capítulo 17

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Capítulo 17
Maddox Phoenix
Una lista.


Después del almuerzo, los murmullos y risas de la familia de Alana aún resonaban en mis oídos mientras seguía su figura hasta el segundo piso. La normalidad de ese día estaba lejos de serlo para mí, envuelto en una nube de nerviosismo y expectativa.
──Tus padres son muy divertidos.
──Si, lo son. Ellos son… especiales. ──Musita mientras camino detrás de ella. ──. Ya viste porque Chloe es así. ──Río.
──¿Patrick tiene años con Chloe?
──Si. Ya mis padres lo quieren como un hijo.
Alana empuja suavemente la puerta de su habitación y me invita a entrar con un gesto de mano que traté de interpretar como presagio de algo mágico. El umbral delineaba una transición a su mundo, y mientras cruzaba, capté el tono lila de las paredes, un reflejo de la suavidad y el misterio que ella emanaba. Mis ojos se deslizaron sobre un mural colmado de recortes, imágenes estáticas de parejas capturadas en el infinito baile del romance, besándose en escenarios que iban desde atardeceres empapados de rojo hasta la simple intimidad de una banca en el parque. Eran fragmentos de sueños, piezas de un anhelo que sentí propio.
Mi atención se centra en una colección de CD de los Backstreet Boys alineados con una precisión que denotaba veneración. En ese momento, me pareció entender un poco más nuestra banda sonora sentimental, esa melodiosa nostalgia noventera que ahora compartíamos.
La cama, ordenada y prometedora, quedó ignorada mientras Alana me guiaba hacia un sofá pequeño y envolvente. Me senté, justo al mismo tiempo que ella se hacía con uno de los CD y delicadamente extraía el disco, la plateada superficie capturando destellos de la luz que se filtraba por la ventana.
Pero en lugar de dirigirse a la cama, Alana se tendió sobre la alfombra lila, un espejo del color de las paredes, y me extendió unos audífonos como invitación a acompañarla. No fue una decisión que necesitara deliberación. Me acomodé a su lado, sintiendo la suavidad de la alfombra que parecía abrazarnos en su colorida calidez.
Con un ‘click’ discreto, la habitación se llenó de una atmósfera sónica reservada solo para dos. Las armonías y voces de una época que nunca fue la mía se convirtieron en el hilo conductor de una intimidad que fue tejiendo, suave pero firmemente, entre Alana y yo. En un susurro de acordes y voces sincronizadas, sentía que, tal vez, podía acercarme un poco más a ese enigma que era ella, desentrañar las melodías de su ser.
Y ahí, acostados en el suelo, mientras el mundo seguía su curso ajeno más allá de esas paredes lila, todo lo demás perdió significado. Solo éramos Alana, yo y las canciones que componían el momento, un trozo de eternidad congelada en la calidez de una habitación juvenil y los latidos acompasados de dos corazones aprendiendo la letra de un posible futuro.
──Bienvenido a mi pequeño mundo, Maddox. ──Susurra, me giro hacia ella.
──Bienvenida a mi vida, Alana. ──Respondo para verla sonreír de oreja a oreja. ──. De verdad bienvenida y disculpa el desorden.
──No te preocupes, mi mundo también está un poco desordenado pero se que juntos pondremos orden.
──Por favor. ──Pido, ella se acerca más a mi cuerpo, y reposa su cabeza en mi hombro mientras los dos miramos el techo de su habitación.
El techo blanco sobre nosotros se convierte en nuestra pantalla en blanco para los sueños, mientras una melodía suave se filtra a través de los audífonos que compartimos. Me pierdo en la música, en el sencillo placer de estar aquí, ahora, sin demandas ni urgencias.
Sin embargo, incluso la música no puede ahogar el susurro de curiosidad que me recorre cada vez que mis ojos se desvían hacia una de las paredes de su habitación. Está cubierta con una pizarra llena de recortes de parejas cautivadas en momentos de ternura y pasión, besándose en lugares que inspiran suspiros y longings.
La curiosidad se convierte en voz.
──¿Qué es todo eso? ──pregunto, señalando el collage de romance detenido en el tiempo.
Alana se sonroja, un encantador enrojecer que viaja desde sus mejillas hasta donde el cuello se encuentra con la sombra.
──Son los lugares donde me gustaría ser besada. ──dice, y hay algo en su confesión que hace que la habitación gire un poco, que el mundo se enfoque en un punto fijo.
Dejé los audífonos a un lado y me levanto, atraído hacia la pizarra como un barco hacia su faro. Cada imagen es un deseo, una ventana a los pensamientos más íntimos de Alana. Entonces, veo a una pareja envuelta en el resguardo cómplice de una habitación, y eso me hace sonreír.
Me vuelvo hacia ella, ahora con una pregunta ardiendo en los bordes de mi lengua.
──Acércate.

