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Oscar

Miré sobre el rebosante carrito de compras que tenía frente a mí. Diablos, sólo había ido al supermercado por algo de leche. Sabía quién era el responsable de esto.


-¡Arthur Piastri! Trae tu trasero para acá - Una pequeña ancianita jadeó por mi vocabulario. - Lo siento.


Un pequeño enano con cabello café claro vino corriendo por el pasillo con tantas cajas de cereales como sus pequeños brazos podían cargar. Ese era mi rompecorazones de siete años. Él de alguna manera encontró espacio en el carrito para todas las cajas y me sonrió.


-Tengo todo lo de mi lista. Nos podemos ir ahora.

-Déjame ver esa lista - Repliqué, sosteniendo una mano en el aire mientras ponía la otra en mi cadera.

-Papá - Golpeó su sien con su dedo índice. - Todo está aquí.

-Maldito sabelotodo - Gruñí.


Él alzó la mano, sacudiendo sus dedos. Resoplé y saqué una libra esterlina de mi bolsillo y lo solté. Teníamos una regla de no maldecir que le estaba haciendo a mi hijo una fortuna.


-Gracias, papá - Dijo contento.

-Sí, sí - Repliqué. El agudo sonido de un niño llorando se coló en el aire - Hora de irse - Anuncié, empujando el carrito hacia la fila para pagar.


Estábamos llegando al final del pasillo cuando alguien chocó su carrito con el mío.


-¿Podrías fijarte por dónde vas? - La perra soltó lo suficientemente alto como para escucharlo por encima de los gritos de la pequeña niña en su carrito.

- Que mire por dónde... - Puse cara de sorpresa. - ¡Oh por Dios, esa es una idea brillante! ¡Gracias! - Sin necesidad de maldecir, el sarcasmo no me costaba nada. - Vámonos, Arthur.

-¡¿Disculpa?! - La mujer replicó, notoriamente ofendida. Empezó a despotricar en un tono tan alto que dudo que los perros aún lo puedan oír.


Rodé mis ojos y empecé a alejarme, pero mi pequeño parecía tener otros planes. Caminó hacia el carrito de la mujer y le ofreció a la pequeña que lloraba una paleta. Él siempre tenía una o dos a la mano.


-Por favor, no llores - Ella se detuvo, sólo gimoteando un poco mientras tomaba el caramelo. Mi niño tenía súper poderes.

-Vamos Arthur - Dije suavemente. Esta vez me siguió - Eres un chico bastante genial, ¿Lo sabías? - Desordené su suave cabello - Ahora, ayúdame a descargar toda esta chatarra.


Hicimos un trabajo rápido descargando el carrito, y con deslizar mi tarjeta de crédito, ya estábamos fuera de ahí. Levanté la puerta de la parte posterior de mi monstruosa camioneta y Arthur me ayudó a poner todas las golosinas innecesarias en la parte de atrás.

Entonces lo observé de cerca mientras empujaba el carrito hacia el lugar correspondiente.


-Por el amor de Dios, ¡¿Te puedes callar?! - Oh, genial. La loca y la pobre niña que lloraba estaban afuera.

-¡No le hables de esa manera! - Un niño más o menos del tamaño de Arthur le gritó.


La psicópata miró al pequeño niño con fuego en sus ojos. Ella enterró sus garras en su pequeño bracito.

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