capítulo 15

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Capítulo 15
Maddox Phoenix
Calma.

La sala se queda en silencio, salvo por el murmullo constante  que se reproduce en mi teléfono, por los Capítulos de ka serie que seguimos,  sirven de distracción, un velo tenue sobre la realidad de la sala de hematología. Alana se hunde en los cojines de su silla, su respiración acompasada apenas perceptible, sus ojos atentos.
Con cada gota que cae en su torrente sanguíneo, siento que algo oscuro y pesado se desvanece de su aura. La transfusión es una tregua con su enfermedad, una batalla silenciosa que sé que no puedo comprender en su totalidad, pero a la que asisto como un guerrero en la sombra, fiel pero impotente.
Mi teléfono vibra, una, dos, tres veces. Los mensajes y llamadas han sido incesantes, interrumpiendo nuestra serie. Papá, mamá, incluso el entrenador Mark, todos buscando respuestas. Escapé de la carrera más importante de la temporada, dejando atrás al cazatalentos de UCLA y las expectativas infladas que todos habían depositado en mí.
Suspiro, dejando que la urgencia del mundo exterior chasquee contra mi voluntad como olas contra un acantilado. Alana me mira con una serenidad perturbadora y me da un suave codazo.
──Deberías contestar. ──me dice, su voz más firme de lo que esperaba.
Lo ignoro, prefiriendo quedarme ahí, perdido en el sonido de la serie que ambos vemos. Pero cuando el tono mordaz de mi teléfono suena de nuevo, las palabras de Alana me impulsan con la fuerza de una corriente. Deslizo el dedo sobre la pantalla y la respiración contenida de mi padre inunda el espacio.
──Maddox, hijo, ¿dónde diablos estás? ¿Qué pasó hoy? ──La preocupación tiñe cada palabra con un tono oscuro de desconcierto.
El aire se siente más frío de repente, incluso bajo la luz cálida del cuarto.
──Papá, lo siento. ──empiezo, las palabras luchando contra la marea de emociones. ──. Lo hablaré contigo en casa, ¿de acuerdo?
Su silencio al otro lado de la línea es un abismo que sé que debo cruzar más tarde.
──Está bien, hijo. Estamos preocupados, eso es todo. Vuelve a casa cuando puedas.
Cuelgo, sintiendo la gravedad de la situación pero encontrando en la presencia de Alana una razón más fuerte que cualquier promesa de futuro. Hay cosas que simplemente no pueden esperar, y en este momento, mientras se recupera gota a gota, Alana es mi única certeza.
Tomé asiento a su lado, la serenidad en su rostro un marcado contraste con la tormenta en mi pecho. Mis dedos tropezaron con la pantalla de mi teléfono, y la serie que habíamos dejado en pausa brilló de nuevo a la vida. Quería perderme en esa ficción, escapar de nuestras realidades por un momento, pero Alana tenía otros planes.
El destello de la pantalla se desvaneció cuando ella presionó ‘pausa’, su delicado dedo en el pequeño botón capturó mi atención de inmediato.
──Maddox. ── dijo, su voz firme a pesar de la debilidad de su cuerpo. ──necesitas hablar con tu entrenador.
La seriedad en sus ojos me ancló al momento, imposible de ignorar.
──Lo de la oportunidad con el cazatalentos de UCLA… haría que me sintiera mejor si lo intentaras.
¿Cómo podía negarme a eso? El peso de sus palabras me impulsó a prometer:
──Lo haré, justo después de que salgamos de aquí y te instales en casa. ──Cada palabra era un voto que emanaba de lo más profundo de mi ser.
El tiempo pasó a un ritmo perezoso, y el sonido de la máquina anunciando el final de la transfusión de sangre marcó el cierre de un capítulo y el comienzo de un nuevo desafío. Ayudé a Alana y a su madre a recoger sus cosas, y mientras ella se puso de pie, frágil pero decidida, una oleada de admiración me llenó. Había algo en su tenacidad que me hacía querer ser mejor, hacer mejor.
Sus ojos se encontraron con los míos, y en ellos encontré el reflejo de un futuro con posibilidades ilimitadas. Pero primero, el presente. La madre de Alana clavó su mirada en mí mientras nos acercábamos al auto familiar, un vehículo cargado de tantos viajes al hospital que se había convertido en una extensión de sus vidas.