Alana deposita a un lado sus propios audífonos, se levanta con una gracia que se me antoja poesía en movimiento, y se aproxima hasta que casi puedo contar las pecas de su rostro.
Nuestros ojos se encuentran, y es como si las corrientes subterráneas de nuestros corazones encontraran sus ríos.
──¿Es tu habitación o la mía? ──pregunto, aunque ya conozco la respuesta.
──La mía. ──dice, y la sonrojes en sus mejillas se profundiza, pero sus ojos brillan con una mezcla de nerviosismo y anticipación.
Ya no hay espacio para palabras cuando me inclino hacia ella, mi mano encontrando la curva de su cintura con naturalidad, como si siempre hubiera pertenecido allí. Y cuando nuestros labios finalmente se encuentran, el beso es dulce, un horizonte de estrellas despertando en el cielo de nuestras bocas, y siento que cada beso en su pared de sueños no es nada comparado con la realidad de sus labios sobre los míos.
Nos besamos en su habitación,  añadiendo nuestra propia memoria al mosaico de su deseo.
Ella se aleja ligeramente, haciéndome sentir la ausencia de sus labios en los míos, abro mis ojos para verla iluminada de algo que me hace sentir feliz en paz y lleno de amor. Después del beso, un silencio cómplice se cierne por un momento, cargado de las posibilidades que acabamos de descorrer. Mirando la cara sonrojada de Alana, una idea toma vuelo en mi cabeza.
──Y  ahora. ──digo, mi voz todavía baja por la cercanía de nuestras bocas ──. quiero que sea en mi habitación.
Ella sonríe, sus ojos brillando con diversión y algo que podría ser aventura.
──Oh. ──responde, su tono juguetón y retador. ──. ¿Y tendrás tu propia pizarra de deseos o una simple lista será suficiente?
──Una lista. ──contesto. ──. Una lista de todos los besos que quiero contigo, y los lugares. ──Ya puedo imaginar su nombre y el mío, entrelazados en un papel, marcando puntos de encuentro para nuestros futuros besos.
Con una risa, se gira hacia su escritorio y me pasa una hoja de papel lila y un bolígrafo, como si me entregara el permiso para escribir una nueva historia. Tomo asiento en la cama de Alana, hundiéndome en la comodidad de su mundo personal, y empiezo a escribir. Cada palabra es una promesa, cada lugar, un pacto de sentir su cercanía. Mientras escribo, Alana queda parada a un lado, observando. Hay algo en su mirada, una chispa de curiosidad y de emociones a flor de piel.

Al terminar, doblo la lista cuidadosamente, y se la entrego, sintiendo un segundo de duda. Esto es un mapa hacia la vulnerabilidad. Pero cuando Alana acepta el papel, lo despliega, y comienza a leer en voz alta, eso se evapora.
──El estadio de carreras. ──lee, una ceja arqueándose con interés. ──. Tú habitación. ──su mirada se eleva para encontrarse con la mía, una sonrisa jugando en sus labios. ──. Bajo la lluvia, en la cafetería de la preparatoria… ──Su voz se convierte en una melodía que llena la habitación con el sonido de los sueños futuros.
Cada lugar es un capítulo esperando ser escrito, y cada beso, un mund pendiente en el poema de lo que podríamos ser. La lista es larga, pero en cada palabra, en cada pausa de su lectura, siento que no solo se trata de los besos o los lugares. Se trata de los momentos que capturaremos juntos, de las memorias que combinaremos, compuestas de risa, piel y suspiros.
Mientras Alana continúa, una parte de mí puede verlo todo desplegándose como una película; nuestras siluetas presionándose la una contra la otra en esos distintos escenarios, aprendiendo el mapa de labios, corazones palpitando una sinfonía nueva y antigua a la vez.
──Eso es… bastante específico. ──dice ella al final, y hay un brillo en su tono que me hace desear empezar con esa lista ahora mismo.
──Los  ángeles están en los detalles. ──respondo, y con la luz de sus ojos como mi estrella guía, siento que estamos a punto de escribir una historia que ni la más detallada de las listas podría prever completamente.
Estamos en su habitación, con una lista de deseos hecha de palabras en papel lila, y sin embargo, ya puedo sentir el pulso de cada uno de esos lugares latiendo entre nosotros, invitándonos a un baile que ambos estamos ansiosos por comenzar.


Todos los besos que me imaginé Donde viven las historias. Descúbrelo ahora