capítulo 16

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Capítulo 16
Alana Faith
Una almuerzo.

Siempre he pensado que hay algo especialmente mágico en las comidas familiares, esos momentos en los que nos reunimos alrededor de la mesa, con nuestros platos humeantes y nuestras historias aún más cálidas. Hoy no es la excepción. Miro alrededor de la mesa: mamá y papá, con esas sonrisas indulgentes que parecen reservadas para los domingos. A un lado, está Chloe y enfrente, su novio Patrick, cuyo entusiasmo por nuestras viejas anécdotas familiares parece inagotable. A mi lado, Maddox, cuyo brazo descansa casualmente detrás de mi silla, escucha y ríe en los momentos adecuados.
Chloe empieza, como siempre, narrando la vez que decidimos convertirnos en ‘artistas del maquillaje’, usando el tocador de mamá como nuestro lienzo.
──¡Imagínense su cara! ──exclama Chloe entre risas, y puedo ver el destello de aquel día en los ojos de mis padres. ──Entraron al baño y ahí estábamos nosotras, con rouge por todas partes, sombras como si fuéramos mapaches y lápiz labial que definitivamente no estaba en nuestros labios. ──continúa ella.
Patrick interviene, la curiosidad pintada en su rostro,
──¿Y qué hicieron? ──Inquiere hacia mi papá.
Papá toma la palabra esta vez, su voz llena de diversión fingida.
──Pues, después de la sorpresa inicial, tuvimos que tratar de mantenernos serios para explicarles por qué no se debía usar el maquillaje de mamá sin permiso. ──Él nos guiña un ojo, y todos sabemos que mantener la seriedad fue una batalla perdida desde el principio.
La conversación fluye tan naturalmente como el vino, y pronto surge el tema de nuestros disfraces. Yo levanto mi copa de agua, uniendo al instante los recuerdos con ellas,
──No solo nos vestíamos para Halloween. Cualquier día era bueno para transformarnos en princesas, astronautas, o incluso en dragones. ──digo, recordando la sensación del tul de las faldas de princesa y el brillo plástico de los cascos espaciales, Maddox me observa con diversión y una especie de admiración que me llena de emoción..
Maddox intercala una pregunta.
──¿Quién era la más traviesa de las dos? ──Mamá se ríe, una carcajada que llena la habitación y calienta mi corazón,
──Pensarías que sería Chloe… pero no ¡Esa tendría que ser Alana! ──Maddox se gira a verme, y entonces mi madre comienza a relatar esa vez que decidí que sería genial jugar a las escondidas sin avisarles.
──Nos tuvieron buscando por horas. ──dice papá, sacudiendo la cabeza. Chloe interrumpe.
──¡Ella se escondió en la secadora! ¡Casi le da un infarto a mamá cuando la encontró!. Todos estallamos en risas; incluso yo no puedo evitar unirme, aunque la regañina que recibí ese día todavía resuena en mis oídos.
La suave presión de los dedos de Maddox sobre mi mano me sirve de ancla, manteniéndome firme en el presente mientras mi mente juega entre los hilos de la memoria. Debajo del cálido manto de voces que llenan la habitación, Chloe está al final de la mesa, sus manos gesticulan con tal energía que temo que su zumo salpique las toallas de lino. Con ojos chispeantes, desenreda la historia de nuestra audaz escapada a un concierto que, al día de hoy, parece un sueño de jóvenes almas rebeldes.
──¡Y fuimos las reinas de la noche, desafiando el mundo! ──exclama Chloe, su risa arqueando en el aire como una melodía que nunca envejece.
Patrick, su compañero en el crimen y en el amor, soltó una carcajada ronca, interrumpiéndola,
──¡Oh, vamos! Fui yo quien hizo posible esa noche de reinado. ──dice con un guiño, ──. Vuestras majestades no habrían pasado de la puerta del jardín sin mi valeroso volante. ──Mofa.
Mi madre, con la rapidez y gracia de quien ha jugado este papel muchas veces, le da un suave tirón de orejas.
──¡Aun así te comportas como un niño, Patrick! ──reprende, desatando una nueva ola de carcajadas que hace temblar los cimientos de la seriedad. En la mesa, somos una orquesta afinada al tono del júbilo.
Me inclino hacia atrás, permitiendo que la catarata de risas me envuelva. Mi vista se posa en mis padres. El tiempo ha bordado historias en sus rostros, historias de amor, de trabajo, de constancia. Pero en este momento, esos trazos se suavizan, se convierten en lienzos de pura felicidad. Observo cómo la luz captura el brillo en sus ojos, cómo se buscan y encuentran en una sala llena de gente, como siempre lo han hecho.
Y ahí está Maddox, cuyo tacto es un susurro, recordándome el ahora. Su presencia es tan constante como mi sombra, tan necesaria como el aire para las llamas de mi alma. Con cuidado, deslizo mi teléfono de la mesa y lo sostengo a la altura de mi corazón, para que pueda atrapar este instante, para que la risa de quienes amo sea eterna, y el calor de Maddox al alcance de un recuerdo.

La paz y la tranquilidad se complotan dentro de mí, un remanso que conjura la confusión del mundo fuera de estas cuatro paredes. La felicidad es a menudo descrita como un cosquilleo o una chispa, pero para mí, es esta plenitud, este peso suave que se asienta en el centro de mi pecho, una promesa susurrada en la cavidad de mis huesos.
En este instante, en el umbral de lo que fue y lo que está siendo, me aferro a la certeza de que el amor es un lenguaje sin tiempo, una melodía que incluso el futuro cantará. Y lo mejor de todo, es que en esta armonía, en esta canción, Maddox y yo estamos juntos, bailando al ritmo de un coro de risas.
Al terminar la comida, y mientras los postres empiezan a aparecer, me doy cuenta de que estos momentos son los hilos que tejen la tela de nuestra familia. Historias contadas y recontadas, risas compartidas y reproducidas, todo contribuye al tapiz brillante y único de nuestra historia familiar. Y aunque Maddox y Patrick son adiciones más recientes a esta mesa, se adaptan a la trama como si siempre hubieran estado en ella.
Aún risueña, me siento agradecida por este instante, por este vistazo al pasado y el caluroso refugio del presente. Tengo la certeza de que, sin importar a dónde nos lleve la vida, siempre tendremos estas raíces, estas memorias compartidas, para volver a casa.



Todos los besos que me imaginé Donde viven las historias. Descúbrelo ahora