──Ven a almorzar con nosotros, Maddox. ──me instó, una sonrisa alentadora adorando su rostro cansado. ──. No te arrepentirás.
Me detuve por un momento, sopesando. La hospitalidad era un lenguaje que mi familia rara vez hablaba; nosotros vivíamos en las líneas difusas entre el afecto y la necesidad de fortaleza. Pero hoy, bajo la luz brillante y la oferta de un hogar lleno de calor, acepté, subiéndome al coche de Alana, dejando que la promesa del futuro y la bienvenida del presente me rodearan. Y así, con promesas de una comida casera en el aire y la posibilidad de redención colgando frente a mí, tomamos la carretera que llevaba a casa de Alana, a un desconocido tipo de esperanza, a algo que se parecía mucho al comienzo de la recuperación, tanto para Alana como para mí.
Noto su mano entre el asiento y la puerta de copiloto, la lleva hacia atrás y mueve ligeramente sus dedos buscando mi mano, sonríe con un calor instalándose en mi pecho, estiro mi mano para sujetar la suya.
──Alana debes comerte todo, recuerda que tienes que recuperar fuerzas y subir la hemoglobina.
──No me hagas esos jugos verdes.
──Tienes que tomarlos. ──Escucho con atención. ──. Maddox, ¿Podrías ayudarme?
Sonrío.
──Claro que si, si te tomas tu jugo verde, yo me tomaré uno contigo. ──Alana gira su rostro hacia mi.
──Sabe horrible.
──No importa, lo haremos juntos.
──Está bien… ──susurra, su madre sonríe.
Mis pasos resonaban en el sendero que llevaba a la entrada de la casa de Alana, una casa que, sorprendentemente, se sentía familiar a pesar de su panorama desconcertante de bienestar. La madre de Alana me guió hacia la puerta frontal, y su padre, el rostro radiante con una sonrisa de bienvenida, me recibió con un apretón de manos firme. El olor embriagador de comida casera me envolvió, inundando mis sentidos con una deliciosa anticipación.
──Gracias por venir, Maddox. ──dijo su padre con una calidez que tomé como un voto de confianza. ──. No podemos esperar a que pruebes lo que hemos preparado. ──se gira hacia Alana, la abraza con fuerza y deja un beso en su cabeza. ──. ¿Mi niña cómo se siente?
──Bien, papá.
Entré bajo la guía de su brazo, y pronto me encontré en la acogedora cocina. Alana, sentada en un taburete, me miró con una sonrisa amplia y cálida que parecía iluminar la habitación entera.
El interrogatorio suave pero curioso comenzó, la conversación danzando a través de las palabras. El padre de Alana parecía genuinamente interesado en conocerme. Respondí con la misma cortesía, aunque mis pensamientos seguían regresando a la figura orgullosa y amorosa que era Alana, su sonrisa radiante mientras observaba.
Ya entiendo su luz, su familia es el reflejo de lo que ella es…
Y luego, como si el destino tuviera un ritmo caprichoso, el sonido de la entrada repiqueteó con la llegada de Chloe, seguida de cerca por su novio, Patrick. Sus voces tintinearon alegremente en la cocina, y al verme, sus rostros se transformaron en amplias sonrisas de sorpresa y alegría.
──¡Maddox, aquí ──Chilló Chloe, su entusiasmo contagiando el aire a su alrededor. ──¡Qué sorpresa verte aquí!

Patrick se unió a su algarabía, sus felicitaciones llenando la habitación con un zumbido de energía positiva. La noticia de su reciente éxito en la pista de atletismo, así como la posibilidad de una beca de UCLA, se coló en la conversación de una manera tan natural que apenas podía creerlo.
Los padres de Alana, también entusiasmados, unieron sus voces a las de Chloe y Patrick, compartiendo sus propias felicitaciones y alabanzas. Pero en medio de los aplausos y las palmaditas en la espalda, mis ojos buscaban a Alana, que seguía observándome con orgullo y amor. Su apoyo silencioso era una fuerza inquebrantable, un faro en medio de mi desconcierto.
Y en ese momento, en un rincón de aquella cocina hogareña, sentí que algo nuevo cobraba vida en mi interior. Alana me había mostrado su mundo, su comunidad, su amor. Era hora de encontrar mi lugar en él.

Todos los besos que me imaginé Donde viven las historias. Descúbrelo ahora