capítulo 14

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Capítulo 14
Alana Faith
Está aquí

Nunca pensé que el sonido de mi propio corazón pudiera ser tan ensordecedor. Cada latido resuena en mis oídos, marcando un compás que no puedo seguir. Maddox corre hoy, su gran día, y yo debería estar allí, en las gradas, agitando un cartel, gritando su nombre. Pero en cambio, estoy aquí, en la clínica, con un número que no alcanza como mi hemoglobina.
La habitación huele a desinfectante y promesas incumplidas, una silla incómoda presionando contra mi espalda. La anemia falciforme ha sido mi compañera silenciosa durante tanto tiempo, pero nunca había gritado tan fuerte como ahora, robándome este momento.
──Vas a estar bien, cariño. ── susurra mamá, su mano en la mía, cálida y reafirmante. Pero sus palabras son un bálsamo que hoy no puede calmar mi dolor. Yo solo sonrío, un gesto que no llega a mis ojos y que ella, conocedora de mis sombras, no compra.
En medio de mi frustración, mi teléfono vibra. Es Chloe con una video llamada.
──Para que no te lo pierdas. Para que estés con él. ──dice, y de repente, la pantalla se llena con la imagen de Maddox en la línea de salida. Él mira al frente, su concentración es una llama visible incluso a través de la pantalla digital. Quisiera poder soplarle aliento y fortaleza, pero todo lo que tengo es un suspiro ahogado y un corazón que pide un favor al destino.
La carrera comienza, y veo a Maddox despegar. Es un relámpago, es el viento, es todo lo que siempre he sabido que es y más. Nunca he estado tan cerca y tan lejos de él como ahora, mi pantalla un portal que no puedo cruzar.
Cuando cruza la línea de meta primero, no puedo contenerme. Un grito se escapa de mis labios,
──¡Sí! ¡Lo hizo! ¡Maddox ganó! ──Pero mamá pone su dedo sobre sus labios y me mira con esos ojos que dicen mil palabras sin pronunciar ninguna.
──Shhh, no te esfuerces tanto. ──dice con esa sonrisa suya que puede hacer más sutil un huracán.
Así que dejo salir un chillido bajito, uno que no perturbe mis células ya bastante agitadas, uno que coincida con las lágrimas que no puedo dejar de llorar. De felicidad, de tristeza, de todo.

No estoy allí con Maddox. No pude ver sus ojos buscarme en la multitud, no pude ser la mano que él buscara al cruzar su meta. Pero parte de mí siempre ha estado con él, corriendo esa carrera, cada paso del camino.
Y sé, con una certeza que se hunde más profundo que cualquier dolor, que él siente lo mismo. Porque incluso las células más tercas y rebeldes no pueden competir con lo que Maddox y yo tenemos. Hoy no pudo ser, pero habrá otras carreras, otras metas. Por ahora me aferro a esa promesa, tan cierta como el latido errático de este corazón rebelde.
Los ecos de una victoria que no pude celebrar resuenan en la esterilidad blanca de este cubículo del banco de sangre. La silla se adhiere a mi cuerpo, cada fibra sintética parece querer absorber la alegría que debería estar sintiendo. Maddox ha cruzado la línea de meta sin que mis ojos lo aseguraran desde las gradas. El peso de mi ausencia me retuerce el estómago más que la picadura del catéter en mi vena.
La mirada de mamá intenta pintar de colores el gris de mis pensamientos.
──Llámalo. ──me urge, ──. compártele tu alegría.
Pero sacudo la cabeza.
──No, mamá. No ahora. ──murmuro, mi voz apenas un hilo. No quiero robarle su momento con la noticia de mi encierro, de mi debilidad. ──. La anemia falciforme ya me ha quitado suficiente hoy. No dejaré que le quite esto también a él.
El silencio cae entre nosotras como un telón demasiado pesado para levantar. Mi madre asiente con una comprensión silenciosa, pero su deseo de curarme con amor y palabras de aliento se ha estrellado contra la barrera impenetrable de mi decisión.
Entonces, un tumulto corta a través del pasillo. Voces sofocadas, pasos apresurados. Un segundo se suspende en el aire, y otro, y por un instante, la tensión parece alejarse de mí, expectante. Los pasos se acercan, y una figura conocida irrumpe en mi campo de visión. Maddox. Su respiración es agitada, su camiseta de la carrera manchada de esfuerzo y triunfo, y sus ojos… sus ojos me buscan con el temor desgarrador de haber llegado demasiado tarde.
──Corrí por ti. ──dice sosteniendo mi mano, sintiendo lo correcto en ello. ──. Ahora estoy aquí, para ti.
──Maddox. ── el nombre se escapa de mis labios en un susurro quebrado, mi corazón trota al galope, incapaz de seguir el ritmo que la sorpresa le exige. ──¿Qué haces aquí? Tu carrera, tus entrevistas, la beca…
Él se acerca con tres zancadas y toma mi mano con una delicadeza que contrasta con su apariencia desenfrenada.
──Nada de eso importa, Alana. Solo tú. ──dice con firmeza, y hay una verdad en sus ojos que no necesito cuestionar. ──. Nada tiene sentido sin ti.

