía ser descifrado con teorías, libros, ni con toda su avanzada tecnología. Quienes pisaban la tierra podían sentir una minúscula parte de aquella "magia" entrar en su espíritu. Pero solo podían especular, nada más. Pues ni con toda la maquinaria científica que existiera se podría descifrar el pequeño milagro que estaba brotando, pequeño, tímido y cálido, como una semilla enterrada en tierra fértil, en las lejanas tierras metkayinas. 🎶

Dos cuerpos descansaban entrelazados en el bosque de una isla remota, ignorantes de cómo el mundo entero los observaba. El viento movió las hojas de los árboles para que los rayos del sol no los molestaran con su brillo, el roció que caía de las alturas ralentizo su marcha para que el sonido de las gotas al caer no los despertara. Y los seres que habitaban el bosque observaban con curiosidad aquello que ellos sentían tan profundamente en su espíritu.

Esos hombres, guerreros de un gran linaje, portadores de rebosantes nombres y de una herencia tan mística que ellos mismos ignoraban eran los protagonistas de aquella idílica imagen. Estaban recostados sobre la tierra del bosque, cerca y a la vez no. Aquel que llamaban el hijo bendito estaba envuelto en un calor protector, uno que lo alejaba de aquel dolor que había azotado su corazón después de enterrar su fiel arco. La angustia había aplastado su pecho en aquel acto físico y espiritual de una forma sin comparación; sin embargo, como el agua gélida al entrar en contacto con los rayos del sol, aquel sentimiento comenzó a derretirse cuando fue envuelto en los brazos de aquel na'vi. Un sueño profundo que solo se permitía estando alrededor de su pequeño clan ahora lo había adormecido.

La cabeza del omatikaya estaba recostada sobre un robusto pecho, con su largo cabello trenzado se derramado a su alrededor y sobre la piel de su acompañante como un rio de ónix negro, causando un delicado cosquilleo en los lugares donde tocaba. No tenía idea de cómo cada pequeña parte de su ser estaba causando un torbellino de emociones en aquel hombre, puesto que el metkayina, aquel apodado como príncipe, solo quería estar cerca de aquella persona que tanta paz le daba, ya sea de forma consciente o no.

El hijo del agua estaba sumido en el más profundo sueño que alguna vez tuvo, perdido entre miles de sensaciones que cosquilleaban en su pecho desde hace tantas noches. Su cuerpo había encontrado un reconfortante refugio en aquella tierra que habitaba desde hace años, pero que nunca presto atención. La tierra del bosque lo recibió con alegría y lo envolvió en su amoroso calor, que aceptó como un regalo.

Lo último que su mente había captado antes de caer dormido fue: "protégelo". No sabía de qué, o por qué. Pero no importo, porque sus brazos rodearon el cuerpo a su lado con sus últimas fuerzas despiertas. Envolvía los hombros del joven a su lado, sin presionar, sin acercarlo a su lado, solo cubriéndolo como una capa protectora. Su otra mano descansaba en sobre su propio vientre, tan solo a centímetros de separación de la mano azulada que estaba descansado contra él. Tan cerca que solo bastaría con un pequeño movimiento para tocarse.

Dos cuerpos juntos, envueltos en la paz y el sentimiento abrumador que tiraba de sus corazones cada vez más cerca. Era una fuerza magnética que estaba empujándolos uno contra el otro, y la que solo esperaba que ambos fueran valientes para dejarla tomar impulso. 

Había algo allí. Había algo entre ellos que no se daban cuenta que era, o al menos no con la inmensidad que representaba. Uno lo comprendido primero, pues jamás había sentido su corazón palpitar de aquella manera al mirar a alguien. El otro, quien había crecido rodeado de amor incondicional, no sabía diferenciar en los diferentes tipos de amor que podían existir, y creía que las cosquillas que anidaban en su vientre eran normales, ignorante de la inmensidad que se escondía detrás de ellas. 

Has llegado al final de las partes publicadas.

⏰ Última actualización: 19 hours ago ⏰

¡Añade esta historia a tu biblioteca para recibir notificaciones sobre nuevas partes!

Te veo, hijo del agua.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora