CAPÍTULO 35

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Abrí mi taquilla para coger los libros de las asignaturas de hoy y al abrirlo se cayeron un montón de papeles al suelo. Cada bola de papel que abría estaba llena de insultos como traidora, fracasada, perdedora, imbécil, gilipollas, maricona, desgraciada... entro otros insultos.

Furiosa pisé todos los papeles y los tiré a la papelera. Por la letra ya sabía que habían sido los graciosillos de mis amigos.

— ¿Han sido ellos?— preguntó Javier furioso — Voy a matarlos.

— No, párate.— le detuve — Que da igual, no busquemos más problemas de los que hay.

— ¿Estás segura?— frunció el ceño — Que yo sepa esta nunca fue tu forma de actuar. Aunque debo de decir que desde que te has ido alejando de ellos te estás volviendo una persona más agradable y creo que es por...

Le di una patada en las espinillas para que se callara. Celia había aparecido detrás suyo acompañada de su mejor amiga ya que donde estaba apoyado era su taquilla. El rubio se apartó y la chica también fue a por sus libros.

— Hola chicos.— nos saludó sonriente, veo que su cara ha ido mejorando — ¿De qué hablabais?

— Nada interesante.— me adelanto antes de que mi amigo diga algo.

— Ya, eso es porque eres una aburrida.— Raúl me dio un codazo al pasar.

Vi que Celia iba a salir en mi defensa, pero me puse delante de ella para que no hiciese nada.

— A ver si encuentras a alguien mejor que nosotros.— Sebastián escupió un gapo a mi mochila.

— No sabía que caerías tan bajo.— Paula pasó sin mirarme.

Ester y Claudia también cruzaron con la cabeza en alto ignorándome, al igual que Natalia y Eduardo, aunque ellos estaban a su rollo mimándose. David me dio otro codazo.

— No te preocupes Noa, no tienes porqué tener tantos amigos.— Celia me abrazó por detrás — Sólo necesitas a unos amigos que te quieran y que siempre podrás contar con ellos.

— Eso ya lo sé.— sonreí orgullosa y los abracé a los dos. Laura me sonrió y también me abrazó.

Cogemos nuestros libros y nos dirigimos a nuestra clase. La profesora estaba tardando en llegar y al final perdimos media hora de clase.

El día fue agradable, por fin me sentía libremente tras haber dejado de lado a esos matones.

Cuando por fin sonó el timbre para irse a casa solté un suspiro aliviado. No estaba acostumbrada a atender tanto en clase y a hacer los deberes.

Salimos los cuatro juntos de clase y me encontré con mi hermana en la calle. Estaba esperando a alguien y no era a mí, Diego dejó la mochila en el suelo y la besó. En ese momento habría querido taparle los ojos a Celia, pero fue demasiado tarde, ella ya lo había visto, todos lo habíamos visto.

— Celia...— intenté hacer algo para tranquilizarla.

Al ver su cara me sentí muy mal. Eso la había dejado petrificada y más porque no fue un piquito, el gilipollas le estaba comiendo la boca a mi hermana enfrente de todo el instituto y de su cara. Hasta algunos señalaron a Celia y luego se rieron de ella. Laura les sacó el dedo a todos ellos.

La sangre me estaba empezando a hervir y me pareció escuchar a Javier decirme cosas para que me detuviera, pero lo único que me dominaba era la ira.

A todos los que se estaban riendo de ella fui y les pegué un puñetazo. Luego, le cogí del cuello a Diego y lo empujé contra el suelo. Mi hermana directamente saltó del enfado y me cogió de los pelos. Le mordí la muñeca para que me soltara y le pegué una bofetada en toda la cara.

Se quedó boquiabierta y seguí con Diego, estaba en el suelo y aproveché su situación de vulnerabilidad para pegarle varias patadas. No iba a parar si no fuera porque vino Emma corriendo y me alejó de todos.

— Ya, Noa, relájate.— me abrazó con fuerza porque aún seguía cargando toda la ira — Ya está, ya le has dado su merecido.

Me cogió de la cara y me dio un beso en la frente para que me calmara. Laura y Javier se pusieron delante de Celia que aún seguía sin moverse para protegerla porque Diego la señaló.

— ¡Eres una llorica!— la insultó — Nadie te va a querer en tu vida. Y si piensas que te quise alguna vez, estabas soñando.

Javier le pegó una patada en la mano para que dejara de señalar a la pobre chica y la guió hacia nosotras para alejarla de la gente. Nos fuimos de inmediato porque estaba viniendo la policía que la había llamado el instituto.

— Así que cuando decían que Diego estaba enamorado de una tal Palacios no eras tú, sino tu hermana.— fue lo primero que dijo después de lo sucedido.

No dije nada. Pensé en una idea para ayudarla a olvidar todo lo sucedido o por lo menos que despejara un poco de su mente esa traición del gilipollas.

Fuimos al río a hacer un picnic. Emma hizo todos los sandwiches y el batido.

Celia no quería comer, volvía a estar como cuando su padre se fue. Vi varias piedras en la orilla y recogí varias para que las tirase al río.

— Hazlo con fuerza para soltar tu ira.

Le di todas las piedras y las fue tirando una por una con toda la fuerza que tenía a causa del enojo. Por cada piedra que tiraba, le soltaba un insulto al gilipollas.

Cuando se acabaron las piedras estaba agotada y le crujió la barriga. Ahora sí que tenía apetito para comer. Regresamos donde estaban los demás y me sorprendí al ver a la amiga de Celia, Laura, tumbada en el pecho de Javier, los dos ahí acurrucaditos en la hierba echando una siesta.

Emma le dio un plato de comida a Celia y se llevó el dedo índice a los labios en señal de que no hiciéramos ruido. En un susurro nos contó que cuando nosotras dos nos fuimos por un momento, estos dos sin querer se rozaron la mano al intentar coger el mismo sándwich accidentalmente y se pusieron rojos. Y luego ya se confesaron.

ÁNGEL DEMONIODonde viven las historias. Descúbrelo ahora