Me doy cuenta entonces, en la calidez de su palma contra la mía, en esa conexión que suprime la oscuridad, que el triunfo es solo un eco cuando el amor está en juego.
Es en ese momento, con los latidos desordenados de mi corazón y el fervor arraigado en su mirada, en ese preciso instante entiendo que la anemia falciforme no es una sentencia, sino simplemente un contrincante más en nuestra carrera juntos.
Maddox está aquí, para mí, con el aliento todavía entrecortado por la velocidad, pero el pulso firme con determinación. Y mientras su presencia llena la habitación, llenando cada rincón con la promesa silenciosa de un mañana mejor, no hay enfermedad, no hay distancias, no hay barreras que puedan competir contra eso.
Porque él está aquí, y nada más importa.
El agua llega a manos de Maddox como un Salvador, un bálsamo para su agitación palpable, cortesía de mamá que maneja la desfachatez de la situación con una gracia que envidiaría cualquier anfitriona. La silla, que ha sostenido el peso de mi preocupación, ahora le da descanso a él, el héroe exhausto y sorpresivamente presente.
──Muchas gracias, señora. ──dice Maddox, con ese aire de cortesía antigua que siempre me ha hecho sonreír. Mamá solo asiente con una sonrisa divertida y se aleja unos pasos, dándonos un aura de privacidad en el muy público banco de sangre.
Sus ojos encuentran los míos, un azul profundo lleno de preguntas.
──¿Qué te trae por aquí, Alana? No me digas que te has escapado para evitar verme en la pista.
Una risa burbujea en mi garganta ante la absurda idea, pero muere rápidamente cuando toca la certeza de mi realidad.
──Anemia. ──respondo simplemente, la palabra cayendo pesada entre nosotros. ──. No te preocupes. ──digo apresuradamente, viendo nacer la preocupación en su rostro. ──Es sólo… algo con lo que hay que lidiar.
Él asiente, pero veo el voto silencioso detrás de sus ojos, la promesa de ser el guardián de mi fortaleza tambaleante.
──Estaré aquí. Hasta que se terminen todas esas bolsas de sangre. Hasta que no haya nada más que hacer aparte de asegurarse de que estás bien.
Y entonces saca su teléfono, sus dedos se mueven con una familiaridad que me habla de todas las veces que hemos compartido gustos y momentos a través de pequeñas pantallas.
──Veamos… algo ligero, ¿no? ¿Qué te parece the bing bang theory? Siempre hace reír.

La realidad de su presencia, de su compromiso inmediato, presiona contra la incredulidad que amenaza con cerrarme la garganta. Maddox está aquí, no por la seguridad de un futuro prometedor ni por la euforia de una victoria reciente, sino por mí. Por la chica que no pudo llevar pompones ni gritar en la línea de meta.
──Perfecto. ──digo con una voz que ya se siente más fuerte, mi sonrisa tan real y tan brillante como cualquier medalla que Maddox haya colgado alrededor de su cuello. La serie comienza, pero ni la ingeniosa escritura ni los gags visuales pueden robarnos la atención del otro.
Estoy asombrada, agradecida y completamente eclipsada por la magnitud de su corazón. Porque en este momento, con la risa falsa de la sitcom colándose en el fondo, me doy cuenta de que Maddox no está aquí sólo por lo que soy, sino por lo que somos juntos.
Y nada se siente más especial que eso.

Todos los besos que me imaginé Donde viven las historias. Descúbrelo ahora