Capítulo XV: Rescate

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La oscuridad es un pasaje un tanto extraño, en ciertos momentos suele ser algo relajante, un lugar donde los pensamientos pueden vagar libremente, pues no existe mejor lugar para estar libre de algún estorbo que pudiera interrumpir dicha correlación entre el pensamiento y su creador; pero en otros casos, suele ser exasperante, un momento donde no hay algo en lo que enfocar tu vista, pues la nada negra se apodera de tus ojos, mientras que tus pensamientos pelean entre sí para apoderarse de tu cordura. Pero en el caso de McDuglas y Martínez, la situación se torna indescifrable, pues aun cuando se encuentran en una situación comprometida, su temperamento se encuentra apaciguado, contrario a lo que se espera de alguien capturado.

Jueves 26 de mayo de 20XX; en algún lugar al sur de Afganistán.

La fría oscuridad se vio interrumpida por una pequeña luz que colgaba del techo donde estaban resguardados, amarrados de brazos y piernas, con las manos en la espalda para evitar que pudieran desatarse e intentar escapar. Sus miradas no dejaban de verse, pues saber que el otro estaba ahí les llenaba con un poco de satisfacción, pues necesitaban estar hablándose cada cierto tiempo para no caer en el mal de pensar mucho. Si bien estaban solos, sin nadie que los vigilara dentro de aquella pequeña habitación, no han intentado algún movimiento, pues no quieren arriesgarse a entrar en una batalla sin saber que les puede esperar del otro lado de la puerta de metal.

—No todo se trata de pelear en su curso, ¿verdad? —Fue el Teniente americano quien empezó a hablar en ese momento.

—La verdad es que no —el Capitán mexicano platicaba de forma amigable—, más que nada nos muestran la forma de provocar guerrillas y la contrainteligencia. Son a los soldados a quienes sí les enseñan la guerra.

—Guerrilla, ¿eh? No suena muy propio de ustedes.

—¿Lo dices por el narcotráfico? —El Teniente asintió—. No te confundas, si no fuera por que son civiles pudiéramos dar con todo, pero como no los consideran un ejército, estamos un poco indispuestos.

—Ya veo.

La conversación continuó con pequeñas charlas y unas cuantas anécdotas de cada uno, pues no se les quitaba la costumbre, como todo buen militar, de compartir mucho de ellos. Mientras platicaban, lograron escuchar cómo varios hombres se acercaban a la habitación con paso firme, por lo cual callaron su plática y pusieron atención a la puerta mientras se abría. Entraron a la habitación tres hombres, uno de ellos cargaba una AK-47 mientras cubría su rostro con un shemagh; por otra parte, estaba el objetivo de la incursión mexicana en suelo afgano, Rodrigo "El Fino" Chávez, que tenía un sucio uniforme militar que caracteriza a los rebeldes de esa zona; por último estaba el líder de aquella facción de la resistencia afgana Hassan Al-Hesellan, mostrandose con su típico turbante, reflejandose como hombre de fé ante su Dios.

—Entonces —empezó a hablar Hassan en inglés, marcado por su típico acento—, quienes son nuestros invitados.

No hubo respuesta ante lo dicho por el local, por lo cual se mostró un poco molesto.

—Bueno, no es necesario que hablen, puedo deducirlo. —Se acercó al Teniente americano, escoltado por su guardia con el rifle de asalto en las manos—. Presiento que eres otro de esos infieles americanos que pisan nuestras sagradas tierras —lo dice mientras toca con su índice la bandera pegada en el hombro de su guerrera—. Pero tú... Tienes el color de piel de nuestra gente, pero no sus facciones...

—Es que es de mi país —fue la primera vez que habló Rodrígo tras entrar a la habitación.

—Ya veo, más que nada por la insignia en su hombro —diciéndolo por la bandera mexicana en su uniforme.

—¿Qué dice México sobre mí? —La pregunta de Rodrígo no parecía ser con fines de obtener una respuesta en sí mismo.

—No mucho —comenzó a responder el Capitán Martinez—. Solo quieren matarte por lo que hiciste —mientras hablaba, El Fino se acercaba a él—. Atacar al presidente. Eso fue muy estupido.

Apenas terminó de decir eso, el criminal mexicano le dio un puñetazo en la cara, el cual le provocó un leve sangrado en los labios al Capitán. Moviendo la mandíbula para lograr ya no percibir el dolor, algo casi imposible de lograr, pero que, de todos modos, intentó.

—Tranquilízate, Rodrígo —le dijo Hassan—. Ya podremos ocuparnos de ellos luego. Por el momento. Hay que prepararnos para otras cosas, tenemos que movernos y evitar que nos encuentren aquí. Ya es muy peligroso después de capturarlos a ellos. Así que vámonos.

Escupiendo en el rostro, Chávez se fue con Hassan siguiéndolo por detrás, escoltados por el hombre armado y cerrando la puerta tras de sí, dejando de nuevo solos a los dos militares, encerrados solo con sus pensamientos.

—¿Qué nos harán? —Preguntó el mexicano.

—La verdad no sé. Pueden enterrarnos vivos en medio del desierto o matarnos en video para mandar un mensaje. Pero esas son solo especulaciones.

—Tenemos que salir de aquí antes de que eso ocurra.

—Pues espero que tengas un plan para eso. Por qué no tengo algo en la mente.

El silencio volvió a acompañarlos junto a la tenue oscuridad en aquel cuarto. A la espera de lo que les prepare el futuro.

 A la espera de lo que les prepare el futuro

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⏰ Última actualización: Jan 21 ⏰

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