capítulo 18

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Capítulo 18
Maddox Phoenix
Los planes.

Mientras me acercaba a la puerta de mi casa, el peso de la tarde con Alana aún pesaba en mi mente. Al abrir la puerta, me di cuenta de que mis padres me estaban esperando en la sala con expresiones serias.
──Maddox, finalmente decides aparecer. ──dijo papá con evidente desaprobación. ──. ¿Por qué te fuiste después de la carrera? Los cazatalentos estaban esperándote.
Respiré hondo antes de responder, tratando de explicar mi ausencia.
──Lo siento, papá. Alana me necesitaba. Estaba en el hospital, le estaban haciendo una transfusión de sangre y quería estar con ella.
La preocupación se reflejaba en el rostro de mi madre, pero mi padre parecía escéptico.
──¿Así que dejaste la competencia por una chica? ──preguntó, con los brazos cruzados.
──No fue por una simple chica, y no dejé la carrera. La termine papá. ──Asentí, frustrado por la falta de comprensión. ──. Alana significa mucho más para mí que ‘solo una chica’, papá. Estaba pasando por un momento difícil y no podía dejarla sola.
Después de un momento de reflexión, mi padre finalmente asintió.
──Entiendo que quieras estar allí para ella, pero debes encontrar un equilibrio, Maddox. Tu carrera también es importante.
Asentí en silencio, Me senté junto a ellos, preparándome para una larga conversación sobre mis prioridades y responsabilidades.
──¿Cómo está Alana? ──Pregunta mi mamá.
──Está bien, mamá. En reposo.
──¿Por qué tuvieron que hacerle una trasfusión? ──Inquiere Papá.
──Tiene anemia. ──Susurro, puedo notar como mi padre le resta importancia.
Nunca me ha resultado fácil hablar de mis problemas; siempre he sido de guardarlos, dejarlos fermentar hasta que se convierten en algo peor. Pero Alana ha cambiado todo eso para mí. Saber que ella lucha con una anemia que le drena la energía cada día, me ha hecho valorar más los momentos, las palabras, el compartir.

Hoy, sentado frente a mis padres, la conversación no es sobre mí, es sobre ella, y de alguna manera, también sobre nosotros. Mi madre me observa con una mezcla de preocupación y consuelo, mientras mi padre se inclina hacia adelante, con los codos sobre las rodillas.
──Maddox, tienes que llamar al entrenador. Esto es importante, hijo. No puedes simplemente dejar pasar oportunidades así.
Respiro hondo, asintiendo con la cabeza; sé que tiene razón. Necesito equilibrar mi preocupación por Alana con mis responsabilidades.
──Lo haré, padre. ──prometo. ──. Hoy mismo.
Más tarde, con el teléfono en mano, la determinación se convierte en nerviosismo. El timbre suena una, dos veces, y entonces, la voz gris de mi entrenador llena mi oído.
──¿Dónde demonios te metiste, Maddox?
Su enojo es un viento frío que me hace estremecer, y rápidamente me disculpo,
──Lo siento, entrenador. Había alguien que necesitaba mi ayuda. ──no puedo decirle sobre Alana, no ahora. No quiero que piensen que ella es una distracción.
──Entiendo que tengas una vida personal, pero hay maneras de manejar estas cosas.  ──gruñe él, y puedo casi imaginar su mirada penetrante a través de la línea telefónica. ──. No puedes simplemente desaparecer después de una carrera, sobre todo cuando el entrenador de la NYU quiere hablar contigo.
Siento la culpa torciendo dentro de mí.
──No volverá a pasar. Lo prometo.
──Mejor que así sea. Tienes otra oportunidad, pero es la última. ──advierte. ──. En dos días se presentará otra vez. Tienes que igualar o mejorar tu tiempo, ¿entendido?
──Entendido. ──respondo firmemente. Y aunque no puedo verlo, sé que nuestra conversación ha terminado cuando escucho el clic del teléfono colgando. Esta era mi promesa y mi desafío: equilibrar mi vida personal con mis ambiciones. Por Alana, por mí, no puedo fallar en ninguna de las dos.
La llamada con el entrenador había terminado hace apenas unos segundos, pero el peso de la conversación me mantenía anclado en el sitio, parado justo en medio de la habitación con mi corazón latiendo en sordina. Luego, sintiendo cómo la tensión comenzaba a abandonar lentamente mis hombros, me dejé caer sobre la cama. Mis ojos se cerraron sin que yo se lo pidiera, y fue en ese oscuro teatro de mi mente donde las imágenes de Alana flotaban hacia mí, impelidas por el temor y la preocupación.

Alana, con su palidez de luna nueva, yaciendo en el hospital, los tubos conectados a sus brazos, rociando vida a través de su sangre pálida. Mi pecho se comprimió al recordarla tan frágil, su vulnerabilidad, quebrando la imagen que tenía de ella, fuerte y siempre tan llena de vida.
Sacudiendo la cabeza, como si con ello pudiese deshacerme de la impotencia, alcancé el teléfono. Mi dedo temblaba levemente mientras escribía en la barra de búsqueda. “Anemia”. Las respuestas se amontonaban unas sobre otras, un sinfín de posibilidades y explicaciones que hacían que mi pulso se acelerara. Me sumergí en la lectura, los tipos de anemia desfilaban frente a mis ojos cada uno con sus síntomas, sus causas, sus tratamientos. Las horas pasaron, inexorables, mientras yo intentaba comprender, aprender, encontrar algo que pudiera hacer.
Entonces, una entrada en particular llamó mi atención. Palabras que al leerlas se clavaron en mi pecho, introduciendo el pánico en mi corazón. Anemia falciforme. y un temor irracional, hiriente, brotó salvaje en mi interior. No podía ser eso, me dije, negando con la cabeza, intentando alejar el pensamiento. No Alana, no mi estrella más brillante.
Necesitaba verla, necesitaba escuchar su voz, confirmar que estaba allí, conmigo. Incapaz de continuar con mi búsqueda, inicié una video llamada, y cuando su rostro apareció en la pantalla, un alivio indescriptible se derramó sobre mí. Ella estaba ahí, sentada en un sofá, un libro en mano, y una sonrisa que iluminaba mi mundo.
──Hola, novio. ──dijo, y su voz llevaba el tintineo de las campanillas al viento. Ángel era la única palabra que parecía adecuada; un ángel que me robaba el aliento y vivía en mis sueños más dulces y en mis pesadillas más oscuras la pesadilla de perderla.
──¿Cómo te sientes? ──Logré preguntar, manteniendo mi voz lo más estable que podía. Cada parte de mí se aferraba a este momento con ella, a esta conexión en medio del miedo y la incertidumbre. Porque aunque había miles de kilómetros y una pantalla entre nosotros, en ese instante, Alana era mi certeza, mi único anhelo. Y yo haría lo que fuera para mantenerla a salvo, fuera de las sombras de mi miedo.
──Bien, estoy bien.
──¿Lo juras?
Suspira, dejando el libro a un lado.
──Por favor no nos centremos en eso. ¿Si? No quiero que el enfoque de nuestra conversación sea mi anemia.
La entiendo.
──Está bien. Lo siento, es solo que… me preocupo.


Todos los besos que me imaginé Donde viven las historias. Descúbrelo ahora